William Faulkner.
Cartas escogidas.
Edición y selección a cargo de Joseph Blotner.
Traducción de Alfred Sargatal y Alicia Ramón.
Alfaguara. Madrid, 2012.
Cartas escogidas.
Edición y selección a cargo de Joseph Blotner.
Traducción de Alfred Sargatal y Alicia Ramón.
Alfaguara. Madrid, 2012.
El 6 de julio de 1962 moría William Faulkner de un ataque al corazón pocos días después de haber caído de un caballo.
En conmemoración de este medio siglo sin uno de los maestros de la novela del siglo XX, Alfaguara acaba de publicar La mansión, con traducción de José Luis López Muñoz, y las Cartas escogidas de Faulkner que seleccionó Joseph Blotner traducidas por Alfred Sargatal y Alicia Ramón.
Seleccionadas por su biógrafo Joseph Blotner, las Cartas escogidas muestran al escritor y al hombre en su día a día y trazan la autobiografía involuntaria de quien buscó la sombra y el aislamiento y aspiraba a ser borrado de la historia y olvidado, aunque ni sus obras ni sus lectores le conceden esa posibilidad.
Las cartas que se recogen en este volumen de casi setecientas páginas no tienen carácter literario, no están pensadas para ser publicadas. Están escritas de manera directa, con sinceridad y sin autocontrol y por eso mismo son una puerta abierta a su vida privada y al proceso de concepción y desarrollo de su obra y su mundo narrativo, a sus dudas creativas y sus convicciones estéticas, a sus relaciones con el medio literario, con el mundillo de los escritores, los editores y los críticos, o a la peripecia de sus contratos y sus ediciones.
Faulkner se esforzó toda su vida en ser el último individuo con vida privada sobre la tierra, y en estas cartas leemos esa resistencia tenaz a los actos públicos, a las presentaciones de libros, a la recepción de premios o medallas. En principio se resistió incluso a viajar a Estocolmo para recibir el Nobel, aunque finalmente acudió tras haber bebido cantidades considerables de alcohol para pronunciar un discurso memorable, aunque casi inaudible.
Se suceden en estas páginas París, El ruido y la furia, las observaciones tipográficas a los editores, los contratos y los cheques, su época de guionista en Hollywood, en la que lamentaba ser un escritor mercenario mientras en Europa se le tenía como el novelista más importante de América, las negociaciones para cobrar sus novelas y los relatos para las revistas, la forma de hablar de sus personajes, que él atribuye a la retórica del Sur o a la oratoria de la soledad.
Una mera fórmula, En mi poder la tuya, es de las frases más repetidas en estas cartas. Y una de las palabras más presentes es cheque. Porque, además de cuestiones literarias, lo que refleja este material epistolar son sus constantes dificultades económicas o sus conflictos con las declaraciones de impuestos. De hecho, en una de sus últimas cartas, fechada el 29 de junio de 1962, le pide a su amigo Linton Massey 50.000 dólares. Justo una semana después, Faulkner estaba muerto.
Es un Faulkner de viva voz en una generosa muestra preparada por Joseph Blotner, que había utilizado ese material epistolar para escribir la mejor biografía del autor y acabó convenciendo a su hija para que le permitiera publicar esta espléndida selección, realizada con el criterio y los comentarios de uno de los mejores conocedores de la vida y la obra de Faulkner.
Entre ellas, esta burlona nota autobiográfica que improvisó a comienzos de 1930 para presentar la edición de Una rosa para Emily:
En conmemoración de este medio siglo sin uno de los maestros de la novela del siglo XX, Alfaguara acaba de publicar La mansión, con traducción de José Luis López Muñoz, y las Cartas escogidas de Faulkner que seleccionó Joseph Blotner traducidas por Alfred Sargatal y Alicia Ramón.
Seleccionadas por su biógrafo Joseph Blotner, las Cartas escogidas muestran al escritor y al hombre en su día a día y trazan la autobiografía involuntaria de quien buscó la sombra y el aislamiento y aspiraba a ser borrado de la historia y olvidado, aunque ni sus obras ni sus lectores le conceden esa posibilidad.
