Henry James.
Fantasmas.
Varios traductores.
Introducción de Leon Edel.
Penguin Clásicos. Barcelona, 2016.
“Los relatos de fantasmas de Henry James surgieron de esas experiencias familiares y de sus ocultos sueños e imaginaciones, de la idea del novelista de que el hombre mantiene cierta relación con unas fuerzas impenetrables y misteriosas que escapan a uno mismo, que escapan al control humano tal como habían escapado al control de su padre o de William. Eso lo llevó a escribir no solo relatos en los que aparecen fantasmas materializados, sino de otro tipo, al que describió como «horripilante» y «casi sobrenatural»”, escribe Leon Edel en su introducción a Fantasmas, el volumen que publica Debolsillo en su colección Penguin Clásicos.
Se reúnen en este volumen doce relatos fantasmagóricos de Henry James, desde el primer cuento de fantasmas que publicó, en febrero de 1860, La leyenda de ciertas ropas antiguas, en el que la rivalidad amorosa de dos hermanas con el telón de fondo del puritanismo estricto de Nueva Inglaterra tiene como centro un baúl de ropa que acaba siendo una caja de Pandora, hasta el último, El rincón de la dicha, de 1907, donde el espectro de un personaje en busca de sí mismo le sirve a Henry James para abordar el problema de la identidad.
Y entre esos dos límites, El alquiler del fantasma, en el que nos presenta una casa embrujada un narrador que sabe que no hay casas embrujadas, o el tratamiento irónico del tema del doble yo de Robert Browning en La vida privada, Doce relatos presentados por espléndidos análisis introductorios de Leon Edel y completados en un apéndice con un ensayo de 1910 sobre la vida después de la muerte.
Escritos con la prosa hipnótica y envolvente del mejor James, uno de los padres de la narrativa contemporánea, del escritor magistral que superó el realismo y se adentró en los abismos psicológicos de lo subjetivo, preside estos relatos su capacidad analítica, proyectada en la asombrosa variedad de enfoques y matices que recorre su obra.
Inquietantes o lúdicos, entre lo maligno y lo benéfico, conviven en ellos lo cotidiano y lo fantástico, la introspección y la fantasía, la sutileza en el análisis de los comportamientos y los personajes, el humor y la inteligencia. En los mejores, esos rasgos coexisten con el ejercicio de virtuosismo sobre el punto de vista; con la ambigüedad de las situaciones en medio del carácter opaco de la realidad, siempre entre la fantasía y la realidad, entre el misterio y la melancolía.
Henry James consigue así poner en primer plano y explorar luego la dimensión terrorífica de lo trivial desde una indeterminada frontera que se mueve entre la pesadilla y la imaginación mágica.
En estos textos está el Henry James más sutil y ambiguo, el autor refinado y magistral que controla todos los mecanismos del relato, juega con los narradores indirectos y bucea en lo más profundo de los personajes y en sus contradicciones, en la patología de la vida cotidiana, en las presencias fantasmales y en el terror que se instala en la existencia; el escritor que ahonda en la soledad y en la tristeza, en las ilusiones y en la fatalidad, en la soledad de los vivos y los muertos, en la melancolía y en el espejismo imaginativo; el Henry James experto en elipsis y dueño de una calculada técnica narrativa.
Entrar en un libro de Henry James es aceptar un reto de sutileza, inteligencia y humor para salir de él con sentimientos encontrados de satisfacción y perplejidad, porque el astuto narrador que aparece en su relatos siempre se guarda un as en la manga, un giro final inesperado para demostrar que es él quien manda.
Porque -concluye Leon Edel en su estudio introductorio- “sus relatos de fantasmas, incluso los que escribió maquinalmente para los números navideños de varias revistas, contienen una sensación de extrañeza, una evocación de un mundo impalpable, de espectros privados. El novelista aportó pocas situaciones nuevas en el ámbito de lo sobrenatural, no inventó ninguna aparición inquietante. No obstante, tomó este manido género y lo enriqueció de forma extraordinaria. Nos mostró que lo irreal y lo fantasmagórico se conectan en un centenar de puntos con la experiencia cotidiana, y atrajo a sus lectores al mundo misterioso de las apariciones diurnas mediante una sutil comprensión de lo que un contador de historias puede hacer por sus oyentes, como el narrador de Las mil y una noches. De forma extraña, consiguió que camináramos en su compañía, a la luz del día, en nuestra propia vida y con nuestros propios fantasmas.”
Santos Domínguez