Luis Mateo Díez.
El fulgor de la pobreza.
Punto de lectura. Madrid, 2006.
Lo que Edira recordaría siempre como el gesto de una despedida fue la sonrisa que se dibujó en los labios de su padre aquella sobremesa de la celebración, cuando todos la miraban y en las palabras que recobraban las felicitaciones y el brindis tras los postres, se hizo unánime la alegría, como si los veinticinco años que acababa de cumplir tuviesen un sentido especial: el cuarto de siglo que comienza a llenar tu vida de un pasado que ya se contrapone al presente y orienta el futuro.
Tres meses más tarde, la desaparición de Cosmo vino a confirmar lo que aquella sonrisa significaba, cuando ya nadie en la familia comprendía lo que a Cosmo le estaba sucediendo y de cuyo secreto sólo Edira sabía algo: no lo que pudiera constatar con los datos de una comprobación sino con las presunciones y las sospechas que con tanta inquietud había observado.
Tres meses más tarde, la desaparición de Cosmo vino a confirmar lo que aquella sonrisa significaba, cuando ya nadie en la familia comprendía lo que a Cosmo le estaba sucediendo y de cuyo secreto sólo Edira sabía algo: no lo que pudiera constatar con los datos de una comprobación sino con las presunciones y las sospechas que con tanta inquietud había observado.
Esas son las primeras líneas de El fulgor de la pobreza, la primera de las tres novelas cortas que integran el volumen del mismo título que acaba de aparecer en Punto de lectura.
Desde hace unos años, Luis Mateo Díez viene publicando una serie de novelas cortas que ha denominado Fábulas del sentimiento. Agrupadas en trilogías, serán en total una docena de relatos breves destinados a completar una tetralogía, de las que han aparecido ya las tres primeras entregas: El diablo meridiano, El eco de las bodas y El fulgor de la pobreza, que apareció hace un año en Alfaguara y se edita ahora en formato de bolsillo.
Desde hace unos años, Luis Mateo Díez viene publicando una serie de novelas cortas que ha denominado Fábulas del sentimiento. Agrupadas en trilogías, serán en total una docena de relatos breves destinados a completar una tetralogía, de las que han aparecido ya las tres primeras entregas: El diablo meridiano, El eco de las bodas y El fulgor de la pobreza, que apareció hace un año en Alfaguara y se edita ahora en formato de bolsillo.
El excepcional contador de historias que es Mateo Díez afronta en estas narraciones un reto nada fácil, que resumo con sus propias palabras: "contar con naturalidad cosas muy complejas, muy hondas y misteriosas."
Literatura de la intensidad y del fragmento, con subdivisiones en capítulos organizados a su vez en secuencias muy breves, esa disposición de la materia narrativa marca su propio ritmo de lectura, fluido y lento a la vez.
Como los anteriores volúmenes de la serie, este toma el título del primero de los tres relatos, El fulgor de la pobreza, que tiene su origen en una cita de Rilke. Una novela corta en la que el narrador y los personajes tejen en Armenta el hilo del relato de una desilusión, una huida y una revelación en torno a dos figuras, la de Cosmo Ferrando y la de su hija, Edira.
En La mano del amigo, la crónica de una muerte anunciada desde la primera línea del texto, el narrador ve reforzada su voz con la opinión de otros personajes en la historia de una amistad, de una desconfianza y un secreto, de un odio de oscuras raíces y de una traición que tiene como protagonistas y víctimas en Oceda a Roncel y a Elio.
Deudas del tiempo se centra en la figura de Dacio Estrada, emigrante de vuelta en Buril, para quien la distancia no es el olvido y la memoria que funde el pasado y el presente le llena de terror y de malos sueños en los que una deuda acaba convertida en una persecución implacable.
Los tres relatos del volumen tienen una serie de vínculos que los relacionan muy profundamente y le dan una visible coherencia a la trilogía: su técnica polifónica y la presencia de asuntos como el recuerdo, el secreto, el silencio, la huida, la revelación, el destino y la pasión.
Esos son los temas con los que se explora el sentido de la vida en una serie narrativa que tiene también una gran homogeneidad estilística en la densidad de una prosa muy elaborada y concentrada en la forma de la novela corta, de lectura exigente y lenta con la que el lector se aproxima al ritmo lento de la evocación.
Literatura de la intensidad y del fragmento, con subdivisiones en capítulos organizados a su vez en secuencias muy breves, esa disposición de la materia narrativa marca su propio ritmo de lectura, fluido y lento a la vez.
Como los anteriores volúmenes de la serie, este toma el título del primero de los tres relatos, El fulgor de la pobreza, que tiene su origen en una cita de Rilke. Una novela corta en la que el narrador y los personajes tejen en Armenta el hilo del relato de una desilusión, una huida y una revelación en torno a dos figuras, la de Cosmo Ferrando y la de su hija, Edira.
En La mano del amigo, la crónica de una muerte anunciada desde la primera línea del texto, el narrador ve reforzada su voz con la opinión de otros personajes en la historia de una amistad, de una desconfianza y un secreto, de un odio de oscuras raíces y de una traición que tiene como protagonistas y víctimas en Oceda a Roncel y a Elio.
Deudas del tiempo se centra en la figura de Dacio Estrada, emigrante de vuelta en Buril, para quien la distancia no es el olvido y la memoria que funde el pasado y el presente le llena de terror y de malos sueños en los que una deuda acaba convertida en una persecución implacable.
Los tres relatos del volumen tienen una serie de vínculos que los relacionan muy profundamente y le dan una visible coherencia a la trilogía: su técnica polifónica y la presencia de asuntos como el recuerdo, el secreto, el silencio, la huida, la revelación, el destino y la pasión.
Esos son los temas con los que se explora el sentido de la vida en una serie narrativa que tiene también una gran homogeneidad estilística en la densidad de una prosa muy elaborada y concentrada en la forma de la novela corta, de lectura exigente y lenta con la que el lector se aproxima al ritmo lento de la evocación.
Santos Domínguez