Goran Petrovic.
Bajo el techo que se desmorona.
Traducción de Dubravka Sužnjević.
Narrativa Sexto Piso. Madrid, 2014.
En la Nota del escritor que cierra el volumen, el escritor serbio Goran Petrovic explica detalladamente el proceso de crecimiento casi biológico de Bajo el techo que se desmorona, la novela corta que publica Narrativa Sexto Piso con una traducción mejorable de Dubravka Sužnjević.
Lo que hoy es una espléndida novela corta empezó siendo, explica allí, “un pequeño cuento sobre la proyección de una película interrumpida el día en que murió Josip Broz Tito.”
Kraljevo a principios de mayo de 1980 en una sala de proyecciones del cine Uranija, que antes había sido un hotel de primera clase. Los treinta espectadores que asistían a aquella sesión de cine eran en el cuento un grupo sin individualizar y parecían pedir un papel propio en el relato, lo que aconsejó editar las setenta páginas que ya había alcanzado el texto como un libro autónomo y no como se había editado hasta entonces, como parte de una colección de cuentos titulada Diferencias.
Ese mismo proceso de crecimiento ininterrumpido permitió que el relato creciese otras cien páginas hasta llegar al volumen actual, una novela corta subtitulada Cine-relato.
En su versión definitiva, Bajo el techo que se desmorona hace de la mano del narrador un recorrido por las dieciocho filas del patio de butacas, pero es también un repaso por la historia de esa sociedad serbia del siglo XX a través de los personajes que están esa tarde en el cine y de aquellos que, aunque asiduos a aquel lugar, no llegaron a estar allí porque murieron antes que Tito, o lo visitaban esporádicamente o a ratos.
Pero esta novela es mucho más que una simple alegoría sobre el fin de una época. Es un relato en el que con admirable ritmo narrativo se suceden decenas de historias y de personajes: un dirigente caído en desgracia y un borracho local, un mendigo y dos gitanos, un profesor jubilado y un aspirante a artista, dos gamberros de doce años y un intermediario, un pastelero y un grupo de vándalos locales, un abogado defensor de casos difíciles y una maestra de música, un roquero y un demente, dos parejas amorosas y un mirón.
Y tras esas dieciocho filas, Svabić, un operador de cine que recorta las películas y reúne así materiales ajenos robados para montar su propio largometraje de ocho horas así como Goran Petrović usa este mosaico de vidas ajenas para construir una narración llena de humor y de ironía que tiene como uno de sus hilos conductores la historia del acomodador Simonóvic.
Una obra que recuerda mucho al lector las películas del neorrealismo italiano, a Fellini y a Tonino Guerra, a su mirada compasiva, nostálgica y documental sobre un mundo en blanco y negro que se deshace al final en una llovizna insistente de yeso que cae sobre los espectadores y los lectores.
Santos Domínguez