Rosa Sala Rose.
Plácid García-Planas.
El marqués y la esvástica.
César González-Ruano
y los judíos en el París ocupado.
Anagrama. Barcelona, 2014.
En una entrevista en ABC, su casa de toda la vida, el 14 de octubre de 1965, le preguntaba el reportero devoto a César González-Ruano: ¿Puede el escritor ayudar al hombre? ¿Cómo? A lo que contestaba el maestro de periodistas: -Con su sinceridad. Sirviendo de ejemplo bueno o malo, pero de ejemplo, de punto de comparación y de comprobación.
Quien desconoció la sinceridad estaba dando sin saberlo la clave de lectura de El marqués y la esvástica, un excelente ensayo que publica Anagrama y que es el resultado de una ardua labor de investigación de Rosa Sala Rose y Plácid García-Planas.
Sablista profesional y desahogado, Yago en versión ibérica, González-Ruano vivió como un marqués sin serlo, instalado en la impostura de un título –marqués de Cagigal- que no tenía y de una lejana relación bastarda con Alfonso XIII – cuñado por la parte izquierda-, puso su pluma mercenaria al servicio de la propaganda nazi, redujo su literatura a calderilla, como ha explicado hace poco Eduardo Moga, y escribía artículos venales que cobraba dos veces. Su vida y su obra son un ejemplo de cómo el talento puede llegar a ser una cuestión menor si cae en manos de un personaje sin escrúpulos.
El suyo fue un mal ejemplo continuo que tiene su punto más alto en los años de corresponsalía en el Berlín del III Reich, en la Roma de Mussolini y en el París ocupado. En esos años en el corazón de la infamia y del crimen se fraguó la leyenda negra andorrana, que ni es negra ni es leyenda, sino siniestra realidad cuyos detalles en torno a la N-20 exploran minuciosamente Rosa Sala Rose y Plácid García-Planas, que dibujan el perfil completo de un estafador sin escrúpulos que enviaba a una muerte segura a decenas de personas a las que previamente había saqueado a cambio de unos papelitos en clave que no eran más que una variante de otros timos.
“Vivía del trapicheo en el mercado negro, del proxenetismo y del tráfico de salvoconductos”, decía de él un informe alemán en París. Inmunizado frente a la verdad -La verdad, la verdad pura, apenas sirve para nada- y activista siniestro de ladelación, González-Ruano solía atribuir sus vilezas a terceros, pero hasta los alemanes se alarmaron de sus chanchullos en el París colaboracionista.
Detenido en junio de 1942 como sospechoso de traición –había hecho de ello su hábito-, los alemanes le tuvieron encerrado en la prisión de Cherche-Midi durante dos meses y medio y le dejaron libre tras servirse de las delaciones contra sus compañeros de cárcel y después de un interrogatorio de la Gestapo que vuelve a dar la talla del cinismo del personaje:
-Entonces usted no ha querido favorecer a los judíos, usted solo ha querido estafarlos.
-Sí.
-Usted no es un agente de los judíos, usted solo es un sinvergüenza.
-Exacto.
De su biografía vergonzosa ya se conocían muchos de los datos en los que ahora profundiza este libro. La novedad fundamental de El marqués y la esvástica es el descubrimiento en los archivos franceses de la Gestapo del proceso contra González-Ruano y la condena a veinte años de trabajos forzados en 1948, ya en la Francia liberada, por colaboracionista.
Alguna vez definió González-Ruano su oficio de periodista como una forma de tocarles los cojones a los ángeles, pero no pasó de tocarle los pies al diablo, su pariente cercano.
Llamarle pícaro, además de una falsedad edulcorante, es un rasgo de piedad que el personaje no merece ni hubiera comprendido.
Llamarle pícaro, además de una falsedad edulcorante, es un rasgo de piedad que el personaje no merece ni hubiera comprendido.
Santos Domínguez