Benjamín Prado.
Mala gente que camina.
Punto de lectura. Barcelona, 2007.
Mala gente que camina.
Punto de lectura. Barcelona, 2007.
Entre zanjas negras, árboles cortados y chimeneas frías que completan el desolador paisaje de la posguerra, una mujer llamada Gloria busca a su hijo pequeño desaparecido en la calle y duerme en las zanjas que se abren en la ciudad, a medio camino entre los enterrados y los desenterrados.
Ese es el argumento de una pesadilla que toma forma de novela. Se titula Óxido y la escribió en 1944 Dolores Serna, una enigmática novelista amiga de Carmen Laforet y de Delibes. Escrita a la vez que Nada, de Carmen Laforet, tiene su misma atmósfera opresiva, sus mismas calles grises.
Como Max Aub con su Jusep Torres Campalans y Muñoz Molina en Beatus ille, Benjamín Prado inventa a una autora, Dolores Serma, amiga de Carmen Laforet, que en aquellos años escribe una novela en la que denuncia el tema de los niños perdidos del franquismo.
Sobre otra busca menos dramática, la de esa misteriosa escritora, se organiza la trama de Mala gente que camina, la polémica novela que Benjamín Prado publicó el año pasado y que ahora reedita en bolsillo Punto de lectura. Y así sobre una investigación se superpone la otra, sobre la búsqueda del niño por su madre, la búsqueda de datos sobre aquella escritora. Y sobre una novela, Óxido, otra, esta Mala gente que camina.
El peso de la novela lo lleva la voz narrativa de un profesor de instituto, Juan Urbano, que está escribiendo el primer capítulo de su libro Historia de un tiempo que nunca existió (La novela de la primera posguerra española). Con una peripecia que tiene tanto de investigación literaria como de novela de detectives sobre los niños secuestrados del franquismo, el centro de la novela lo constituye una de las manifestaciones de la guerra de exterminio: el tráfico de niños cuarenta años antes de que esa práctica fuera frecuente en las dictaduras salvajes del cono sur. También en eso la madre patria dio ejemplo.
Un viaje a Atlanta para presentar una ponencia sobre Nada, Vallejo Nájera, Carmen de Icaza, Mercedes Sanz Bachiller y los falangistas del grupo Escorial son los referentes constantes de una novela llena de altibajos, una novela que con cien páginas menos probablemente habría ganado peso, musculatura y ritmo narrativo.
Ese es el argumento de una pesadilla que toma forma de novela. Se titula Óxido y la escribió en 1944 Dolores Serna, una enigmática novelista amiga de Carmen Laforet y de Delibes. Escrita a la vez que Nada, de Carmen Laforet, tiene su misma atmósfera opresiva, sus mismas calles grises.
Como Max Aub con su Jusep Torres Campalans y Muñoz Molina en Beatus ille, Benjamín Prado inventa a una autora, Dolores Serma, amiga de Carmen Laforet, que en aquellos años escribe una novela en la que denuncia el tema de los niños perdidos del franquismo.
Sobre otra busca menos dramática, la de esa misteriosa escritora, se organiza la trama de Mala gente que camina, la polémica novela que Benjamín Prado publicó el año pasado y que ahora reedita en bolsillo Punto de lectura. Y así sobre una investigación se superpone la otra, sobre la búsqueda del niño por su madre, la búsqueda de datos sobre aquella escritora. Y sobre una novela, Óxido, otra, esta Mala gente que camina.
El peso de la novela lo lleva la voz narrativa de un profesor de instituto, Juan Urbano, que está escribiendo el primer capítulo de su libro Historia de un tiempo que nunca existió (La novela de la primera posguerra española). Con una peripecia que tiene tanto de investigación literaria como de novela de detectives sobre los niños secuestrados del franquismo, el centro de la novela lo constituye una de las manifestaciones de la guerra de exterminio: el tráfico de niños cuarenta años antes de que esa práctica fuera frecuente en las dictaduras salvajes del cono sur. También en eso la madre patria dio ejemplo.
Un viaje a Atlanta para presentar una ponencia sobre Nada, Vallejo Nájera, Carmen de Icaza, Mercedes Sanz Bachiller y los falangistas del grupo Escorial son los referentes constantes de una novela llena de altibajos, una novela que con cien páginas menos probablemente habría ganado peso, musculatura y ritmo narrativo.
Santos Domínguez