Jan Neruda.
Cuentos de la Mala Strana.
Espasa Relecturas. Madrid, 2006.
El barrio de la Malá Strana en Praga es el nexo que une los once relatos costumbristas que Jan Neruda (1834-1891) reunió en estos Cuentos de la Malá Strana que reedita Espasa en su colección Relecturas.
Conocido en el ámbito hispánico por ser el autor cuyo apellido adoptó Pablo Neruda, el checo es el más destacado representante de la Escuela de Praga de mediados del siglo XIX, una corriente literaria nacionalista que será el antecedente de autores como Franz Kafka.
Hoy se pone en duda que el Neruda chileno tomase como referencia al checo. Algunos datos factuales parecen hacerlo imposible e inclinan a algunos críticos a pensar que Neruda tomó su apellido de un personaje femenino de Estudio en escarlata. Minucias de las que justifican la vida académica de algunos eruditos.
Lo que no está en discusión es el valor de estos relatos en los que las calles y las casas de ese pintoresco barrio son el marco en el que transcurre la vida y la pasión de una serie de personajes con los que el autor traza el retrato del lugar donde transcurrió su infancia y adolescencia.
Entre el afecto, el humor y la ironía, estos relatos convierten ese barrio de la Malá Strana en un símbolo de la Europa de la segunda mitad del XIX, en el centro de un mundo en el que lo local y lo cotidiano se convierten en metáfora de lo universal.
Pese a su desigual calidad, pese a la cursilería insoportable de alguno de estos cuentos, casi todos se leen con agrado, la mayoría mantienen una notable altura literaria y en conjunto completan un cuadro que es la primera irrupción de Praga en la literatura.
Pese a la disparidad técnica del conjunto, hay en estos Cuentos de la Malá Strana algunos textos magníficos: En la fonda de las tres lilas, un relato de apenas tres páginas de sostenida intensidad; La misa de san Wenceslao, la excelente narración de un niño que pasa una noche encerrado en la catedral de San Vito o Cómo fue que el 20 de agosto de 1849, a las doce y media de la tarde, no se derrumbó Austria, sobre las actividades de la Sociedad de la Pistola, una organización revolucionaria infantil.
Y, sobre todo, una estupenda novela corta, Figuritas, un amplio mosaico de los habitantes de Malá Strana, con una curiosa y viva mezcla de crueldad y amabilidad.
Entre la evocación de ambientes descritos con soltura y plasticidad y las descripciones de personajes caracterizados con precisión y rapidez, Jan Neruda supera los estrecho límites de pintoresquismo costumbrista para dejarnos una imagen imborrable de Praga, que empieza a convertirse en estos relatos en la capital mágica de Europa que fue durante algún tiempo.
Conocido en el ámbito hispánico por ser el autor cuyo apellido adoptó Pablo Neruda, el checo es el más destacado representante de la Escuela de Praga de mediados del siglo XIX, una corriente literaria nacionalista que será el antecedente de autores como Franz Kafka.
Hoy se pone en duda que el Neruda chileno tomase como referencia al checo. Algunos datos factuales parecen hacerlo imposible e inclinan a algunos críticos a pensar que Neruda tomó su apellido de un personaje femenino de Estudio en escarlata. Minucias de las que justifican la vida académica de algunos eruditos.
Lo que no está en discusión es el valor de estos relatos en los que las calles y las casas de ese pintoresco barrio son el marco en el que transcurre la vida y la pasión de una serie de personajes con los que el autor traza el retrato del lugar donde transcurrió su infancia y adolescencia.
Entre el afecto, el humor y la ironía, estos relatos convierten ese barrio de la Malá Strana en un símbolo de la Europa de la segunda mitad del XIX, en el centro de un mundo en el que lo local y lo cotidiano se convierten en metáfora de lo universal.
Pese a su desigual calidad, pese a la cursilería insoportable de alguno de estos cuentos, casi todos se leen con agrado, la mayoría mantienen una notable altura literaria y en conjunto completan un cuadro que es la primera irrupción de Praga en la literatura.
Pese a la disparidad técnica del conjunto, hay en estos Cuentos de la Malá Strana algunos textos magníficos: En la fonda de las tres lilas, un relato de apenas tres páginas de sostenida intensidad; La misa de san Wenceslao, la excelente narración de un niño que pasa una noche encerrado en la catedral de San Vito o Cómo fue que el 20 de agosto de 1849, a las doce y media de la tarde, no se derrumbó Austria, sobre las actividades de la Sociedad de la Pistola, una organización revolucionaria infantil.
Y, sobre todo, una estupenda novela corta, Figuritas, un amplio mosaico de los habitantes de Malá Strana, con una curiosa y viva mezcla de crueldad y amabilidad.
Entre la evocación de ambientes descritos con soltura y plasticidad y las descripciones de personajes caracterizados con precisión y rapidez, Jan Neruda supera los estrecho límites de pintoresquismo costumbrista para dejarnos una imagen imborrable de Praga, que empieza a convertirse en estos relatos en la capital mágica de Europa que fue durante algún tiempo.
Santos Domínguez