30/11/16

T.S. Eliot. Cuatro cuartetos


T.S. Eliot.
Cuatro cuartetos. 
Edición y traducción de Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2016.

“Me encanta saber que has estado con el Beethoven tardío -escribía T. S. Eliot en una carta a Stephen Spender-. Tengo en el gramófono el cuarteto en la menor y me parece que su estudio es inagotable. Hay una especie de celestial o al menos más que humana alegría en algunas de sus cosas últimas que uno imagina para sí mismo como el fruto de la reconciliación y el alivio tras un sufrimiento inmenso. Y me gustaría hacer algo semejante en verso antes de morir.”

Como indica Andreu Jaume en la introducción a su edición bilingüe de los Cuatro cuartetos de Eliot en Lumen, en esa carta del 28 de marzo de 1931 hay “una descripción exacta de lo que consiguió con Cuatro cuartetos, en el que se propuso ir más allá de la poesía de un modo parecido a lo que Beethoven hizo con la música.”

Cuando Eliot publicaba en 1936 Burnt Norton, tras largos años de silencio poético desde La tierra baldía, no sabía aún que ese poema sería el primero de un ciclo de cuatro, esos Cuatro cuartetos en los que alcanzaría su mayor perfección formal y su mayor hondura meditativa. 

Esa obra inesperada de madurez es el resultado de una profunda crisis personal y de un proceso de transformación espiritual que le había llevado a convertirse al catolicismo y a adoptar la nacionalidad británica a finales de los años veinte.

De esa transformación personal hablaba el poeta en Miércoles de ceniza (1930), que no pasa de ser –señala Andreu Jaume- “un intento fallido de escribir un poema largo que diera cuenta de su experiencia religiosa.”

Hizo falta un hecho casual, el encargo de dos piezas teatrales para la iglesia, La roca y Asesinato en la catedral, para que Eliot encontrase un nuevo tono de voz, porque en los coros de La roca (1934) se prefigura ya la tonalidad musical de los Cuatro cuartetos.

Al año siguiente escribió Asesinato en la catedral, un drama religioso sobre Tomás Becket. De uno de los descartes de esa obra salió el comienzo de Burnt Norton, que concibió en principio como un poema aislado y que acabará convirtiéndose en la obertura del conjunto de los Cuatro cuartetos:

Tanto el tiempo del presente como el tiempo del pasado
quizá estén presentes en el tiempo del futuro
y el tiempo del futuro dentro del tiempo del pasado.

En ese estilo dramático, a medio camino entre la reflexión en voz alta y la apelación al lector, se moduló la nueva tonalidad poética de Eliot en un estilo marcado por la influencia bíblica de los libros sapienciales y de Dante. Un estilo más conversacional, más cercano al lector, más discursivo e inteligible que el de La tierra baldía.

Se inauguraba así un nuevo ciclo poético que sería el resultado de la reinvención personal y literaria de Eliot y de la sacudida de la guerra, que sobrevuela trágicamente desde 1939 los otros tres poemas del ciclo: East Coker, The Dry Salvages y Little Gidding.

Cada uno de los Cuatro cuartetos remite a lugares vinculados a la biografia de Eliot, a su experiencia vital y a una significación religiosa o filosófica asociada a cada uno de los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego.

Con una arquitectura musical muy meditada en cada uno de sus cinco movimientos internos, los Cuatro cuartetos exploran el ascetismo de la vía purgativa, reúnen la meditación y la descripción, lo confesional y la capacidad metafórica. 

Con su tonalidad sentenciosa y persuasiva, la voz de estos poemas incorpora distintas tradiciones en busca de la divinidad y la transcendencia. Eliot convoca en ellos el espacio y el recuerdo en una mirada al interior de sí mismo, en busca del orden y del sentido, del lugar de intersección de lo temporal y lo intemporal, del luego y el antes, en Inglaterra y en ningún sitio, en un tiempo primordial  (“Siempre y jamás”) anterior a los nombres y en una estructura compositiva que va desarrollando temas y variaciones. 

Por eso el tema central abre el segundo cuarteto, East Coker, con la frase “En mi comienzo está mi fin” y lo clausura: “En mi fin está mi comienzo” y va recorriendo los textos del libro hasta el último poema del ciclo, que se cierra con un movimiento que remite otra vez al tema central, presente desde el principio de los Cuatro cuartetos:

Llamamos comienzo a lo que muchas veces es el final 
y crear un final supone crear un comienzo. 
El final está donde uno empieza.

La edición bilingüe de Andreu Jaume va precedida de un excelente prólogo –‘El verano cero’- y se enriquece con un importante aparato de notas colocadas al final para que no perturben la lectura de los textos. 

Completan el volumen esas dos piezas teatrales, los coros de La roca y Asesinato en la catedral, en las que Eliot encontró, casi sin proponérselo, una nueva tonalidad poética, una nueva voz que moduló y llevó a su punto culminante con los Cuatro cuartetos:

y todo irá bien
y de todas maneras todo irá bien
cuando lenguas de llama se entrelacen
en coronado nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean uno.
Santos Domínguez