13/10/06

La noche del lobo




Javier Tomeo.
La noche del lobo.
Anagrama. Barcelona, 2006.

Aquel 30 de noviembre, jueves, Macario estuvo navegando por Internet, de visita virtual en Transilvania y en unas páginas sobre el hombre-lobo. Del espacio virtual salió al espacio real del páramo cuando caían la tarde y la niebla. Hablaba solo y se torció un tobillo.

Cerca de él, poco después, Ismael, un agente de seguros que ha salido a pasear tras dormir una siesta de dos horas, también se lastima el tobillo.

Ese planteamiento es el punto de partida de La noche del lobo, la nueva novela de Javier Tomeo que acaba de publicar Anagrama. A partir de esa situación, con dos hombres solos, inmovilizados en la noche de niebla, Javier Tomeo empieza a pisar con seguridad un terreno en el que se siente especialmente cómodo: el del diálogo.

Un absurdo azar une a dos personajes que, bajo la luna llena, van a tener que compartir el desamparo dialogando y contrastando sus opiniones delirantes sobre asuntos como la gordura, el matrimonio, las pólizas de seguros y las constelaciones, los vampiros, los lobos y los licántropos.

Diálogo o monólogo, porque esos dos personajes son un solo personaje desdoblado o, si se prefiere, dos complementarios: uno se ha dañado el tobillo izquierdo, el otro, el tobillo derecho; uno es un jubilado que vive apartado en el campo, el otro vive en la ciudad...

En ese paisaje que no se ve, en el que sólo se oye en la oscuridad, hay dos grillos al fondo, conversando también. Y el contrapunto de un cuervo solitario y un mochuelo desorientado que parecen comentar los hechos o subrayar los diálogos.

Ya lo hemos dicho aquí alguna otra vez, al reseñar sus cuentos: la obra narrativa de Javier Tomeo es una de las más peculiares de los últimos treinta años. Desde El castillo de la carta cifrada a La mirada de la muñeca hinchable, pasando por Amado monstruo o El cazador de leones Javier Tomeo ha ido construyendo un universo novelístico inconfundible al que ahora se añade La noche del lobo.

Otra vez una novela corta e inquietante, con rasgos característicos como el absurdo, el humor y una cierta crueldad que recuerda a Buñuel; con situaciones insólitas, cómicas y lamentables a la vez, que son una reflexión simbólica y amarga sobre la condición humana.

Como la mayor parte de las novelas de Tomeo, La noche del lobo obedece a un diseño escueto y minimalista: dos personajes que se manifiestan en diálogos rápidos, un narrador omnisciente y un paisaje que no existe, envuelto en la noche y en la niebla, un vacío que sugiere en el lector el vacío existencial de los dos personajes sin rostro, perdidos en la noche y en la vida, hundidos en la desolación y en la soledad.

Tomeo vuelve así a la tendencia a la abstracción y al simbolismo de sus mejores textos, con una preferencia clara por los personajes masculinos y solitarios y un final abierto como la vida, como en otras obras suyas, en esa media distancia narrativa en la que es más eficaz.

Una media distancia que es la de la novela corta de ciento treinta o ciento cincuenta páginas, que Tomeo ha justificado alguna vez con estas palabras: Mis personajes, que tienen vida propia, me dicen que están cansados, y yo tengo que hacerles caso y parar.

Hace poco declaraba Javier Tomeo que había escrito esta novela con gusto y de un tirón. Así la va a leer sin duda cualquier lector que se acerque a ella: de un tirón y con gusto.

Santos Domínguez