Casi a la vez que Carlos Abella publica en Alianza Editorial José Tomás. Un torero de leyenda, su protagonista sale por la puerta grande de las Ventas después de cortar cuatro orejas en una tarde memorable en la que ha compaginado una valentía extrema y una calidad estética excepcional.
No ha podido, pues, aparecer más oportunamente un libro como este en el que Carlos Abella hace un recorrido por la trayectoria profesional y biográfica del último mito de la tauromaquia. José Tomás posee en grado de excelencia todos los rasgos que distinguen a un mito (misterio, distancia, altura o grandeza dramática). Además pisa en los ruedos un terreno que nadie hasta ahora había podido pisar, con la consiguiente revisión de los cánones que estaban pensados para otra forma de estar delante de la cara de un toro. Ya es casi un tópico decir que José Tomás pone el cuerpo en donde otros colocan la muleta. Es cuestión de medio metro, pero en esos centímetros está la línea que separa la superficialidad de la hondura, el aliviarse del arriesgarse, la mentira y la verdad.
En esa rectificación de terrenos y cánones, José Tomás da un paso más sobre lo que había hecho Juan Belmonte, con quien el toreo se hizo quietud, o sobre la tauromaquia de Manolete, vertical pero carente de hondura. José Tomás une lo esencial de uno y de otro, renuncia a las ventajas y torea como hubiera toreado Manolete de haber conocido a Antonio Ordóñez o a Curro Romero.
La tauromaquia de José Tomás (la purísima concepción, la llamó un revistero) pone en cuestión las ideas admitidas hasta ahora sobre terrenos y cánones clásicos. Y no porque los niegue o los desprecie, sino porque los ha superado y ha dado un paso más, hacia adelante y hacia abajo, en una doble demostración de valentía y hondura.
No son los únicos esquemas que ha roto este torero. La distinción tópica que hacía incompatibles el toreo de pellizco y el de valor, no sirve ya y a partir de él no es más que una disculpa de carencias técnicas o artísticas.
Y para que no falte nada, es un torero que genera envidias y odios africanos. Porque esta es una constante en la carrera de José Tomás. La reunión a la misma hora del triunfo y de la envidia, de los que ensalzarán su toreo y los que le inventarán defectos. En gran medida esas dos claves resumen este libro de Carlos Abella, que hace un recorrido generosamente ilustrado por las faenas más importantes del torero y por las reflexiones de la persona que explica su concepto del toreo y de la vida.
Claro que a estas alturas este torero no tiene ya más rival que él mismo y ha rebajado a sus enemigos a la mera condición de envidiosos.
Entre las muchas reseñas que ha recopilado Abella, quizá ninguna más lúcida y tajante que una de Joaquín Vidal sobre una tarde en la que no toreaba José Tomás, sino El Juli, del que decía al final:
Sólo falta que venga con mejores toros, que no se amanere, que no esté obsesionado con José Tomás. Pues en muchos trances -cites juntas las zapatillas, ostentosas verticalidades- quería parecerse a José Tomás. Y no se podría parecer ni de lejos. Para empezar, José Tomás es alto y delgado como su madre, mientras El Juli tira a chaparrete. Y ya lo tiene dicho la sabiduría popular: aleluya, aleluya, cada cual con la suya.
No ha podido, pues, aparecer más oportunamente un libro como este en el que Carlos Abella hace un recorrido por la trayectoria profesional y biográfica del último mito de la tauromaquia. José Tomás posee en grado de excelencia todos los rasgos que distinguen a un mito (misterio, distancia, altura o grandeza dramática). Además pisa en los ruedos un terreno que nadie hasta ahora había podido pisar, con la consiguiente revisión de los cánones que estaban pensados para otra forma de estar delante de la cara de un toro. Ya es casi un tópico decir que José Tomás pone el cuerpo en donde otros colocan la muleta. Es cuestión de medio metro, pero en esos centímetros está la línea que separa la superficialidad de la hondura, el aliviarse del arriesgarse, la mentira y la verdad.
En esa rectificación de terrenos y cánones, José Tomás da un paso más sobre lo que había hecho Juan Belmonte, con quien el toreo se hizo quietud, o sobre la tauromaquia de Manolete, vertical pero carente de hondura. José Tomás une lo esencial de uno y de otro, renuncia a las ventajas y torea como hubiera toreado Manolete de haber conocido a Antonio Ordóñez o a Curro Romero.
La tauromaquia de José Tomás (la purísima concepción, la llamó un revistero) pone en cuestión las ideas admitidas hasta ahora sobre terrenos y cánones clásicos. Y no porque los niegue o los desprecie, sino porque los ha superado y ha dado un paso más, hacia adelante y hacia abajo, en una doble demostración de valentía y hondura.
No son los únicos esquemas que ha roto este torero. La distinción tópica que hacía incompatibles el toreo de pellizco y el de valor, no sirve ya y a partir de él no es más que una disculpa de carencias técnicas o artísticas.
Y para que no falte nada, es un torero que genera envidias y odios africanos. Porque esta es una constante en la carrera de José Tomás. La reunión a la misma hora del triunfo y de la envidia, de los que ensalzarán su toreo y los que le inventarán defectos. En gran medida esas dos claves resumen este libro de Carlos Abella, que hace un recorrido generosamente ilustrado por las faenas más importantes del torero y por las reflexiones de la persona que explica su concepto del toreo y de la vida.
Claro que a estas alturas este torero no tiene ya más rival que él mismo y ha rebajado a sus enemigos a la mera condición de envidiosos.
Entre las muchas reseñas que ha recopilado Abella, quizá ninguna más lúcida y tajante que una de Joaquín Vidal sobre una tarde en la que no toreaba José Tomás, sino El Juli, del que decía al final:
Sólo falta que venga con mejores toros, que no se amanere, que no esté obsesionado con José Tomás. Pues en muchos trances -cites juntas las zapatillas, ostentosas verticalidades- quería parecerse a José Tomás. Y no se podría parecer ni de lejos. Para empezar, José Tomás es alto y delgado como su madre, mientras El Juli tira a chaparrete. Y ya lo tiene dicho la sabiduría popular: aleluya, aleluya, cada cual con la suya.
Santos Domínguez