13/6/22

Alberto Manguel. Leer imágenes


  Alberto Manguel.
Leer imágenes.
Una historia privada del arte. 
Traducido del inglés por Carlos José Restrepo.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.

“Las artes visuales son la escritura del mundo”, escribe Alberto Manguel en el preámbulo a la nueva edición de Leer imágenes, que aparece ahora, veinte años después de la original de 2002, en El libro de bolsillo de Alianza Editorial.

“Porque imaginamos el mundo antes de sufrirlo, porque reconocemos en nuestro entorno historias que también inventamos, porque damos al universo indiferente sentido narrativo y coherencia, nuestra especie puede definirse como animales lectores. Los paisajes, las constelaciones y las mareas, los estratos de las piedras y las vetas de la madera (como las que llamaron la atención de Kircher), se nos aparecen como mapas o ilustraciones deliberadas, relatos iconográficos de algo que aún no hemos desentrañado. Así con las obras de arte, así con las pinturas, esculturas, fotografías, obras arquitectónicas, videos, instalaciones..., toda la panoplia de las artes visuales imaginadas y por imaginar. […] Para el cerebro humano, nada debe quedar sin conexión. Toda imagen debe querer decirnos algo.”

Y por eso mismo -añade Manguel- “quien se halla frente a una obra de arte sólo puede hacer esto: dejarse contagiar por la pasión, quedar encantado (en el sentido sus de cuento de hadas de la palabra) y conceder una narración a la imagen.”

Y a ese fin se destinan las espléndidas páginas de este tratado de iconografía generosamente ilustrado en el que, de Caravaggio a Picasso, de Van Gogh a Masaccio o a la fotografía testimonial de Tina Modotti, se aborda la imagen como relato o como ausencia, como acertijo o como testimonio, como pesadilla o como reflejo, como violencia, como subversión o como filosofía, como memoria o como teatro, con una mirada que descifra sus claves o explora su pertenencia a una tradición a la que el espectador-lector se incorpora de forma privilegiada.

Desde la certeza de que toda composición iconográfica se sostiene sobre un impulso narrativo, Alberto Manguel afirma que “interpretar es dar orden, crear historias, inventar sentido. Las cuevas prehistóricas, con trozos de huesos y herramientas rotas, componen en nuestra mente una imagen de la vida social de nuestros antepasados; sus cementerios exhiben colecciones de objetos dispares –joyas, cerámica, juguetes– que deben haber pintado un retrato del difunto a los ojos de los antiguos dolientes. En algún momento de nuestra historia, estas cosas fueron recogidas con un propósito específico: ambición, curiosidad, un sentimiento estético, una búsqueda intelectual, y podrían haber proporcionado el punto de partida de la narrativa aún no imaginada. Objetos funerarios se convirtieron en obras de arte. El universo puede ser caótico, pero todo en él puede concebirse como ordenado”, porque “somos la única especie para la que el mundo parece estar hecho de historias.”

Una invitación a la lectura de las imágenes como la que reclamaba en 1676 Roger de Piles en su Cours de peinture par principes: “La pintura debe llamar al espectador... y el sorprendido espectador debe acudir a ella, como para trabar conversación.”

Este magnífico libro es también eso: una conversación en la que Manguel reúne la espacialidad de la imagen y la temporalidad del relato para explorar el mundo a partir de las imágenes plásticas (pintura, escultura, fotografía, arquitectura…) y para descifrar el sentido de esa peculiar escritura del mundo en la historia privada del arte que se evoca en el subtítulo del volumen, porque “cuando leemos imágenes les agregamos la temporalidad propia de la narrativa.”

En este monumental ensayo de historia cultural conviven Pollock y Joan Mitchell, El Bosco y Max Ernst, Tiziano y Rilke, Beckett y Velázquez, Blake y Stendhal, Bacon y Platón, Auden y Cocteau, Valéry y Aristóteles, Leonardo y Freud, Poe y Ortega y Gasset, Rembrandt y la Villa de los misterios de Pompeya para reflejar la complejidad descifrable del mundo:

Si el mundo es un libro (como reza la antigua metáfora), todo en él es texto, y cada página de ese texto lleva un sistema de signos que hay que descifrar. Leemos piedras y cristales, pero también selvas y ciudades, océanos y llanuras heladas, un afiche rasgado en una tela de Tapies y unas manchas de pintura en una de Jackson Pollock. En el libro del mundo ninguna página está en blanco, ya que, como confesó Mallarmé, incluso la blancura de la página intacta es llenada por el presunto y aterrado lector, ya que la mente reconoce en el vacío no el vacío sino la ausencia, lo que no está ahí, el texto aún no escrito, la región donde todo es posible.

Santos Domínguez