Alberto Savinio.
Capri.
Posfacio de Raffaele La Capria.
Traducción de Francesc Miravitlles.
Minúscula. Barcelona, 2008.
Capri.
Posfacio de Raffaele La Capria.
Traducción de Francesc Miravitlles.
Minúscula. Barcelona, 2008.
En su colección Paisajes narrados, la editorial Minúscula rescata una verdadera joya de la literatura de viajes: Capri, de Alberto Savinio (Atenas 1891-Florencia 1952), seudónimo de Andrea de Chirico.
Escritor, músico y pintor, como su famoso hermano Giorgio, amigo de Apollinaire y miembro de la vanguardia del París de entreguerras, en 1926 escribió estas páginas tan luminosas como la isla.
Por una vez –afirma Raffaele La Capria en el posfacio-, felizmente, Capri ha encontrado a un escritor a la altura de su mito.
Desde la fantasía inicial, en la que el ensueño del viajero transforma la breve travesía de Nápoles a Capri en un periplo peligroso que lo convierte en víctima de bucaneros, se muestran las dos caras de la isla: la tranquila intrahistoria de sus naturales y la agitación turística de quienes llegan allí atraídos por la fama de uno de los lugares magnéticos del universo.
Sus páginas, musicales, leves, aladas, en palabras de La Capria, construyen la crónica de un viaje, un relato poético luminoso con la viva descripción de la actividad del muelle, entre las casas del extremo napolitano y las montañas de Ischia, con el Vesubio al fondo.
Con Circe como guía y Spadaro el pescador como símbolo de Capri, en el libro conviven Ulises y las sirenas, la mitología y la historia, Homero y un gigoló napolitano, Tiberio y un perro misterioso en el que se refugia su alma, Augusto y el Café más acogedor del mundo, la geografía y la antropología, las terrazas pompeyanas y los atardeceres.
Entre lo real y lo imaginario, entre lo local y lo cosmopolita, lo pagano y lo cristiano, el recorrido del viajero de Capri a Anacapri, de la Marina al valle, tiene su última etapa, de la mano de la musa Clío, en la Grotta Azzurra.
Escritor, músico y pintor, como su famoso hermano Giorgio, amigo de Apollinaire y miembro de la vanguardia del París de entreguerras, en 1926 escribió estas páginas tan luminosas como la isla.
Por una vez –afirma Raffaele La Capria en el posfacio-, felizmente, Capri ha encontrado a un escritor a la altura de su mito.
Desde la fantasía inicial, en la que el ensueño del viajero transforma la breve travesía de Nápoles a Capri en un periplo peligroso que lo convierte en víctima de bucaneros, se muestran las dos caras de la isla: la tranquila intrahistoria de sus naturales y la agitación turística de quienes llegan allí atraídos por la fama de uno de los lugares magnéticos del universo.
Sus páginas, musicales, leves, aladas, en palabras de La Capria, construyen la crónica de un viaje, un relato poético luminoso con la viva descripción de la actividad del muelle, entre las casas del extremo napolitano y las montañas de Ischia, con el Vesubio al fondo.
Con Circe como guía y Spadaro el pescador como símbolo de Capri, en el libro conviven Ulises y las sirenas, la mitología y la historia, Homero y un gigoló napolitano, Tiberio y un perro misterioso en el que se refugia su alma, Augusto y el Café más acogedor del mundo, la geografía y la antropología, las terrazas pompeyanas y los atardeceres.
Entre lo real y lo imaginario, entre lo local y lo cosmopolita, lo pagano y lo cristiano, el recorrido del viajero de Capri a Anacapri, de la Marina al valle, tiene su última etapa, de la mano de la musa Clío, en la Grotta Azzurra.
Santos Domínguez