16/11/16

Novalis. La nostalgia de lo invisible


Antonio Pau. 
Novalis. 
La nostalgia de lo invisible.
Trotta. Madrid, 2010. 

“La fascinación que ha ejercido Novalis procede de su vida —una estrella fugaz—y de su obra —varios miles de fragmentos, dos novelas inacabadas y unos cuantos poemas—. Todo lo que se refiere a Novalis tiene la delicadeza de esas miniaturas que tanto gustaban en su época: mínimos pero nítidos perfiles con un bosque al fondo o unas ruinas, que cabían en un broche o una sortija. Todo es breve en la vida de Novalis: apenas veintiocho años sobre la tierra, una geografía minúscula —Novalis sólo conoció unos pocos pueblos de Sajonia—, unos cuantos amigos, unas cuantas páginas. Novalis, propiamente, lo fue sólo dos años, los dos últimos de su vida. Hasta entonces había sido Friedrich von Hardenberg, o Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, barón von Hardenberg, como dice la partida de bautismo que se extendió en la iglesia parroquial de Wiederstedt el 3 de mayo de 1772, un día después de su nacimiento”, escribe Antonio Pau en su biografía Novalis. La nostalgia de lo invisible, que publica Trotta en la colección La dicha de enmudecer.

Al igual que en las anteriores biografías de Rilke y Hölderlin, Antonio Pau reconstruye la obra y la vida de Novalis (1772-1801) con una visión transcendida en la creación literaria y en esa nostalgia de lo invisible que es el subtítulo de esta obra y el motor del pensamiento y la escritura de Novalis, un poeta prerromántico en cuya obra se dan cita la poesía y la filosofía, la ciencia y la religión para articular la búsqueda de lo absoluto que impulsa su actividad creativa:

“Su vida fue una búsqueda constante de lo absoluto. Ese absoluto que el hombre intuye entre lo efímero que le rodea. «Buscamos por todas partes lo absoluto —escribió Novalis—, y encontramos siempre y sólo cosas». Pero que sólo encontrara cosas no le desanimó. Lo que hizo fue ahondar en ellas, y lo hizo por dos caminos: el estudio de las cosas a través de la ciencia, y la búsqueda de su misterio a través de la poesía. Por eso, para Ntovalis, ciencia y poesía tienen una misma meta y al final confluyen. Al confluir levantan el velo que cubre la realidad, y las cosas aparecen como un receptáculo de lo absoluto. (...) Novalis era riguroso y preciso. Por eso escribió: «La exactitud científica es lo absolutamente poético».”

En Jena se relacionó con lo mejor del panorama cultural de su época: con Schiller, que sería su referente, más como modelo humano que como poeta; con el idealismo de Fichte, a cuyo pensamiento le añadió poesía; con Schlegel, que marcó decisivamente su concepción del mundo, la naturaleza y la historia.

Su obra mayor, los seis Himnos a la noche, que empezó a escribir a finales de 1799 y terminó a principios de 1800, están marcados por la muerte de Sophie, el amor de su vida, y “son –como explica Antonio Pau- a la vez, el relato de una experiencia íntima y una cosmología.”

Seis poemas visionarios de intensa musicalidad que consituyen una obra unitaria en la que la luz y la noche acaban confluyendo en una armónica exaltación de lo visible y lo invisible.

Como en las otras biografías de Antonio Pau, vida y literatura se van entrelazando y permiten leer este ensayo también como una antología esencial de la obra breve de Novalis, atravesada por la enfermedad e interrumpida por una muerte prematura, a los veintiocho años.

Así lo resume el biógrafo: “La vida y la obra, truncadas ambas, de Novalis, han quedado como esos torsos griegos a los que el tiempo ha mutilado con tanta belleza. Goethe vivió ochenta y  dos años de perfecta salud y dejó una obra impecable. Novalis vivió veintiocho, una gran parte enfermo, y sólo ha dejado fragmentos inconexos, novelas sin terminar y un puñado de poemas. Sin embargo, su vida y su obra tienen la misma perfección que las del viejo poeta ilustrado. La vida y la obra de Novalis parece que tenían que ser así, dolientes y mutiladas, para alcanzar la perfección que les correspondía.”

Dejó inacabada una novela, Heinrich von Ofterdingen, y los Fragmentos de Teplitz, donde cifró las claves de su idealismo mágico y de una concepción visionaria de la poesía como celebración del misterio, que resumió en afirmaciones como esta: Cada palabra es la palabra de un conjuro.


Santos Domínguez