11/11/06

Ashbery. Una ola

John Ashbery.
Una ola.
Traducción de Ignacio Infante.
Lumen. Barcelona, 2006.

John Ashbery (Nueva York, 1927) es uno de los grandes poetas norteamericanos contemporáneos, el último de los poetas canónicos, según Harold Bloom, que lo tiene por el más withmaniano de los que aprenden del Canto de mí mismo o practican las elegías del yo.

Nieto de Withman y heredero del Eliot de Dry Salvages y de Wallace Stevens, la poesía de Ashbery, más inquietante que hermética, siempre exigente y lúcida, provoca una rara unanimidad admirativa entre la crítica y los lectores.

Quizá ningún libro mejor que Una ola (1981), que publicó Lumen en 2003 en una estupenda traducción de Ignacio Infante, para acercarse a esa poesía que basa en el tono su fuerza expresiva y su magnetismo. Un tono menor, como el de Auden y el de Gil de Biedma, que maneja poéticamente los registros coloquiales y un cierto prosaísmo. Eso que alguna vez se ha llamado coloquialismo transeúnte y se ha emparentado con la llaneza norteamericana en la exploración de temas cotidianos.

Ashbery formó parte de la alternativa intelectual y poética a la beat generation de Ginsberg y Una ola es tal vez su libro más inteligible. Pese a la dificultad que plantea la peculiar lógica narrativa de sus textos y de una abstracción poética que convierte el poema en una realidad compleja y deslumbrante, estos poemas los entenderán y los disfrutarán mucho los lectores familiarizados con las letras de John Lennon, de Bob Dylan o de Leonard Cohen. Hay aquí el mismo fraseo, la misma actitud, el mismo lenguaje. Eso es muy difícil de traducir y esta traducción lo hace con brillantez y respeto a la literalidad de los poemas, siempre en el límite de lo comprensible. Lo que no se ha conseguido, pero es que eso rozaría el milagro, es la música especial que hay en estos textos. El lector la comprobará en la V. O. de las páginas pares.

Ashbery es el más prolífico, el más premiado y el menos confesional de los poetas norteamericanos. Su poesía es la poesía de la posmodernidad, poesía del pecio, del naufragio y el fragmento, de la difuminación de la realidad y de los géneros con una transición continua del sujeto al objeto y al detalle en planos simultáneos con una brillante síntesis de lirismo y reflexión.

Hay algo incomprensible, misterioso e inefable pero extrañamente cercano y familiar que hace que este libro, más ambicioso que el Aullido de Ginsberg, sea también más fácil de leer.

Bastaría Una ola, el largo poema que cierra y da título al libro, para entender por qué a Ashbery se le tiene por el mayor poeta vivo. El juicio, más que de la crítica, es de los lectores. De esos lectores algo desconcertados pero imantados por una poesía a la que regresan una y otra vez para comprenderla mejor.

En uno de los prólogos (Leer) que Auden pone al frente de La mano del teñidor, escribía estas palabras:

Todo crítico consciente que alguna vez ha tenido que reseñar un libro de poesía en un espacio limitado sabe que lo único apropiado sería presentar una serie de citas no comentadas, pero este procedimiento no tardaría en hacerle oír las quejas del editor.

No es mi caso, claro. Nadie me va a pedir cuentas, pero si de cada autor que nos interesa llevamos una par de versos o de imágenes en la cabeza, este, el final de Rain moving in, es uno de los que más recuerdo de Ashbery:

A place to be from, and have people ask about.

Un lugar de donde ser, y por el que la gente pueda preguntar.


Santos Domínguez