Pierre Bayard.
Cómo hablar de los libros que no se han leído.
Traducción Albert Galvany.
Anagrama. Barcelona, 2008.
Cómo hablar de los libros que no se han leído.
Traducción Albert Galvany.
Anagrama. Barcelona, 2008.
Jamás leo los libros que debo criticar, para no sufrir su influencia.
Con un título tan provocador como esa cita de Wilde que lo encabeza, Cómo hablar de los libros que no se han leído, el libro de Pierre Bayard que publica Anagrama, es una parodia de manual de autoayuda, un elogio irónico de la impostura y sobre todo una aguda aproximación a la actividad lectora.
Wilde recomendaba seis minutos como tiempo máximo para leer un libro antes de comentarlo y la práctica de la reseña como la forma más adecuada para hablar de uno mismo. No es el único ejemplo. El bibliotecario de El hombre sin atributos de Robert Musil explicaba su estrategia para controlar los miles de volúmenes de la biblioteca: ¿Desea saber cómo me las arreglo para conocer todos los libros? Se lo puedo comunicar ahora mismo: ¡no leyendo ninguno!
Porque la cultura, añade el bibliotecario, es una cuestión de orientación que depende de la mirada sobre el conjunto, no se trataría de leer libros sino de entender el lugar que ocupan en el panorama de la cultura.
Dado que imparto clases de literatura en la universidad, me es imposible escapar a la obligación de comentar libros que la mayoría de las veces ni siquiera he abierto.
Para orientarse en esa terra incognita, el mapa que diseña Bayard plantea diversas maneras de no leer. Y a cada una de ellas se alude con un conjunto nuevo de abreviaturas eruditas que acompañan a op. cit. e ibid.: LD: libros desconocidos, como los del bibliotecario de Musil; LH: libros hojeados, con Valéry como modelo; LE: libros evocados, de los que se ha oído hablar, como el códice aristotélico que descubre Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa; LO: libros olvidados, como los que lamenta Montaigne. Eso no debería evitar sin embargo un juicio no fundamentado que se movería entre la opinión positiva o muy positiva (+/++), negativa o muy negativa (-/--).
En función de las distintas situaciones de discurso (en la vida mundana, frente a un profesor, ante el escritor o con el ser amado) se proponen las estrategias adecuadas para acabar aconsejando las conductas que conviene adoptar: no tener vergüenza, imponer las ideas propias, inventar los libros como el gato de la novela de Sosêki o hablar de uno mismo como lo hacía Wilde.
Alguien que no es Bayard, profesor de literatura francesa en la Universidad de París VIII y psicoanalista, explica en el prólogo que nació en un ambiente en que se leía poco, que él mismo no tiene ningún aprecio por la lectura y que, de todos modos, tampoco tiene tiempo para ello.
Aprender a hablar de libros no leídos - explica en el epílogo- es ya una primera forma de encuentro con las exigencias de la creación.
Evitaré la broma fácil de decir que no he leído el libro. No es verdad. Y es que como libro de autoayuda, el tomo es un timo. Para poder hablar de él he tenido que leerlo. No me arrepiento. La diversión ha sido constante.
Está ocasionando ya reacciones escandalizadas entre quienes, además de carecer de sentido del humor, hablan del libro sin haberlo leído, claro está.
Ellos se lo pierden.
Con un título tan provocador como esa cita de Wilde que lo encabeza, Cómo hablar de los libros que no se han leído, el libro de Pierre Bayard que publica Anagrama, es una parodia de manual de autoayuda, un elogio irónico de la impostura y sobre todo una aguda aproximación a la actividad lectora.
Wilde recomendaba seis minutos como tiempo máximo para leer un libro antes de comentarlo y la práctica de la reseña como la forma más adecuada para hablar de uno mismo. No es el único ejemplo. El bibliotecario de El hombre sin atributos de Robert Musil explicaba su estrategia para controlar los miles de volúmenes de la biblioteca: ¿Desea saber cómo me las arreglo para conocer todos los libros? Se lo puedo comunicar ahora mismo: ¡no leyendo ninguno!
Porque la cultura, añade el bibliotecario, es una cuestión de orientación que depende de la mirada sobre el conjunto, no se trataría de leer libros sino de entender el lugar que ocupan en el panorama de la cultura.
Dado que imparto clases de literatura en la universidad, me es imposible escapar a la obligación de comentar libros que la mayoría de las veces ni siquiera he abierto.
Para orientarse en esa terra incognita, el mapa que diseña Bayard plantea diversas maneras de no leer. Y a cada una de ellas se alude con un conjunto nuevo de abreviaturas eruditas que acompañan a op. cit. e ibid.: LD: libros desconocidos, como los del bibliotecario de Musil; LH: libros hojeados, con Valéry como modelo; LE: libros evocados, de los que se ha oído hablar, como el códice aristotélico que descubre Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa; LO: libros olvidados, como los que lamenta Montaigne. Eso no debería evitar sin embargo un juicio no fundamentado que se movería entre la opinión positiva o muy positiva (+/++), negativa o muy negativa (-/--).
En función de las distintas situaciones de discurso (en la vida mundana, frente a un profesor, ante el escritor o con el ser amado) se proponen las estrategias adecuadas para acabar aconsejando las conductas que conviene adoptar: no tener vergüenza, imponer las ideas propias, inventar los libros como el gato de la novela de Sosêki o hablar de uno mismo como lo hacía Wilde.
Alguien que no es Bayard, profesor de literatura francesa en la Universidad de París VIII y psicoanalista, explica en el prólogo que nació en un ambiente en que se leía poco, que él mismo no tiene ningún aprecio por la lectura y que, de todos modos, tampoco tiene tiempo para ello.
Aprender a hablar de libros no leídos - explica en el epílogo- es ya una primera forma de encuentro con las exigencias de la creación.
Evitaré la broma fácil de decir que no he leído el libro. No es verdad. Y es que como libro de autoayuda, el tomo es un timo. Para poder hablar de él he tenido que leerlo. No me arrepiento. La diversión ha sido constante.
Está ocasionando ya reacciones escandalizadas entre quienes, además de carecer de sentido del humor, hablan del libro sin haberlo leído, claro está.
Ellos se lo pierden.
Santos Domínguez