David Hernández de la Fuente.
El hilo de oro.
Ariel. Barcelona, 2021.
Hay
un antiguo motivo mítico que sirve de título e inspiración a este
libro: el del hilo de oro. Por una parte, un tema arquetípico de la
narrativa mitológica es el del viejo hilo de Ariadna, sabia guía de los
héroes. Todos necesitamos un mentor -concepto también clásico y
odiseico- que nos sirva de orientación antes de emprender su misión. En
el laberinto de Dédalo, Teseo aprovecha la ayuda mágica de una auxiliar
femenina que tejerá su escapada tras cumplir su gran hazaña.
Pero además del mito, también la filosofía ha utilizado el símil del hilo, como se ve en las Leyes de Platón (654a), donde aparece la imagen del ser humano como una marioneta manejada al albur de diversos impulsos, simbolizados por hilos, muchos de ellos duros, inflexibles y perniciosos. Pero no así el de oro, que “siempre conviene seguir y no abandonar en absoluto”. Es este un motivo siempre presente en el mito, el cuento maravilloso y el folklore universal, el de la cuerda, el hilo o el tendón que enlaza al hombre con los dioses, con los mentores mágicos o con la providencia. Eso serán los clásicos en lo que sigue: el vínculo con la mejor parte de nosotros mismos, la esencia de nuestra cultura, que es lo único que puede guiarnos cabalmente en medio de la gran ordalía.
Y es que lo clásico tiene futuro, parafraseando el título de un conocido libro de Salvatore Settis, y lo sigue mostrando generación tras generación. Incluso hoy, pese al aparente descrédito y postergación que sufren las humanidades en nuestra sociedad y en nuestros planes de estudios, si tuviésemos que juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, constataríamos el interés que sigue suscitando el mundo clásico, en el que reconocemos invariablemente el origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como aquellos textos que nunca nos terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos.
Pero además del mito, también la filosofía ha utilizado el símil del hilo, como se ve en las Leyes de Platón (654a), donde aparece la imagen del ser humano como una marioneta manejada al albur de diversos impulsos, simbolizados por hilos, muchos de ellos duros, inflexibles y perniciosos. Pero no así el de oro, que “siempre conviene seguir y no abandonar en absoluto”. Es este un motivo siempre presente en el mito, el cuento maravilloso y el folklore universal, el de la cuerda, el hilo o el tendón que enlaza al hombre con los dioses, con los mentores mágicos o con la providencia. Eso serán los clásicos en lo que sigue: el vínculo con la mejor parte de nosotros mismos, la esencia de nuestra cultura, que es lo único que puede guiarnos cabalmente en medio de la gran ordalía.
Y es que lo clásico tiene futuro, parafraseando el título de un conocido libro de Salvatore Settis, y lo sigue mostrando generación tras generación. Incluso hoy, pese al aparente descrédito y postergación que sufren las humanidades en nuestra sociedad y en nuestros planes de estudios, si tuviésemos que juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, constataríamos el interés que sigue suscitando el mundo clásico, en el que reconocemos invariablemente el origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como aquellos textos que nunca nos terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos.
Con esos párrafos sobre la actualidad de los clásicos justifica David Hernández de la Fuente la escritura de El hilo de oro, el ensayo publicado por Ariel.
A través de esa metáfora del hilo de oro sus páginas plantean una reflexión sobre las ideas y los motivos, las actitudes y los símbolos heredados de los clásicos que pueden constituir una guía para orientarse en el laberinto del mundo actual: para entender el presente y buscar el futuro en el pasado, para entender al otro desde la relación conflictiva entre el individuo y la colectividad, entre la unidad y la multiplicidad, entre la identidad y la diversidad; para comprender el carácter cíclico del final de la historia y enfocar la acción política mirando a los modelos clásicos frente a los populismos extremistas; para analizar el lado oscuro de la violencia y el terror, del odio y la discordia desde antecedentes como Heráclito que vio en el conflicto “el padre de todas las cosas”; para recordar cómo se gestionaron las epidemias y el control social en la antigüedad; para evocar los patrones de comportamiento del héroe entre el nacimiento y la muerte, respuestas ante los distintos ritos de paso que constituyen la materia que alimentan la literatura y se siguen percibiendo en el cine o las series, que reproducen esos mismos modelos mitológicos; para revelar la continuidad del mito y el rito en muchas de las manifestaciones sociales de la actualidad o la pervivencia de viejos esquemas astronómicos, agrícolas o religiosos en las fiestas de la modernidad.
