Alexander Berkman.
Memorias de un anarquista en prisión.
Traducción de Albert Fuentes.
Introducción de Marc Viaplana.
Melusina. Barcelona, 2007.
Memorias de un anarquista en prisión.
Traducción de Albert Fuentes.
Introducción de Marc Viaplana.
Melusina. Barcelona, 2007.
Alexander Berkman ( Lituania,1870- Niza,1936), hijo de un hombre de negocios judío, se quedó huérfano a los dieciocho años y emigró a los Estados Unidos, donde conoció a Emma Goldman, una modesta inmigrante rusa empleada en una fábrica textil, que se convirtió en su amante.
Marcada por la lectura de Most, la pareja se implicó en campañas de activismo político y sindical. En 1892, Henry Frick, el empresario de la planta de acero de Homestead, se enfrentó a los intentos de huelga de sus trabajadores con una represión feroz que provocó el asesinato de diez obreros y sesenta heridos:
Cada detalle de aquel día me quedó nítidamente grabado en la memoria. Es el 6 de julio de 1892. Estamos —Fedya y yo— tranquilamente instalados en la parte trasera de nuestro pequeño apartamento cuando de repente entra la muchacha. Sus pasos, ya de por sí rápidos y enérgicos, suenan más decididos que de costumbre. Al volverme hacia ella, me sorprende el brillo peculiar de sus ojos y sus colores subidos. —¿Lo has leído? —grita, enarbolando un periódico medio abierto. —¿De qué se trata? —Homestead. Han tiroteado a los huelguistas. Los Pinkerton han matado a mujeres y niños.
La reacción de Berkman fue un intento de asesinato de aquel patrón el 23 de julio de 1892. Frick no murió y Berkman fue condenado a veintidós años.
Salió en libertad en 1906 y a partir de entonces Berkman y Goldman encabezaron el movimiento anarquista en los Estados Unidos y publicaron clandestinamente semanarios radicales como Mother Earth o Blast, y libros como Anarquism and Other Essays (1910) de Goldman o estas Memorias de un anarquista en prisión (1912) de Berkman, que acaba de publicar Melusina en una espléndida edición.
Acabaron deportados en la Unión Soviética y tras pasar por Suecia y Alemania, se instalaron en Francia, donde Berkman se suicidó el 28 de junio de 1936.
Sus memorias son el testimonio doloroso del aprendizaje y la adaptación a las condiciones brutales del recluso:
Ningún otro libro – escribió Kenneth Rexroth a propósito de este- aborda de forma tan sincera el comportamiento criminal en la hermética sociedad carcelaria, la homosexualidad o la extorsión. Ningún otro prisionero político se acerca a la simpatía de Berkman hacia aquellos que la mayoría de los revolucionarios denomina delincuentes comunes.
Organizada en cuatro partes (El despertar y su tributo, El penal, El taller penitenciario y La resurrección), la segunda ocupa casi cuatrocientas páginas y es la fundamental de estas impresionantes memorias de uno de los héroes perdidos del radicalismo americano, una voz pura e insólita de la rebeldía, como lo definió Howard Zinn.
La desesperación y la voluntad de vivir, el silencio y la esperanza, el ansia de sexo y el aislamiento, los sueños de libertad y los planes de fuga son algunos de los episodios que marcan las vidas carcelarias de aquellas criaturas malogradas.
Alexander Berkman pudo salir de aquel infierno para contarlo en un libro que se puede leer como el diario de una resistencia o de una resurrección, pero sobre todo como un testimonio de rebeldía indomable.
Marcada por la lectura de Most, la pareja se implicó en campañas de activismo político y sindical. En 1892, Henry Frick, el empresario de la planta de acero de Homestead, se enfrentó a los intentos de huelga de sus trabajadores con una represión feroz que provocó el asesinato de diez obreros y sesenta heridos:
Cada detalle de aquel día me quedó nítidamente grabado en la memoria. Es el 6 de julio de 1892. Estamos —Fedya y yo— tranquilamente instalados en la parte trasera de nuestro pequeño apartamento cuando de repente entra la muchacha. Sus pasos, ya de por sí rápidos y enérgicos, suenan más decididos que de costumbre. Al volverme hacia ella, me sorprende el brillo peculiar de sus ojos y sus colores subidos. —¿Lo has leído? —grita, enarbolando un periódico medio abierto. —¿De qué se trata? —Homestead. Han tiroteado a los huelguistas. Los Pinkerton han matado a mujeres y niños.
La reacción de Berkman fue un intento de asesinato de aquel patrón el 23 de julio de 1892. Frick no murió y Berkman fue condenado a veintidós años.
Salió en libertad en 1906 y a partir de entonces Berkman y Goldman encabezaron el movimiento anarquista en los Estados Unidos y publicaron clandestinamente semanarios radicales como Mother Earth o Blast, y libros como Anarquism and Other Essays (1910) de Goldman o estas Memorias de un anarquista en prisión (1912) de Berkman, que acaba de publicar Melusina en una espléndida edición.
Acabaron deportados en la Unión Soviética y tras pasar por Suecia y Alemania, se instalaron en Francia, donde Berkman se suicidó el 28 de junio de 1936.
Sus memorias son el testimonio doloroso del aprendizaje y la adaptación a las condiciones brutales del recluso:
Ningún otro libro – escribió Kenneth Rexroth a propósito de este- aborda de forma tan sincera el comportamiento criminal en la hermética sociedad carcelaria, la homosexualidad o la extorsión. Ningún otro prisionero político se acerca a la simpatía de Berkman hacia aquellos que la mayoría de los revolucionarios denomina delincuentes comunes.
Organizada en cuatro partes (El despertar y su tributo, El penal, El taller penitenciario y La resurrección), la segunda ocupa casi cuatrocientas páginas y es la fundamental de estas impresionantes memorias de uno de los héroes perdidos del radicalismo americano, una voz pura e insólita de la rebeldía, como lo definió Howard Zinn.
La desesperación y la voluntad de vivir, el silencio y la esperanza, el ansia de sexo y el aislamiento, los sueños de libertad y los planes de fuga son algunos de los episodios que marcan las vidas carcelarias de aquellas criaturas malogradas.
Alexander Berkman pudo salir de aquel infierno para contarlo en un libro que se puede leer como el diario de una resistencia o de una resurrección, pero sobre todo como un testimonio de rebeldía indomable.
Luis E. Aldave