30/12/19

Max Aub. Campo de los almendros



Max Aub. 
Campo de los almendros.
Prólogo de Gérard Malgat.
Cuadernos del Vigía. Granada, 2019.


Templado: —¿Saldremos de este laberinto? 
Cuartero: —¿Qué laberinto? 
Templado: —Éste en el que estamos metidos. 
Cuartero: —Nunca. Porque España es el laberinto. No basta para vivir que nos traigan un número decente de jóvenes, cada año, como holocausto. 
Templado: —Entonces no somos el laberinto sino el monstruo perdido. 
Cuartero: —Estamos en el laberinto, si prefieres.

Es un fragmento de Campo de los almendros, sexta y última novela del ciclo El laberinto mágico, que Max Aub publicó entre 1943 y 1968, año en que apareció este último de los Campos en México.

Habían pasado treinta años desde que empezó en París la redacción de Campo cerrado, novela que iniciaba la serie que culmina esta monumental novela de más de setecientas páginas que publica Cuadernos del Vigía en una cuidada edición precedida de un prólogo de Gérard Malgat -‘¿Cómo salir del laberinto?’- en el que define Campo de los almendros como una “novela-reportaje sobre los miles de republicanos que retroceden hacia los muelles de la ciudad alicantina para intentar embarcar, sobre las miles de miradas que escrutan desesperadamente el horizonte marítimo con la esperanza de divisar un barco, esos navíos prometidos con solemnidad por los diplomáticos franceses e ingleses.”

Su trama novelística transcurre en los últimos días de la guerra, desde el golpe de estado casadista contra Negrín hasta la huida en desbandada a Alicante de las fuerzas republicanas que esperaron inútilmente abandonadas en su puerto la llegada de barcos que pudieran trasladarlos al exilio. Esos barcos no llegaron al puerto alicantino y los desorientados derrotados que esperaban salir desde allí hacia el exilio fueron recluidos en un campo construido junto a la ciudad. Así lo anuncia el narrador: 

Éste es el lugar de la tragedia: frente al mar, bajo el cielo, en la tierra. Éste es el puerto de Alicante, el 30 de marzo de 1939. Las tragedias siempre suceden en un lugar determinado, en una fecha precisa, a una hora que no admite retraso.

Literatura e historia, ficción y realidad, experiencia vital e ideología política, documentación e invención, confluyen, como el humor y la tragedia, lo individual y lo colectivo, lo personal y lo histórico, según su admirado modelo galdosiano, al igual que en toda la serie, en esta novela, la más amplia del ciclo de los Campos.

Con una suma de voluntad testimonial y de reflexión sobre las causas de la derrota, Max Aub elaboró Campo de los almendros como una novela coral, habitada por una amplia galería de personajes entre los que reaparecen algunos ya conocidos en el ciclo como Julián Templado, Paulino Cuartero,  Juanito Valcárcel o Vicente Dalmases, cuya relación sentimental con Asunción articula argumentalmente la novela.

A su idea de la novela como método de reconstrucción del pasado y como iluminación del presente heredada de Galdós se añade la importancia que Aub otorga a los retratos de personajes y la capacidad para elaborar diálogos propia de quien antes que novelista se consideraba dramaturgo. Y así la novela compone, como señala Malgat en el prólogo “una larga y apasionada tertulia del caos y de la confusión en la cual los personajes debaten, se preguntan, expresan sus dudas o sus convicciones, su determinación o su desconcierto: ¿Qué hacer? ¿Dónde ir sino a Alicante? ¿Cómo huir?”

Y junto a esa importancia vertebral del diálogo, Max Aub se sirve con frecuencia de una evidente técnica cinematográfica en el montaje de las escenas o en los saltos espaciales y temporales de la acción. 

Aub creía más en la verdad novelística que en la parcialidad del relato histórico. Y por eso, en las páginas azules en las que irrumpe el autor para plantearse autocríticamente el tratamiento de la materia novelesca escribe estas líneas que podrían resumir su concepción de la escritura:

El planteamiento de los problemas de realidad y realismo, de irrealidad e irrealismo, me ha tenido siempre sin cuidado, me importan la libertad y la justicia. De esta última, como es natural con los años, estoy un poco —sólo un poco— desengañado [...] El autor ve a sus personajes; no se identifica con ellos; eso es cuento y cuentos, como el de que Dios nos creó a su imagen y semejanza. Dios es un gran escritor y nos ve desde fuera. Crear es ver lo creado.

Santos Domínguez