Julio Camba.
Londres.
Prólogo de Francisco Fuster García.
Reino de Cordelia. Madrid, 2012.
En su Novela de un literato, Rafael Cansinos Assens describía a Julio Camba como un feroz anarquista que “odiaba a los burgueses, pero amaba la buena vida burguesa, los bistecs gordos y las mujeres finas.”
No parece que Camba encontrase muchos filetes gordos ni muchas mujeres finas en el año largo que estuvo en Londres escribiendo artículos y crónicas para un periódico de Madrid. Estaba recién llegado de un París muy distinto cuando se instaló en Londres -“donde la gente no se ríe nunca”- desde finales de 1910 hasta enero de 1912.
Es una reunión de textos que sin embargo genera un volumen coherente no solo por la referencia común al espacio urbano londinense, sino por la homogeneidad del tono con que están escritos estos artículos, que se recogieron en forma de libro en 1916.
Desde la entrada en Inglaterra por la aduana de Newhaven, se van sucediendo estampas con guardias ingleses, sobrehumanos, impasibles e impermeables en una ciudad que con sol es absurda e inexplicable; referencias a la comida de unos ciudadanos que comen de pie y se bañan a diario porque viven en un país sucio y sepultado bajo la niebla.
La lucha con el idioma, las mujeres feas, la psicología de la blasfemia, la visión de los ingleses como animales tranquilos que admiran las ruinas, una fantasía sobre las patatas a propósito de la monotonía unánime de la comida inglesa –si no tienen imaginación en la cabeza, ¿cómo van a tenerla en el estómago?- son algunos de los temas en los que brillan el ingenio y la prosa del mejor Camba, el articulista genial al que le sirve cualquier asunto para trazar una estampa londinense.
El negocio y el deporte, el gin y las tabernas, los barberos ingleses, los oradores de Marble Arch, las costumbres, la moral inglesa y sus virtudes húmedas y frías y el carácter de los londinenses, indiferentes o suicidas, los clubes de mujeres solas, el pudding navideño o el público de los teatros.
Camba luchaba con humor y buena prosa con aquella ciudad donde todo le es hostil al español: el idioma, las comidas, las costumbres. Pero de aquella hostilidad ambiental aquel dormilón en Londres extrajo el material del que se nutren algunas de sus mejores páginas.
Después de Playas, ciudades y montañas, Reino de Cordelia publica, también con prólogo de Francisco Fuster García, Londres, una espléndida antología de aquellos textos periodísticos con los que Camba se ganaba la vida como corresponsal indolente y brillante.
Es una reunión de textos que sin embargo genera un volumen coherente no solo por la referencia común al espacio urbano londinense, sino por la homogeneidad del tono con que están escritos estos artículos, que se recogieron en forma de libro en 1916.
Desde la entrada en Inglaterra por la aduana de Newhaven, se van sucediendo estampas con guardias ingleses, sobrehumanos, impasibles e impermeables en una ciudad que con sol es absurda e inexplicable; referencias a la comida de unos ciudadanos que comen de pie y se bañan a diario porque viven en un país sucio y sepultado bajo la niebla.
La lucha con el idioma, las mujeres feas, la psicología de la blasfemia, la visión de los ingleses como animales tranquilos que admiran las ruinas, una fantasía sobre las patatas a propósito de la monotonía unánime de la comida inglesa –si no tienen imaginación en la cabeza, ¿cómo van a tenerla en el estómago?- son algunos de los temas en los que brillan el ingenio y la prosa del mejor Camba, el articulista genial al que le sirve cualquier asunto para trazar una estampa londinense.
El negocio y el deporte, el gin y las tabernas, los barberos ingleses, los oradores de Marble Arch, las costumbres, la moral inglesa y sus virtudes húmedas y frías y el carácter de los londinenses, indiferentes o suicidas, los clubes de mujeres solas, el pudding navideño o el público de los teatros.
Camba luchaba con humor y buena prosa con aquella ciudad donde todo le es hostil al español: el idioma, las comidas, las costumbres. Pero de aquella hostilidad ambiental aquel dormilón en Londres extrajo el material del que se nutren algunas de sus mejores páginas.
Santos Domínguez