23/1/13

Los penúltimos días de H. A. Murena


H. A. Murena.
Los penúltimos días.
Pre-Textos. Valencia, 2012.


Con decisión de criminal y con íntima voluntad de santo. Así se escriben los verdaderos diarios, según explicaba H. A. Murena (Buenos Aires, 1923-1975)  en la primera frase de Los penúltimos días, el diario que fue publicando en la revista Sur desde mayo de 1949 hasta abril de 1950 y que acaba de editar Pre-Textos.

Era el comienzo de la trayectoria literaria tan intensa como solitaria, tan dilatada como desconocida de un autor plural y lúcido que escribió ensayo, novela, teatro y poesía.

Orientados más al análisis de lo público que a la confesión intimista, Los penúltimos días reflejan la amplitud de los intereses culturales y los enfoques de Murena y su capacidad de análisis: las lecturas y las películas, la educación y la arquitectura, la humedad de Buenos Aires, sus olores y las palmeras de sus plazas, la economía y la política,  la pintura y la música, Eliot, Ayala, Borges y Girri, Baudelaire y Shakespeare, Bach y Gardel, Mozart y Prokófiev...

Nada parece quedar fuera de la aguda mirada analítica de Murena, que llega a conclusiones como esta: La calefacción es un estado espiritual. Y lo razona y lo demuestra con inteligencia y buena prosa, dos constantes que unen el material aparentemente disperso y heterogéneo de estos diarios.

Una mirada que tiene algo de precursora cuando analiza la crisis económica en la Argentina de 1949. Anotaba esto el 6 de abril:

Incesantemente se habla de la situación económica nacional. Los oficialistas quizás desearían, en verdad, ser parcos, pero tienen que responder a las acusaciones de los opositores que, con singular espontaneidad, hablan por todos. Los opositores viven en el delirio de las cifras lúgubres y en el entusismo por las catástrofes inminentes. La razón de su alegría es la esperanza de que el caos económico provoque la caída del gobierno. Pero hay que desechar esos engaños perniciosos; un mal para el país no es nunca más que un mal para el país, y los primeros en padecerlo son siempre los habitantes. Además, los partidos que llegan al extremo de regocijarse con la ruina del todo con tal de que así se impongan sus partes de razón empiezan inevitablemente a despedir un olor harto sospechoso.

Suena a familiar y reciente, ¿verdad?

Santos Domínguez