Sandor Márai publicó La hermana, que acaba de editar en España Salamandra, hace algo más de sesenta años. Fue la última novela que escribió antes de salir de Hungría para un exilio definitivo en EEUU.
Con una excusa narrativa que recuerda a la de La montaña mágica, hay en su narrador y protagonista, un concertista de piano seriamente enfermo y afectado de una enfermedad degenerativa que le ocasiona la parálisis de una mano, una proyección autobiográfica e intelectual del autor húngaro.
Márai se desdobla en ese pianista que reflexiona, a través del diálogo con el médico que lo atiende y con un escritor, acerca de los temas que siempre han ocupado la mente de los hombres y su inquietud o su angustia existencial: la enfermedad y el dolor, el arte y la pasión amorosa, la muerte y el sentido de la vida.
Quien acabó siendo víctima de una enfermedad que lo llevó al suicidio en 1989 refleja en esta novela un complejo mundo interior lleno de tensiones, angustias, secretos y esperanzas.Con su prosa elegante y profunda, llena de matices que han sabido conservar los traductores, con la capacidad narrativa que ya le había hecho famoso en 1946 y con la fuerza de su temática, Márai construye una reflexión sobre la experiencia física e intelectual del dolor y sobre la muerte con el telón de fondo de aquella Europa y una civilización que desaparecieron durante la Segunda guerra mundial:
En el destino de una sola persona- se lee en La hermana- la fatalidad puede condensarse con la misma intensidad que en el de pueblos enteros.
Ahora coincide con otros náufragos en un pequeño hotel transilvano, un balneario terapéutico en el que otro de esos náufragos es un escritor que se convierte en el primer narrador.
Tras la muerte del pianista, el narrador recibe un manuscrito del músico. A partir de ese momento, la novela consiste en la transcripción del manuscrito en el que relata su estancia en un hospital de Florencia y reflexiona sobre la enfermedad y el dolor, una violación del orden del mundo.
El papel de narrador en primera persona pasa entonces al pianista, al que Márai usa como sujeto de sus reflexiones sobre la vida, la pasión y el arte, la belleza y la muerte:
Por primera vez para mí, el arte y la vida se fundieron en ese silencio; comprendí entonces, con un pie casi en el otro mundo, que tanto en la música como en la vida existe una especie de contacto final, una última armonía matemática, y es precisamente en ese instante cuando la armonía se resuelve convirtiéndose en vida o en muerte...
No se trata de un asunto privado sino de una reflexión general, válida para otros hombres y lúcida, porque está escrita ya casi desde la otra orilla, que va más allá de lo personal:
Cuando alguien habla desde la otra orilla sobre las cuestiones de la vida y la muerte, sobre las grandes emociones que mueven al hombre, como la fe, el amor y la pasión, los que aún están en esta orilla no pueden responder. Deben callar y escuchar. Con este silencio y esta curiosidad impotente leí el manuscrito de Z. Sus páginas no dan respuesta a las interrelaciones entre vida y muerte, pero ¿existe acaso otra respuesta que la humildad con que aceptamos nuestro destino?
Santos Domínguez