Kjell Askildsed.
Los perros de Tesalónica.
Trad. de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Lengua de Trapo. Madrid, 2006
Los perros de Tesalónica.
Trad. de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Lengua de Trapo. Madrid, 2006
Lengua de Trapo acaba de publicar Los perros de Tesalónica, del noruego Kjell Askildsen, al que la crítica ha llamado el Carver europeo y del que esta misma editorial había editado ya otro libro de cuentos, Un vasto y desierto paisaje (2002) y Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (2003), el monólogo de un hombre del subsuelo.
Askildsen es uno de los maestros actuales del relato corto. Heredero de Chejov, de Hemingway y Carver, emparentado con Cheever, los siete textos que integran Los perros de Tesalónica se publicaron en 1996 y 1999 y se editan ahora en español con una brillante traducción debida a la colaboración de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Cuando se habla de Askildsen como de un escritor incisivo no se alude tanto a una cuestión de temas y de actitudes, que también, como a una cuestión de estilo. La rapidísima sucesión de narración y estilo directo con frases muy cortas y muy precisas, construyen un estilo afilado como una navaja barbera que da cauce a una técnica minimalista para expresar el pesimismo del autor sobre la condición humana a través de unos personajes fríos y distantes, en los que hay siempre una sima insalvable entre lo que dicen y lo que piensan.
Conversaciones triviales, detalles aparentemente insignificantes, hechos intranscendentes se suceden en todos estos relatos para dar el tono existencial de unas vidas vacías, carentes de sentido, de unas historias de parejas y familias, de silencios más elocuentes que las palabras, de excesos alcohólicos y de sueños culpables.
Ese estilo casi telegráfico, como de ametralladora, contiene unas claves de sutileza, de ironía y sugerencias y segundas intenciones que han sabido transmitir las dos traductoras, que han trabajado en equipo para conseguir una versión que mantiene esos valores del original.
Un intenso conjunto narrativo para que el aficionado a la buena literatura lo disfrute y descubra a un escritor muy interesante. Y para que el narrador joven, el que se está iniciando ahora en el relato, aprenda aquí precisión, eficacia y solvencia, las tres virtudes teologales de la buena literatura.
Askildsen es uno de los maestros actuales del relato corto. Heredero de Chejov, de Hemingway y Carver, emparentado con Cheever, los siete textos que integran Los perros de Tesalónica se publicaron en 1996 y 1999 y se editan ahora en español con una brillante traducción debida a la colaboración de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Cuando se habla de Askildsen como de un escritor incisivo no se alude tanto a una cuestión de temas y de actitudes, que también, como a una cuestión de estilo. La rapidísima sucesión de narración y estilo directo con frases muy cortas y muy precisas, construyen un estilo afilado como una navaja barbera que da cauce a una técnica minimalista para expresar el pesimismo del autor sobre la condición humana a través de unos personajes fríos y distantes, en los que hay siempre una sima insalvable entre lo que dicen y lo que piensan.
Conversaciones triviales, detalles aparentemente insignificantes, hechos intranscendentes se suceden en todos estos relatos para dar el tono existencial de unas vidas vacías, carentes de sentido, de unas historias de parejas y familias, de silencios más elocuentes que las palabras, de excesos alcohólicos y de sueños culpables.
Ese estilo casi telegráfico, como de ametralladora, contiene unas claves de sutileza, de ironía y sugerencias y segundas intenciones que han sabido transmitir las dos traductoras, que han trabajado en equipo para conseguir una versión que mantiene esos valores del original.
Un intenso conjunto narrativo para que el aficionado a la buena literatura lo disfrute y descubra a un escritor muy interesante. Y para que el narrador joven, el que se está iniciando ahora en el relato, aprenda aquí precisión, eficacia y solvencia, las tres virtudes teologales de la buena literatura.
Santos Domínguez