Rafael Azcona. Los europeos.
Tusquets. Barcelona, 2006.
No hace mucho, Javier Cercas hablaba de Rafael Azcona como de uno de los escritores fundamentales del último siglo, lo definía como un clásico vivo y señalaba que Los europeos, la novela de 1960 que acaba de reeditar Tusquets, es una obra imprescindible.
Es este el mejor Azcona, es decir, el Azcona de siempre, que ha revisado el texto. En una casa y en un Madrid que recuerda la casa de El pisito y es el mismo Madrid de finales de los cincuenta, el delineante Miguel Alonso sobrevive como realquilado en una habitación modesta y oscura como su vida. Sobrelleva con paciencia su existencia precaria en una España sórdida que huele a repollo y a humedad y a pescado podrido.
Una España en blanco y negro, de parque sindical y orinales debajo de las camas.El protagonista es uno de esos típicos personajes de Azcona sin demasiado carácter, uno de esos hombres flojos que se limitan a encogerse de hombros. Arrastrado por el hijo de su jefe, va a veranear a Ibiza, donde dicen que es muy fácil ligar con europeas desinhibidas que le llevan a uno al deliquio. Los primeros escarceos son con unas valencianas, que por entonces no eran demasiado europeas.
Lo que aparece luego es ya un desfile lamentable de juerguistas patéticos y aristócratas de pega que pueblan la isla y la novela en una sucesión de fiestas y salidas nocturnas, el torpe simulacro de la dolce vita que filmó Fellini.
Obra coral que refleja una época y un país de costumbres irrespirables, Los europeos es una novela en la que Azcona vuelve a demostrar que es un eficiente narrador, un maestro del diálogo y un excelente creador de personajes, más por lo que dicen que por lo que hacen.
Aunque publicada por primera vez a finales de los cincuenta, con falso pie de imprenta por problemas de censura, Los europeos, reescrita y reelaborada para devolverle lo que la censura y la autocensura le quitaron, nos devuelve esa mezcla de humor y crítica, de risa y desolación de las corrosivas historias de un Rafael Azcona escéptico y distante.
Y es que la peripecia del par de descerebrados que van a Ibiza a ligar, porque allí había extranjeras desinhibidas, le sirve a Azcona para denunciar, con esa peculiar mezcla de elementos grotescos y patéticos, aquella represión sexual que incapacitaba a las personas para la vida sentimental o social, pero también la condición humana por encima de las circunstancias.
Santos Domínguez