David Hernández de la Fuente, autor de dos libros memorables -Oráculos griegos y Vidas de Pitágoras- lo resume así:
Es
sabido que las dos grandes obras señeras de la cultura clásica, la
homérica y la virgiliana, tuvieron desde antiguo -y en el caso de
Virgilio hasta la Edad Moderna- fama de ser proféticas. Ahí reside otra
redefinición moderna de lo clásico en momentos de incertidumbre como los
actuales: “Los clásicos son libros que se pueden consultar para saber
qué es lo que va a pasar y cómo se puede vivirlo sabiamente”. Sabemos
que existieron oráculos de bibliomancia -se echaban dados para adivinar
el futuro en los pasajes sorteados de la Ilíada o de la Eneida- y que,
en cierto modo, este adivinación simboliza el largo recorrido de estas
obras en la historia de nuestra cultura. Ahí está nuestro hilo áureo, la
vía profética o el mentor.
Ariadna, Circe, la Sibila o la mano de Virgilio en el camino, como en el de Dante. Con la idea de que los clásicos encierran las claves del presente y las del futuro en sus líneas inspiradas emprendamos, pues, este viaje hacia el “futuro pasado”.
Ariadna, Circe, la Sibila o la mano de Virgilio en el camino, como en el de Dante. Con la idea de que los clásicos encierran las claves del presente y las del futuro en sus líneas inspiradas emprendamos, pues, este viaje hacia el “futuro pasado”.
Desde “la interrogación acerca de lo que los textos y las actitudes de los antiguos griegos y romanos tienen que decirnos sobre nuestros problemas, expectativas, anhelos y perplejidades en el mundo actual”, El hilo de oro explora “la repercusión de las ideas de los antiguos autores para nuestra sociedad. Así se abordan problemas y fenómenos actuales que pueden encontrar puntos de comparación con la antigüedad.”
El aliento narrativo de Heródoto, padre de la historia total; la figura de Tucídides, fundador de la historiografía crítica y política; los antecedentes del conflicto entre Oriente y Occidente y el choque de civilizaciones; las raíces de las demagogias populistas y de su camino hacia la tiranía; el declive de las civilizaciones y los imperios; las caídas de Troya y Roma y la utopía de la Atlántida; el elogio de la moderación de Aristóteles y Platón y las lecciones de los filósofos a los políticos; la contestación a los modelos políticos nacionalistas y el paralelismo entre la conjuración de Catilina y el intento de golpe de estado en Cataluña; las metáforas de la política (teatro, orquesta, nave); los confinamientos ante pandemias como la misteriosa plaga de Atenas que retrató Tucídides, la peste antonina o la peste de Justiniano, la primera gran pandemia, con la que termina la antigüedad en el siglo VI; la necesidad del héroe o el santo; las mujeres heroicas y las primeras manifestaciones del feminismo en el mundo clásico; los ritos solares del fuego y la tauromaquia; el ocio y las fiestas; la mirada a la vejez y la muerte o la eutanasia son algunos de los asuntos sobre los que se organiza una búsqueda matizada de analogías entre lo antiguo y lo moderno.
Una reivindicación de la vigencia de los clásicos para salir del laberinto con su hilo de oro, su concepción de la vida y de la muerte, del cosmos y la armonía, su idea cíclica de un tiempo que enlaza pasado, presente y futuro, un tiempo circular y eternamente renovado en los ciclos naturales a los que tan atentos estaban los clásicos.
Porque -concluye Hernández de la Fuente- “en momentos de crisis procede defender más que nunca un regreso a nuestros clásicos como guía en la zozobra cotidiana.”
Santos Domínguez