Arturo Pérez-Reverte
Con ánimo de ofender (Artículos 1998-2001).
No me cogeréis vivo (Artículos 2001-2005)
Punto de lectura. Madrid, 2006.
Con ánimo de ofender (Artículos 1998-2001).
No me cogeréis vivo (Artículos 2001-2005)
Punto de lectura. Madrid, 2006.
Casi simultáneamente se publican en Punto de lectura Con ánimo de ofender (1998-2001) y No me cogeréis vivo (2001-2005) dos tomos que, sumados a Patente de corso (1993-1998), recogen una selección de los artículos que Arturo Pérez-Reverte viene publicando en El semanal.
De la selección se ha ocupado José Luis Martín Nogales, que ha escrito sendos prólogos (Testigo del siglo y La coherencia del huracán) para la edición en libro de estos textos. Unos textos que contienen una referencia constante a lo cotidiano, están escritos en un tono directo y provocador, con expresividad coloquial y voluntad de reflejar la vida real, con el enfoque combativo del reportero de guerra.
Otras veces, cuando el tema lo aconseja o la actitud lo permite, aparece la voluntad de estilo, la prosa bien trabajada, la calidad de página. Porque, para desdicha de estrechos y exquisitos, para ruina de porteras del Parnaso o de la rue del percebe (¿se enterarán algún día de que la calle no es suya?), hay en Pérez-Reverte como en su muy admirado Quevedo, como en Valle-Inclán, un desgarrón afectivo y estilístico que le permite mostrar la compleja realidad del mundo y de las personas, capaces siempre de lo peor y de lo mejor.
Y es que así es la vida, esa rara mezcla, esa confusión de humores y de injusticias ante las que el autor reacciona con un quijotismo recalcitrante que le empuja a enfrentarse con gigantes y molinos, a despreciar por igual a Fernando VII y a los mangantes, y a compadecerse de los desgraciados y de los débiles en una postura que no anda muy lejana de la que, con idéntico pudor, mantenía Baroja.
De algo parecido a la barojiana lucha por la vida trata El rezagado, uno de los mejores textos de estas dos recopilaciones. Es el último artículo del año 2000 y tiene como protagonista a un ave que se ha quedado atrás en el camino hacia el Estrecho:
La bandada está demasiado lejos, y él ya sabe que no la alcanzará nunca. Aleteando casi a ras del agua, con las últimas fuerzas, el ave comprende que la inmensa bandada oscura volverá a pasar por ese mismo lugar hacia el norte, cuando llegue la primavera, y que la historia se repetirá año tras año, hasta el final de los tiempos. Habrá otras primaveras y otros veranos hermosos, idénticos a los que él conoció. Es la ley, se dice. Líderes y jóvenes vigorosos, arrogantes, que un día, como él ahora, aletearán desesperadamente por sus vidas. Y mientras recorre los últimos metros, resignado, exhausto, el rezagado sonríe, y recuerda.
Pérez-Reverte mantiene, desde que empezó a publicar estos artículos semanales, la actitud del francotirador de juicio independiente y peleón, desde el primero de los artículos de estas dos entregas, Casas Viejas, donde denuncia la persistencia de una lamentable España, eterna y peligrosa:
España ruin, profesionales de la demagogia, del titular de periódico y de los trenes baratos, siempre dispuestos a calentarse las manos en cualquier hoguera donde ardan otros. No hace falta remontarse a 1933 para echarse tal gentuza a la cara.
Muestra el articulista en estos textos su capacidad para el uso de la palabra más agresiva, pero también para la mayor ternura. Así termina El niño del tren, el último texto de No me cogeréis vivo:
Al fin llegamos a la estación de Atocha, el niño cogió su mochililla, se puso en pie, nos dirigió otra sonrisa, dijo buenas tardes y salió del vagón. Caminando detrás lo vi irse ligero por el andén, hacia la salida donde lo esperaban. Eso fue todo. Y nada más que eso, fíjense. Un niño normal, como dije. Un niño correcto, educado. Un niño de toda la vida, nada extraordinario para figurar en los anales de la infancia española. Pero cuando caiga el Diluvio, pensé, cuando llegue el apagón informático o lo que se tercie ahora, cuando llueva fuego del cielo y nos mande a todos a tomar por saco, como merecemos por infames, por groseros y por tontos del haba, espero de todo corazón que este chico se salve. Les doy mi palabra de que eso fue exactamente lo que pensé viendo al niño alejarse. Y con suerte, deseé, que se encuentre en alguna parte con aquella niña del pelo corto de la que les hablé hace unos meses: la que leía un libro, obstinada y solitaria, en el patio del recreo, mientras las otras niñas movían el culo jugando a ser ganadoras de Operación Triunfo.
