Volvía del trabajo, al anochecer, cansado, casi enfebrecido, cuando se me ocurrió que me gustaría ser un animalillo silvestre, que sabría administrar esa vida simple, limpia de la confusión y el alboroto de las preocupaciones, que podría acomodar con facilidad mi conciencia a ese estado ideal. Como una bendición, alguien, lejos de escamotear mi deseo, me dio la forma de una criatura peluda y diminuta y me soltó en el bosque. Era, como vi después, una vida descorazonadora: no sentía interés por otra cosa que no fuera acarrear alimentos, avariciosa e infatigablemente, hasta mi agujero al pie del tronco de un árbol podrido; los límites de cada territorio desencadenaban continuos litigios entre los habitantes de la fronda; las voces de los pájaros me ensordecían; los parásitos habían invadido mi pelambre; los apareamientos resultaban tan gravosos como los espulgos; y mis ojos revolaban de pánico en sus órbitas cada vez que presentía a los rapaces. Aquel desconsuelo, por fortuna, no duró demasiado. Un día se acercó con sigilo un trozo de oscuridad y, aunque husmeé su hedor a distancia y oí luego las pisadas y los furiosos ladridos, apenas tuve tiempo de entrever sus dientes cerrándose sobre mí.
Ese espléndido relato, ‘Árboles al pie de la cama’, abre el Bestiario que Ángel Olgoso publica en Eolas Ediciones.
Es el primero del medio centenar largo de textos narrativos que el autor ha recopilado de entre los setecientos relatos que ha venido publicando durante cuarenta y cinco años para que formen parte de esta antología temática que tiene como eje el mundo de los animales reales o fantásticos.
Reorganizados en este nuevo conjunto, esos relatos dialogan entre sí de manera distinta a como lo hacían en el contexto de los volúmenes de los que proceden. Y aunque hay una palmaria unidad temática, hay también una evidente variedad genérica y tonal: del relato fantástico al de terror, de la sátira al humor negro, de lo onírico a lo filosófico, del microrrelato a la fábula, al cuento tradicional o a consejas circulares y perturbadoras como esta de ‘Hábitat’:
A las doce y veinte de un sábado soleado de octubre, contra un rincón de la cocina de su vivienda en un pueblecito cercano a la industriosa capital de la provincia, el hombre golpea a la mujer que castigará al hijo que dará una patada al perro que morderá al gato que perseguirá al ratón que abatirá a la cucaracha que atrapará al gusano que devorará al hombre.
Tras la libertad imaginativa y la potencia creadora de la palabra de Olgoso hay en estos relatos casi siempre -como en las fábulas clásicas y medievales- una voluntad alegórica que tiene como fondo continuo el sostenido propósito de reflejar la condición humana con sarcasmo o ironía a través de la mirada simbólica al mundo de los animales.
En la recopilación de entrevistas con autores de cuentos que Miguel Ángel Muñoz tituló hace diez años La familia del aire, le preguntaba a Ángel Olgoso por esta zoología fantástica que recorre sus relatos. Y en la respuesta, recuperada oportunamente como pórtico de este Bestiario, decía Olgoso que ese era “un tema característico de la literatura fantástica; eso sí, el paso de la humanidad a la animalidad y viceversa -y sus estados equívocos- es de los más estimulantes junto con los juegos temporales y el deslizamiento y confusión de planos distintos.” Y añadía que esa afición por el mundo animal era “una consecuencia de mi afán por contemplar la realidad desde otras perspectivas, por borrar la tenue silueta de la identidad entre las especies, por agotar las posibilidades narrativas. Creo que a estas alturas debo haberme encarnado ya en un buen número de animales, cada uno con su propia visión de la vida expresada en un castellano estólido o afrentoso, según la ocasión.”
Abre la edición un prólogo en el que Jorge Fernández Bustos destaca la importancia que tienen en estos relatos dos rasgos, la sorpresa y la capacidad metamórfica del narrador:
“El asombro —sobre todo la sorpresa final— es una característica esencial de todos los cuentos aquí reunidos, así como la alegoría continua, el exotismo puntual y el fino humor que a veces roza lo grotesco, cómo podríamos entender en algunas páginas de Cunqueiro o de Sánchez Ferlosio, entretejiendo un rompecabezas, formulando en cada corte una adivinanza, un enigma que no se desvela hasta el fin cual escorpión que mata con el extremo de su apéndice caudal.
Por lo demás, Olgoso es camaleón, mosca y cocodrilo; tigre, sapo y cucaracha; escualo, perro y ratón; abeja, colibrí y todo lo contrario; hasta llegar a una última entrega, llamada precisamente Bestiario que, en una declaración conclusiva y abnegada, viene a decirnos que todos somos monstruos, que irremediablemente somos, hemos sido y seremos animales.”
Santos Domínguez