6/6/06

Antón Chéjov. Vida a través de las letras


Natalia Ginzburg.
Antón Chéjov. Vida a través de las letras .
Traducción de Celia Filipetto.
Acantilado. Barcelona, 2006.


Vida a través de las letras
se subtitula esta apretada e intensa biografía de Chejov que Natalia Ginzburg publicó en Italia en 1989, un par de años antes de morir y que Acantilado edita ahora con traducción de Celia Filipetto.

Este libro está llamado a convertirse, si no lo es ya, en un clásico sobre un clásico. En los quince años que lleva publicado, se ha convertido en un texto de referencia sobre el padre del cuento contemporáneo.

Es un relato chejoviano en tono y en economía de medios eficientes el que nos dejó Natalia Ginzburg en este librito lleno de sugerencias y de sensibilidad. Una narración más amplia y más profunda de lo que hacen pensar sus páginas y su formato, porque en ella cada palabra está pensada para que quede flotando en la mente demorada del lector, para introducirle en una atmósfera que es la propia del biografiado.

No se trata, claro, de un seguimiento minucioso de la biografía de Chejov, sino de una exploración de sus líneas vitales en relación con su literatura, de una reconstrucción de acontecimientos que marcaron su personalidad y su actividad literaria, de una demostración de las profundas relaciones que hay entre vida y literatura en Chejov.

Tras el texto, oculta y latente, está la sensibilidad delicada de Natalia Ginzburg envolviéndonos en el ambiente y el tiempo en los que el narrador ruso fue construyendo una obra viva que sigue respirando y fortaleciéndose a medida que pasa el tiempo. Una obra que es menos un edificio que un árbol frondoso de hojas perennes que no han dejado de fortalecerse y de dar sombra apacible al lector.

El relato de la niñez de Chejov lo hace la autora como si se tratara de alguno de los personajes de sus cuentos tristes. Su padre, despótico y borracho, religioso y cruel, su madre sumisa y resignada, nutren también unos relatos levantados magistralmente sobre el cimiento del personaje y el silencio de algún dato definitivo que se nos oculta.

Y, como en los cuentos de Chejov, también aquí, leves y fulminantes, aparentemente intranscendentes, esos detalles menores que nos acercan mucho al personaje: las secuelas que le dejó una peritonitis, la pobreza, el ambiente familiar insufrible que persisten como un dolor sordo, como una molestia crónica.

Absorto o divertido, emocionado siempre, asiste a la lectura el lector de Chejov y el de este libro.

En las primeras páginas del libro, Natalia Ginzburg resume los cuentos de Chejov con una imagen intuitiva y precisa: su obra es la de alguien que nos abre una puerta o una ventana y nos deja mirar dentro de la casa por un momento. Luego, la misma mano que la había abierto, cierra la ventana o la puerta.

Esa imagen humilde, brillante y acertada, se puede aplicar también a este libro impregnado del espíritu de Chejov.

Con esa actitud se reconstruyen las últimas horas de Chejov en la habitación de un hotel de Badenweiler el 15 de julio de 1904, junto a Olga y una botella de champán que les mandó el médico como última terapia.

¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?
, dicen que dijo, casi al final.

La situación la inmortalizó también esa cima de Carver que es Tres rosas amarillas.

Santos Domínguez