Tienen la mayoría de estos textos un carácter mestizo entre el artículo y el relato. El carácter narrativo de muchos de estos artículos, más que en su tema, en su tono o en su enfoque, reside en el hecho de que la primera persona que los cuenta no es exactamente la primera persona que los escribe, los firma y los cobra, sino un personaje que, aunque no lo diga nunca, también se llama Arturo Pérez-Reverte.
Todo un personaje.
De la selección se ha ocupado José Luis Martín Nogales, que ha escrito sendos prólogos (Testigo del siglo y La coherencia del huracán) para la edición en libro de estos textos. Unos textos que contienen una referencia constante a lo cotidiano, están escritos en un tono directo y provocador, con expresividad coloquial y voluntad de reflejar la vida real, con el enfoque combativo del reportero de guerra.
Otras veces, cuando el tema lo aconseja o la actitud lo permite, aparece la voluntad de estilo, la prosa bien trabajada, la calidad de página. Porque, para desdicha de estrechos y exquisitos, para ruina de porteras del Parnaso o de la rue del percebe (¿se enterarán algún día de que la calle no es suya?), hay en Pérez-Reverte como en su muy admirado Quevedo, como en Valle-Inclán, un desgarrón afectivo y estilístico que le permite mostrar la compleja realidad del mundo y de las personas, capaces siempre de lo peor y de lo mejor.
Y es que así es la vida, esa rara mezcla, esa confusión de humores y de injusticias ante las que el autor reacciona con un quijotismo recalcitrante que le empuja a enfrentarse con gigantes y molinos, a despreciar por igual a Fernando VII y a los mangantes, y a compadecerse de los desgraciados y de los débiles en una postura que no anda muy lejana de la que, con idéntico pudor, mantenía Baroja.
De algo parecido a la barojiana lucha por la vida trata El rezagado, uno de los mejores textos de estas dos recopilaciones. Es el último artículo del año 2000 y tiene como protagonista a un ave que se ha quedado atrás en el camino hacia el Estrecho:
La bandada está demasiado lejos, y él ya sabe que no la alcanzará nunca. Aleteando casi a ras del agua, con las últimas fuerzas, el ave comprende que la inmensa bandada oscura volverá a pasar por ese mismo lugar hacia el norte, cuando llegue la primavera, y que la historia se repetirá año tras año, hasta el final de los tiempos. Habrá otras primaveras y otros veranos hermosos, idénticos a los que él conoció. Es la ley, se dice. Líderes y jóvenes vigorosos, arrogantes, que un día, como él ahora, aletearán desesperadamente por sus vidas. Y mientras recorre los últimos metros, resignado, exhausto, el rezagado sonríe, y recuerda.
Pérez-Reverte mantiene, desde que empezó a publicar estos artículos semanales, la actitud del francotirador de juicio independiente y peleón, desde el primero de los artículos de estas dos entregas, Casas Viejas, donde denuncia la persistencia de una lamentable España, eterna y peligrosa:
España ruin, profesionales de la demagogia, del titular de periódico y de los trenes baratos, siempre dispuestos a calentarse las manos en cualquier hoguera donde ardan otros. No hace falta remontarse a 1933 para echarse tal gentuza a la cara.
Muestra el articulista en estos textos su capacidad para el uso de la palabra más agresiva, pero también para la mayor ternura. Así termina El niño del tren, el último texto de No me cogeréis vivo:
Al fin llegamos a la estación de Atocha, el niño cogió su mochililla, se puso en pie, nos dirigió otra sonrisa, dijo buenas tardes y salió del vagón. Caminando detrás lo vi irse ligero por el andén, hacia la salida donde lo esperaban. Eso fue todo. Y nada más que eso, fíjense. Un niño normal, como dije. Un niño correcto, educado. Un niño de toda la vida, nada extraordinario para figurar en los anales de la infancia española. Pero cuando caiga el Diluvio, pensé, cuando llegue el apagón informático o lo que se tercie ahora, cuando llueva fuego del cielo y nos mande a todos a tomar por saco, como merecemos por infames, por groseros y por tontos del haba, espero de todo corazón que este chico se salve. Les doy mi palabra de que eso fue exactamente lo que pensé viendo al niño alejarse. Y con suerte, deseé, que se encuentre en alguna parte con aquella niña del pelo corto de la que les hablé hace unos meses: la que leía un libro, obstinada y solitaria, en el patio del recreo, mientras las otras niñas movían el culo jugando a ser ganadoras de Operación Triunfo.
Tienen la mayoría de estos textos un carácter mestizo entre el artículo y el relato. El carácter narrativo de muchos de estos artículos, más que en su tema, en su tono o en su enfoque, reside en el hecho de que la primera persona que los cuenta no es exactamente la primera persona que los escribe, los firma y los cobra, sino un personaje que, aunque no lo diga nunca, también se llama Arturo Pérez-Reverte.
Todo un personaje.
Santos Domínguez