Juan Eduardo Cirlot.
El peor de los dragones.
Antología poética 1943-1973.
Edición y prólogo de Elena Medel.
Siruela. Madrid, 2016.
Si para Rilke todo ángel es terrible, para Cirlot “el ángel es el peor de los dragones.”
De ese verso, que forma parte de su poema “Momento”, fechado el 29 de mayo de 1971, toma su título la Antología poética 1943-1973 que publica Siruela con edición de Elena Medel, que explica en su prólogo –'Magia y papel vivo'- que, frente al prejuicio de Cirlot como poeta maldito y difícil, “esta antología se plantea una doble meta: la del reencuentro para aquellos lectores que ya hubieran descubierto la poesía de Juan Eduardo Cirlot, y -de manera esencial- la de la revelación para quienes desconocieran su obra.”
Y con ese doble propósito se edita esta amplia selección de una obra exigente que, como señala Elena Medel, “permite la revelación y permite el deslumbramiento” de “un discurso independiente al margen de las estéticas imperantes; y un proyecto sin igual en la poesía española del siglo XX.”
El núcleo central de la obra de Cirlot es el ciclo Bronwyn, que comienza a mediados de los sesenta y que publicó esta misma editorial en 2001, pero antes, durante más de dos décadas, hubo un Cirlot emparentado con el irracionalismo poético y con la poesía visionaria, un Cirlot simbolista y un Cirlot superrealista que lleva a su extremo radical la práctica de la escritura automática, experto en imágenes y símbolos y empeñado en trasladar al lenguaje poético las aportaciones de la música de Strawinsky o Schönberg y del dodecafonismo.
Ya entonces era un poeta deslumbrante por su irracionalidad y por su vinculación con lo mejor de la vanguardia de los años veinte y treinta, en una dirección poética al margen de los circuitos oficiales de Escorial y Garcilaso y de la contestación espadañista. Una insularidad estética solo comparable a la de su amigo, el postista Carlos Edmundo De Ory.
Quizá sea La dama de Vallcarca (1957) el conjunto de poemas que podría sintetizar esta etapa fundamental en la poesía de Cirlot: la convivencia de la geografía real con la simbólica, la combinación de músicas, ritos y colores, símbolos y sueños e irrealismos diversos.
Cirlot ve en 1966 la película El señor de la guerra, una rareza repleta de símbolos y rituales, de Franklin Schaffner. En la figura femenina de Bronwyn –‘Princesa del horror de ser princesa’- está el origen del ciclo fundamental de la poesía de Cirlot, que lo explicaba con estas palabras: “Lo que llamo Bronwyn es el centro del lugar que dentro de la muerte se prepara para resucitar ... es lo que renace eternamente.”
Ese sería el centro de su mundo literario, el resultado de una búsqueda obsesiva que se concreta en dieciséis cuadernos y pliegos de poesía en torno a la figura de una doncella celta –'la que renace de las aguas'- en la que confluyen muy distintas tradiciones míticas para crear el corazón de la obra de Cirlot, seguramente también su mayor legado poético.
Iniciado hace medio siglo y articulado en torno a la figura de esa doncella, Cirlot recreó en ese ciclo un viejo mito e integró diversos temas e influencias para exponer una teoría del amor y la muerte, de la resurrección y el retorno, de la búsqueda de la inmortalidad.
Cirlot fundaba así un territorio levantado desde el sueño y la iluminación visionaria de la realidad, con la palabra como fuerza de articulación del mundo en un ejercicio de alumbramiento de un universo poético personal levantado desde la conciencia del transcurso sobre la paradoja del ser y el no ser, como en este fragmento de La quête de Bronwyn (1971):
el brillo de tu frente, de tus brazos,
tu blanco amanecer entre lo blanco.
Mi feudo está en el fuego de mi fe,
dulce niebla que das desde la nieve
los días, las diademas que perdías,
diademas de diamantes y de días.
Coronas y corolas son las olas
del mar de tu mirada murmurante.
Bronwyn, tu corazón es el Graal,
piedra de lo absoluto, piedra pura.
Pálida plata blanca como luz
celeste por los cielos de tu frente,
cisne de la locura de los cielos,
cisne de inmensidad en los anhelos.
Cisne de tu color de sólo cisne,
lis de tu claridad de sólo lis,
dulce alejas de mí la lejanía,
me dejas con mi voz que desvaría.
Ese despliegue metafórico es la base constructiva de una poesía febril y visionaria que establece un diálogo estremecido, doloroso o exaltado, con el mundo, en un experimento con la noción de límite, siempre entre lo órfico y lo apocalíptico, entre la realidad y la irrealidad, un conflicto que está en la raíz de esta poesía poderosa e irrepetible.
“¿Qué circunstancias han orillado la recepción de la obra de Cirlot? –se pregunta Elena Medel-. Rechazo la sensación de que se trate de un poeta inaccesible: no hablamos de un poeta fácil, desde luego, o al menos de un poeta transparente en una primera lectura, directo en su mensaje; pero los poemas de Juan Eduardo Cirlot sí transmiten un sentido en ese contacto inicial. No en vano, él insistió en la cercanía de sus temas: el amor y la muerte, la vida y la realidad. Su escritura pide un gesto al lector, el de la imaginación, y regala otro a cambio: el de la fascinación.”
Santos Domínguez