9/6/21

El río de Osiris

 
El Río de Osiris.
Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia.
Edición, prólogo y notas
de Miguel Ángel Elvira Barba,
con la colaboración de Marta Carrasco Ferrer.
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.


¡Que el Nilo reciba nuestro saludo!

Él sale de la tierra y vivifica Egipto. / Su naturaleza es misteriosa: tinieblas en pleno día. / Su cortejo le dirige cantos, / pues da la vida a las praderas creadas por Re / para que se alimenten los animales. / Él humedece el desierto / cuando desciende el agua lejana: / es como el rocío que cae del cielo. / Él es el bien amado de Geb, el que trae el trigo / y hace que prosperen las creaciones de Ptah...

Así comienza el Gran Himno al Nilo, una celebración de las crecidas fértiles del río. Es uno de los cien textos que forman parte del espléndido volumen El río de Osiris, que publica Reino de Cordelia.

Enriquecida con las abundantes ilustraciones que los iluminan, es una selección de Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia, que abarca desde la Teología Menfita y los Textos de las Pirámides, de la V Dinastía del Reino Antiguo (“la de los templos solares coronados por gruesos obeliscos”), hasta los cuentos de magia, novelas épicas y fábulas contemporáneas de Cleopatra, a cuya muerte entraron en Egipto las legiones romanas.

Con la colaboración de la profesora Marta Carrasco, los ha recopilado Miguel Ángel Elvira Barba, Catedrático de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, que explica en su prólogo los criterios que han guiado la elaboración de esta magnífica antología.

Se trataba de reunir y ofrecer a los lectores “una lista de textos escogidos -tomé el número redondo de cien, para evitar la dispersión- y determinar el concepto de «literatura» que dirigiría mis pesquisas. No lo dudé: trataría de textos que un crítico actual consideraría «literarios», y no de los más apreciados por los propios egipcios. Por tanto, frente a los elaborados himnos religiosos y los abrumadores cantos a los monarcas, que han llegado hasta nosotros a centenares, destacaría la narrativa de ficción, la lírica, el teatro y, en el campo del pensamiento, las máximas «sapienciales».
Una vez escogidos los textos, me planteé un grave problema: ¿Debía ofrecerlos completos, o escoger sus partes potencialmente más atractivas? Adopté la segunda solución, porque me pareció la más coherente en una antología que no desea ser un libro de consulta. Ese mismo criterio rige en las versiones que aquí se ofrecen: siempre he pensado que el traductor debe, ante todo, escribir en su propia lengua, dando a su estilo la fluidez o el empaque que el autor traducido dio a sus textos utilizando los medios lingüísticos de que disponía.”

Uno de esos himnos del Reino Antiguo que cubren los muros de los pasadizos de las pirámides es este poema, que -según explica Miguel Ángel Elvira- está “presente en la pirámide de Unas y reutilizado casi por completo en la de Teti, es conocido por los estudiosos como el Himno caníbal, porque imagina al faraón difunto, hijo del dios solar Atum, comiendo carne de otros dioses para adquirir la inmortalidad”:

El cielo está cubierto de nubes, las estrellas se han oscurecido.
La bóveda celeste vibra, tiemblan los huesos del dios de la tierra.
Las estrellas se detienen cuando ven a Unas surgiendo en todo su poder,    
como un dios que vive de sus padres y se alimenta de su madre.

Unas es el señor de la astucia:
oculta su nombre a su propia madre.
El puesto de Unas está en el cielo;
su fuerza se halla en el horizonte,
como la de su padre Atum, que también lo parió. 
Pero, aunque Unas es su hijo, es más fuerte que Atum.

Las almas de Unas están con él;
sus ayudantes, bajo sus pies.
Sus dioses, sobre su cabeza, pues el ureo corona su frente: 
lleva en su frente la serpiente que le guía,
la que mira a los enemigos, la de llamarada poderosa.
El cuello de Unas está firme sobre su pecho.

Unas es el toro celestial,
lleno de rabia en su corazón.
Se alimenta de todos los dioses,
come sus entrañas
según vienen, llenos sus cuerpos de magia, desde la Isla de la Llama.


Organizados en siete capítulos cronológicos, desde el Reino Antiguo al Periodo Ptolemaico, y presentados por esclarecedoras introducciones, estos cien textos responden al objetivo de ofrecer, en palabras del recopilador, “una antología literaria que permitiese a cualquiera asomarse al pensamiento de los escribas, a la creatividad literaria de una cultura que tan brillante se había mostrado en sus artes, y que bien podía equipararse, por tantos conceptos, a mi querido mundo helénico.”

Textos que muestran una enorme variedad de temas y de tonos que van de lo épico a lo lírico, del himno a la autobiografía, del mito a la literatura sapiencial, de la historia a la novela, del cuento fantástico al poema amoroso, del teatro litúrgico a la fábula.

Este es otro de esos textos, La Instrucción para Kagemni, de la XII Dinastía, un tratado de prudencia del que se conservan en un papiro los últimos párrafos, que dan consejos sobre la urbanidad en la mesa:
 
Le irán bien las cosas a quien sea prudente, y será ensalzado el que conoce la justa medida. La sala de reuniones está abierta para el silencioso, y es bienvenido aquel que habla con tranquilidad; en cambio, se afilan los cuchillos contra quien, abandonando la vía correcta, se lanza a destiempo.

Si te sientas a comer con más gente, deja pasar los platos que te gusten, pues solo cuesta un instante vencer un deseo momentáneo, y la glotonería es un vicio que se señala con el dedo.

Un vaso de agua basta para calmar la sed, y un bocado de verduras fortalece el espíritu. Un solo plato puede sustituir a un banquete, y un trozo pequeño, a otro mayor. Resulta despreciable aquel que evidencia la pasión de su estómago y olvida más tarde a los propietarios de la casa donde ha comido en exceso.

Si te sientas junto a un glotón, debes comer solo cuando este haya calmado su avidez. Si bebes junto a un gran bebedor, haz lo mismo que él ya haya hecho: de este modo, su corazón se alegrará. No extiendas con ansia tu mano hacia la carne si estás junto a un glotón: tómala cuando él te la ofrezca, y no la rechaces entonces, porque de este modo te ganarás su aprecio.

Nada se puede decir contra quien es irreprochable en la mesa, si evita mostrar disgusto por algo; incluso un hombre grosero se mostrará más amistoso con él que con su propia madre, y todo el mundo querrá ponerse a su lado.

Deja que tu fama crezca; con el tiempo, se recurrirá a ti sin que tengas que abrir la boca. No presumas de tu fuerza entre tus iguales. Guárdate de suscitar antipatías, pues no se sabe lo que puede pasar en el futuro ni qué hace Dios cuando castiga.

Santos Domínguez