Juan Carlos Mestre.
La bicicleta del panadero.
Calambur. Madrid, 2012.
Lo que deriva del pórtico es la tradición hebrea que pone en relación dos cosas, escribe Juan Carlos Mestre en Cábala, uno de los poemas que forman parte de La bicicleta del panadero, que acaba de publicar Calambur.
A esa tradición cabalística responde la misma esencia simbólica de la imagen y la metáfora, una clave fundamental de la poesía de Mestre, que también pone en relación dos cosas en este libro: por ejemplo, la bicicleta de su padre, el panadero de Villafranca del Bierzo que llevaba el pan diario a la gente, y la poesía entendida también como artículo de primera necesidad.
Este es un libro torrencial, con varios centenares de textos, una extensión inusual en un libro de poemas. Pero es también, y sobre todo, un libro de intensidad inusual en el que los poemas florecen como manzanos desde la conciencia poética y social de Juan Carlos Mestre, que levanta una muralla de dignidad frente a la injusticia, un muro de resistencia a la humillación, una torre desde la que se denuncian las mentiras del poder.
Monólogo reflexivo o diálogo emocional con el tú del lector, que se funde machadianamente con el yo en la cercanía de una voz oracular que recoge la ceniza de las palabras que caen desde un extraño mundo como copos de nieve, la poesía de Juan Carlos Mestre vuelve a instalarse en un territorio verbal de enorme potencia y de gran carga emocional.
Su ambición imaginativa, su desobediencia reivindicativa, su ruptura con la sintaxis previsible, su alternativa a la semántica convencional hacen de esta poesía una actividad fundacional desde la que se defiende la posibilidad de la utopía. Al alto voltaje poético, simbólico y verbal que contienen los libros del autor, se suma aquí un torrente circulatorio que se alimenta de lo más hondo de la experiencia y de la memoria, del conocimiento del dolor y de la reivindicación de la felicidad.
Yo es otro, escribió Rimbaud cuando colocaba una de las piedras maestras de la conciencia contemporánea. Y aquí también el poeta se proyecta en un sujeto múltiple (el dudoso o el carpintero, el sastre melancólico o el desconsolado en su equinoccio) para revelar lo invisible – como sus maestros Lautreamont, Pérez Estrada, Gamoneda o Lezama Lima- a través de la luz de la palabra, para hacer del lenguaje no sólo un fuego que ilumine la noche de la tribu, sino también una vía de conocimiento del mundo desde la oscuridad y la intemperie, desde las raíces últimas de la sangre.
Ética y verdad, poesía que es a la vez sublevación civil y estética, defensa de la desobediencia y la creatividad, de la insumisión verbal y la libertad imaginativa.
Frente al espanto del silencio cómplice o cobarde, he aquí un testigo: uno de los alucinados hijos de Orfeo que evoca en estas páginas el hijo del panadero de Villafranca del Bierzo, una de las voces verdaderas e imprescindibles de la poesía española actual.
Santos Domínguez