Eloy Sánchez Rosillo.
La rama verde.
Tusquets Editores. Barcelona, 2020.
DURACIÓN
Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.
Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.
Ese poema, de título significativo en el conjunto, abre el último libro de Eloy Sánchez Rosillo, La rama verde, que publica Tusquets Editores en su colección Nuevos Textos Sagrados.
Su tono y su tema -esa hebra de luz, ese hilo de agua-
anuncian los del resto de un libro en el que se refleja la hondura
reflexiva de la mirada del poeta que, pasados los setenta años de vida (“Tengo setenta años / y ha pasado la vida”), contempla el mundo y evoca sus recuerdos sin el doloroso lastre de la
nostalgia. Una actitud marcada por la aceptación de la temporalidad y por un esfuerzo sostenido por mantener viva la luz de la memoria desde la luz del presente, de un ahora continuo e inextinguible que persiste en la existencia cotidiana, como en Date prisa, la evocación de la madre en una escena repetida cada mañana de la infancia. Termina con estos versos:
Me dices date prisa y me sonríes.
Yo también te sonrío en el cristal.
Me pones el abrigo
y nos vamos corriendo hacia el colegio.
El niño confiado
que aparece contigo en estas líneas
te mira en el espejo para siempre
y no sabe que un día morirás.
Pero el que escribe ahora sí lo sabe.
Y conoció ese día.
Entre la serenidad de esa contemplación y el asombro celebrativo, los poemas de La rama verde
son una indagación en la memoria, una búsqueda de lo que permanece,
desde la contención expresiva del poeta, “el que respira y canta.”
Y justamente de eso, de respiración y canto, están hechos estos poemas que contienen versos luminosos como estos, que cierran En la mañana inmensa, el poema dedicado a su hijo, ante el mar luminoso del verano:
El amor no transcurre:
ocurre. Su obstinado latir insiste oculto,
a salvo para siempre en nuestro pecho.
Y ahí estamos tú y yo desde el principio,
en el mar del verano, bajo el sol,
dentro de este diamante que fulgura,
de esta mañana inmensa que es la vida.
Y justamente de eso, de respiración y canto, están hechos estos poemas que contienen versos luminosos como estos, que cierran En la mañana inmensa, el poema dedicado a su hijo, ante el mar luminoso del verano:
El amor no transcurre:
ocurre. Su obstinado latir insiste oculto,
a salvo para siempre en nuestro pecho.
Y ahí estamos tú y yo desde el principio,
en el mar del verano, bajo el sol,
dentro de este diamante que fulgura,
de esta mañana inmensa que es la vida.
Es esta una poesía que se levanta sobre una luz renovada y sanadora, sobre una luz respirada cuyo fulgor se sobrepone a la destrucción y al tiempo. Y en ella la naturaleza, abierta en el mar o doméstica en el jardín, se convierte no en un decorado, sino en el paisaje existencial donde se proyecta la intimidad, igual que el pasado y el presente se iluminan uno a otro en una abolición del tiempo, en un ahora continuo que le da el sentido de lo permanente, porque ser es haber sido y “lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida.”
La de Eloy Sánchez Rosillo es una poesía
partidaria de la celebración de la vida, de la claridad como tema y como
método expresivo de la intensidad emocional y la revelación verbal que
la recorre. Porque, como explicó hace tiempo en Garabatos de poética, “escribir poesía es para mí una manera de entender y de considerar la vida, de acercarme a ella y de confundirme con su sustancia; un ser y un estar. Y un destino hermoso como pocos, del que hay que hacerse digno asumiéndolo hasta sus últimas consecuencias. Percibo las cosas del mundo a través de la poesía, que no es en modo alguno el reino de lo subjetivo, de lo neblinoso e indeterminado, de lo arbitrario, sino la posibilidad de aprehensión de la realidad más rigurosa, lúcida y comprensiva que conozco. No escribo para explicarme el misterio del mundo -los misterios no tienen explicación-, sino para participar de él, para formar parte del corazón de ese misterio.”
Hay una serie de líneas de fuerza que recorren toda la obra poética de Sánchez Rosillo y que se manifiestan aquí también en toda su plenitud: la suma de emoción y meditación, de memoria y presente, el intimismo y la confesionalidad autobiográfica -que ha evolucionado de la preferencia por una segunda persona especular a una declaración explícita de la primera persona- o el diálogo constante del sujeto y el tiempo que tiende a ser en los últimos libros diálogo entre el sujeto y el mundo.
Así, en Luna de cuándo y dónde, que se cierra con estos versos:
Así, en Luna de cuándo y dónde, que se cierra con estos versos:
La miro con el gozo
del que todo lo ignora de la muerte,
del que respira y canta.
Han pasado años, siglos, y allí fulgura,
en qué centro sereno de mi asombro.
Santos Domínguez