Las cartas que se recogen en este volumen de casi setecientas páginas no tienen carácter literario, no están pensadas para ser publicadas. Están escritas de manera directa, con sinceridad y sin autocontrol y por eso mismo son una puerta abierta a su vida privada y al proceso de concepción y desarrollo de su obra y su mundo narrativo, a sus dudas creativas y sus convicciones estéticas, a sus relaciones con el medio literario, con el mundillo de los escritores, los editores y los críticos, o a la peripecia de sus contratos y sus ediciones.
Faulkner se esforzó toda su vida en ser el último individuo con vida privada sobre la tierra, y en estas cartas leemos esa resistencia tenaz a los actos públicos, a las presentaciones de libros, a la recepción de premios o medallas. En principio se resistió incluso a viajar a Estocolmo para recibir el Nobel, aunque finalmente acudió tras haber bebido cantidades considerables de alcohol para pronunciar un discurso memorable, aunque casi inaudible.
Se suceden en estas páginas París, El ruido y la furia, las observaciones tipográficas a los editores, los contratos y los cheques, su época de guionista en Hollywood, en la que lamentaba ser un escritor mercenario mientras en Europa se le tenía como el novelista más importante de América, las negociaciones para cobrar sus novelas y los relatos para las revistas, la forma de hablar de sus personajes, que él atribuye a la retórica del Sur o a la oratoria de la soledad.
Una mera fórmula, En mi poder la tuya, es de las frases más repetidas en estas cartas. Y una de las palabras más presentes es cheque. Porque, además de cuestiones literarias, lo que refleja este material epistolar son sus constantes dificultades económicas o sus conflictos con las declaraciones de impuestos. De hecho, en una de sus últimas cartas, fechada el 29 de junio de 1962, le pide a su amigo Linton Massey 50.000 dólares. Justo una semana después, Faulkner estaba muerto.
Es un Faulkner de viva voz en una generosa muestra preparada por Joseph Blotner, que había utilizado ese material epistolar para escribir la mejor biografía del autor y acabó convenciendo a su hija para que le permitiera publicar esta espléndida selección, realizada con el criterio y los comentarios de uno de los mejores conocedores de la vida y la obra de Faulkner.
Entre ellas, esta burlona nota autobiográfica que improvisó a comienzos de 1930 para presentar la edición de Una rosa para Emily:
Nacido macho y soltero a temprana edad en Mississippi. Dejó la escuela al cabo de cinco años en el séptimo grado. Consiguió empleo en el banco del abuelo y aprendió el valor medicinal de su licor. El abuelo creyó que lo había hecho el conserje. Éste fue tratado severamente. Vino la guerra. Le gustó el uniforme británico. Se alistó a la comisión R.F.C., como piloto. Se estrelló. Costó 2000 libras esterlinas al gobierno británico. Continuó como piloto. Se estrelló. Costó 2000 libras esterlinas al gobierno británico. Desistió. Costó 84,30 dólares al gobierno británico. Dijo el Rey: "Bien hecho". Regresó a Mississippi. La familia le consiguió un empleo: administrador de correos. Dimitido por acuerdo mutuo por parte de dos inspectores; acusado de arrojar todo el correo recibido a la basura. Nunca se comprobó cómo dispuso del correo saliente. Los inspectores se llevaron un chasco. Cobró 700 dólares. Marchó a Europa. Conoció a un hombre llamado Sherwood Anderson. Dijo: ¿Por qué no escribir novelas? A lo mejor no tengo que trabajar". Lo consiguió. Soldier's Pay. Lo consiguió. Mosquitoes. Lo consiguió. Sound and Fury. Lo consiguió. Sanctuary, que aparecerá el próximo año. Actualmente vuela de nuevo. Treinta y dos años de edad. Posee una máquina de escribir que maneja él mismo.
Santos Domínguez