José de Espronceda.
Obras completas.
Edición, introducción y notas de Diego Martínez Torrón.
Cátedra. Biblioteca Avrea.
Madrid, 2006.
Hay un tipo de críticos - los conocemos todos- que hacen sus reseñas leyendo por encima las solapas de los libros o fusilando con descaro las contraportadas.
Ya lo he comentado alguna otra vez: si todas las solapas fueran como las de la Biblioteca Avrea de Cátedra un ejercicio brillante y sostenido de estilo y de imaginación, esa crítica sería hasta deseable. Lo ratifico cuando leo en la reciente edición de las Obras completas de Espronceda estas líneas, bajo el título Dos pesetas y un pirata:
En «Tres pesetas de historia», novela de Vicente Soto, entre el cristal y el cartón de un cuadro que enmarcaba una imagen de la Virgen del Carmen, un día aparecieron "tres pesetas de papel, de cuando la guerra, gastadas del trasiego de vivir". En 1826, un joven de 18 años llegaba a las puertas de Lisboa iniciando su trasiego de rebeldía y exilio. El propio Espronceda lo ha contado así: "En fin, llegamos a Lisboa, que yo creí que no llegábamos nunca. Hicimos cuarentena, que fue también divertida; visitonos la sanidad y nos pidieron no sé qué dinero. Yo saqué un duro, único que tenía, y me devolvieron dos pesetas, que arrojé al río Tajo, porque no quería entrar en tan gran capital con tan poco dinero". ¿Un detalle quijotesco? En todo caso, romántico. Vida y literatura en Espronceda fueron las líneas paralelas de la rebeldía contra lo establecido. Un endecasílabo de su maestro Alberto Lista elogiaba "del libre pensamiento el libre vuelo". El poema se titulaba curiosamente "El triunfo de la tolerancia", y acaso ni el maestro previó el aprovechamiento del discípulo, que lo mismo cantó la joven agonía de un ajusticiado, que el cinismo de un mendigo o los mares libertarios del pirata. Dos pesetas y un pirata. El mundo cambia, pero tiempos hubo, y no lejanos, en que aun campesinos semianalfabetos, pero que habían tenido la fortuna de asistir a las escuelas de los maestros de antaño, recordaban versos de la «Canción del pirata», con preferencia el contundente "que es mi dios la libertad". Solo dos años antes de su muerte escribía Espronceda en una carta al periódico «El Labriego»: "Mi independencia es mi vida". Don Quijote había dicho que "no es un hombre más que otro si no hace más que otro" (I,18). Espronceda no reconocía "otra aristocracia que la legítima de la inteligencia y del mérito". Aun de modo fragmentario, había leído versos de Ovidio, de Horacio y de Virgilio, recorrido la épica y el teatro barroco, los caminos de don Quijote.
La Introducción de Diego Martínez Torrón, que publicó hace unos años en la Editora Regional de Extremadura La sombra de Espronceda, aborda su situación en el contexto peculiar del Romanticismo español, hace un certero recorrido por su biografía y analiza sus obras más representativas:
La poesía lírica y épica, desde el fragmentario Pelayo hasta la inconclusa y ambiciosa El Diablo Mundo, pasando por El Estudiante de Salamanca y las canciones y poemas líricos, pornográficos o apócrifos, el teatro, la extensísima novela histórica Sancho Saldaña, los artículos políticos y literarios y la correspondencia del más caracterizado y representativo de los románticos españoles se recopilan en las cerca de 1.500 páginas que recogen la producción abundante e irregular de quien vivió, escribió y murió con acelerada intensidad, con el exceso romántico tan propio de la época.
Decía Jaime Gil de Biedma, en un prólogo que luego recogió en El pie de la letra, que la lectura de Espronceda (que inaugura la poesía moderna en España) requiere hoy de una pequeña dosis de buena voluntad inicial que luego queda sobradamente compensada. Esta es una buena ocasión para comprobarlo.
La poesía lírica y épica, desde el fragmentario Pelayo hasta la inconclusa y ambiciosa El Diablo Mundo, pasando por El Estudiante de Salamanca y las canciones y poemas líricos, pornográficos o apócrifos, el teatro, la extensísima novela histórica Sancho Saldaña, los artículos políticos y literarios y la correspondencia del más caracterizado y representativo de los románticos españoles se recopilan en las cerca de 1.500 páginas que recogen la producción abundante e irregular de quien vivió, escribió y murió con acelerada intensidad, con el exceso romántico tan propio de la época.
Decía Jaime Gil de Biedma, en un prólogo que luego recogió en El pie de la letra, que la lectura de Espronceda (que inaugura la poesía moderna en España) requiere hoy de una pequeña dosis de buena voluntad inicial que luego queda sobradamente compensada. Esta es una buena ocasión para comprobarlo.
Santos Domínguez