6/11/06

El abrecartas



Vicente Molina Foix.
El abrecartas.
Anagrama. Barcelona, 2006.


Cuando Vicente Molina Foix publicaba hace pocas semanas El abrecartas seguramente sabía mejor que nadie que había completado su obra más ambiciosa y más arriesgada. Es posible también que, pese a la inseguridad que acompaña a los actos creativos, estuviera razonablemente satisfecho de haber coronado el empeño con brillantez.

Con El abrecartas, que edita Anagrama en su serie Narrativas hispánicas, Molina Foix no afrontaba sólo el reto de escribir una novela epistolar, sino la dificultad de internarse en ese territorio oscuro, opaco y secreto que es la correspondencia privada, un ámbito en el que los personajes hablan en primera persona con libertad y sin inhibiciones.

Entre 1926 y 1999 se fechan esas cartas por las que circula la vida y la literatura, la imaginación y el cine, la política y el miedo. Y personas reales como Aleixandre y Miguel Hernández, Lorca y Alberti, Bousoño y Eugenio D'Ors junto con personajes inventados (con el excelente trazado de un triángulo amoroso lleno de sorpresas) o disimulados, como Cela, bajo la máscara de Trinidad López Douce, que a su vez usa la máscara de Ramiro Fonseca, poeta en agraz, delator con pujos literarios que contaminan sus informes de soplón de enfadosa retórica imperial.

La novela se encomienda a una cita de Balzac (Nunca inventamos más que la verdad) que orienta su sentido en este espacio común a la realidad y la ficción que crea la novela a través de las cartas en las que lo personajes cruzan sus vidas, sus experiencias, sus deseos o sus miedos. La novela puede así prescindir de un narrador para convertirse en una narración polifónica en la que personajes reales y ficticios completan una crónica coral de la España contemporánea.

Cada carta es el eslabón de una historia, y cada una de esas historias adquiere su sentido al integrarse en un conjunto en el que Sanahuja escribe a García Lorca, habla de Miguel Hernández y desde ahí se pasa a Aleixandre.

Para que ese material aparentemente disperso se integrase, era imprescindible establecer una serie de vínculos que conectaran a los personajes en una red de relaciones, a veces evidente, otras veces inesperadas. Y ese tejido debía contar además con algunos ejes temáticos en torno a los que articularse: la guerra civil es uno de esos ejes que recorren la novela como un río, a ratos subterráneo; como una experiencia que cambió decisivamente todas estas vidas, las ficticias y las reales.

Los informes de Douce/Fonseca, la literatura y el cine, las relaciones amorosas, con más de una sorpresa, son los otros ejes en torno a los que giran estas vidas y se conectan unas con otras para mostrarnos un fresco de la posguerra y las cárceles, de las revueltas universitarias del 56 o de las curiosas fiestas paganas de D'Ors y sus eugénicas idólatras.

De esa manera se pasa del simple cruce de cartas, de su mera yuxtaposición, a un entramado general que integra a los personajes y los sitúa en el conjunto de un bien pensado diseño novelístico.

Hay en El abrecartas, como en la vida, una evidente desproporción entre personajes inolvidables como Andrés Acero o Maenza, y otras existencias triviales, al menos en lo epistolar. Esa desigualdad de vidas, de experiencias e incluso de interés humano o narrativo, no es un desajuste ni un defecto, sino el reflejo de una realidad en la que no todas las vidas tienen el mismo relieve, ni la misma intensidad.

Pero todas ellas son imprescindibles en este bien engrasado mecanismo en el que conviven lo público y lo privado, el amor y la política, la literatura y el cine, el idealismo y la bajeza para completar una obra con la que Molina Foix alcanza su más alta madurez artística.

Con perdón de las fieras.

Santos Domínguez