11/4/14

Whitman. La extensión de mi cuerpo



Walt Whitman.
La extensión de mi cuerpo.
Edición bilingüe.
Traducción de Antonio Rivero Taravillo.
Ilustraciones de Kike de la Rubia.
Selección y presentación de Juan Marqués.
Nórdica Libros. Madrid, 2014.

A mí mismo me canto y me celebro, 
y eso que yo asumo asumiréis 
pues cada átomo mío también os pertenece.

Escribía Walt Whitman al comienzo del Canto de mí mismo, el núcleo duro de sus Hojas de hierba, su obra más ambiciosa y fecunda.

La primera de las nueve ediciones con las que ese libro fue creciendo como un organismo vivo que se abría al mundo apareció en 1855, casi a la vez que Baudelaire exploraba en Las flores del mal los límites de su territorio expresivo.

Desde la otra orilla del Atlántico la poesía auroral y profética de Whitman era un soplo de brisa fresca que acabó convirtiéndose en un maremoto que llegó a Europa para dejar su huella en poetas como León Felipe, Lorca o Cernuda. Whitman es uno de esos pocos poetas que mantienen una juventud perenne. Poderosa y auténtica, transparente y dulce, como él mismo decía de su alma y del mundo, su voz puso la semilla de la que surgen el verso libre y la materia poética americana de Pound a Eliot o de Williams a Neruda y a Ashbery.

La espléndida edición que Nórdica publica con el título La extensión de mi cuerpo, con ilustraciones de Kike de la Rubia, reúne una selección breve, pero intensa y significativa, de 26 poemas del Canto de mí mismo, presentada por Juan Marqués, que escribe: “Whitman inauguró un mundo ( ...) Lo que cantaba de sí mismo lo cantó de todos nosotros, lo que dijo de América lo extendía a todos los rincones del universo, lo que funcionó para él ( o, mejor, para el personaje literario que engendró) y para su comunidad valdrá siempre para todo aquel que lo lea.”

En el poema 24, que no podía faltar en esta selección, se perfila ese yo poético: 

Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan hijo, 
turbulento, carnal, sensual, comedor, bebedor y engendrador, 
que no es sentimental ni se alza sobre hombres y mujeres o se aparta de ellos, 
que no es más modesto que inmodesto.

Traducidos con rigor y sensibilidad por Antonio Rivero Taravillo, en los poemas del Canto de mí mismo habla un personaje poético dueño de una voz que nos viene de mañana, no de hace siglo y medio. 

Respira en estos textos la inagotable voz lírica de Whitman, sutil y llena de matices, la voz de la inocencia joven e instintiva de un poeta que no envejece porque, como dijo Nietzsche de Emerson, “no sabe lo viejo que es ni lo joven que será.”

Ecléctica y ambigua, proteica y visionaria, luminosa y hermética, la de Whitman es una poesía que habla –como todas- de la vida y de la muerte. Pero con su celebración del presente, que superpuso a la angustia ante el futuro e impuso sobre la melancolía por el pasado, trazó una frontera indeleble con la poesía vieja y dibujó su autorretrato literario, más cerca del deseo que de la realidad, con la compleja cartografía psíquica de la que habló Harold Bloom.

Místico y masturbador, religioso y pagano, extrovertido e introvertido, culto y coloquial, íntimo y patriótico, Whitman es más que un poeta, es un universo completo cuyas hojas de hierba siguen tan verdes y tan frescas como el primer día de la creación de este libro y del mundo.

Lo dejó escrito inmejorablemente en esta estrofa del poema 3:

Nunca hubo más comienzo que el de ahora, 
ni más juventud o vejez que las de ahora, 
y nunca habrá más perfección que la de ahora,
ni más cielo o infierno que los que hay ahora.

La calidez cromática y el empaste sólido de las ilustraciones de Kike de la Rubia traducen plásticamente la mezcla de delicadeza emocional y potencia física del mundo de Whitman.

Santos Domínguez