No sé cómo expresar lo que sentí entonces, la extraña mezcla de emociones que bullían dentro de mí al contemplar el mito viviente que tenía entre las manos, la llave de los secretos del universo. Durante años, este libro había aparecido en mis sueños y me había obsesionado en las horas de vigilia de tal modo que ahora apenas podía asir la realidad y tenía la impresión de que las palabras del enmarañado manuscrito cantaban en lugar de hablar. La vibrante majestuosidad del título resonaba como los acordes de trompetas celestiales, acompañada por la mundanal música de violines de su cauta advertencia. No pude evitar sonreír como un tonto ante el inexplicable milagro de la música del cielo y la tierra. Luego pasé las páginas y encontré el diagrama del universo, en cuyo centro estaba el Sol resplandeciente y eternamente inmóvil; entonces la música desapareció junto con mi sonrisa estúpida y me invadió una sensación nueva e inesperada: ¡la pena! Pena de que la tierra fuera destronada y desplazada hacia la oscuridad del firmamento, para moverse y girar a las órdenes de un mudo y tiránico dios del fuego. ¡Si, amigos, sufrí por nuestra destitución! Yo ya sabía que la teoría de Copérnico postulaba un universo heliocéntrico —todos lo sabían— y también había leído la manoseada copia del Commentariolus que tenía Melanchton. Además, como todo el mundo sabe, Copérnico no fue el primero en situar el Sol en el centro del universo. Sí, conocía desde hacía mucho tiempo las teorías de aquel prusiano, pero solo aquella mañana, en el castillo de Löbau, descubrí las verdaderas consecuencias de su cosmografía con una mezcla de horror y fascinación. ¡Amada tierra!, él te condenó para siempre a la oscuridad. Sin embargo, ¿qué importancia tenía aquello? Yo sé que el cielo siempre será azul, que la tierra florecerá en primavera y que este planeta continuará siendo el centro de todo lo que conocemos.
Es un fragmento de Copérnico, la primera de las las cuatro novelas históricas del irlandés John Banville, Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2014, que Alfaguara reúne en un volumen con el título Tetralogía científica, un conjunto que constituye una meditación novelada sobre la mente científica y su relación con el universo y el hombre a través de la astronomía moderna, entre el Renacimiento y la Ilustración.
Las tres primeras -Copérnico, Kepler y La carta de Newton- las escribió Banville entre 1976 y 1982. Se reunieron en la trilogía de las revoluciones y a esos tres títulos añadió en 1986 Mefisto.
Las cuatro novelas responden a un ambicioso plan intelectual de reconstrucción del contexto histórico, ideológico y científico en el que se desarrolla el genio investigador en busca de sentido a la realidad y a la existencia.
Las cuatro están escritas con una prosa cuidada y dotada de un extraordinario pulso narrativo, de atención al matiz descriptivo y al pensamiento y de una mirada profunda que indaga en la condición humana, en la fuerza invencible de creatividad, en los mecanismos mentales y en los conflictos morales de los personajes con su época.
Las cuatro reflejan a través de sus protagonistas la ambición para descubrir las claves del funcionamiento de la realidad y para revelar la luz frente al caos pese a la adversidad y la incertidumbre, cuando “la verdad era la música ausente”, como se dice en Kepler.
Las cuatro buscan el equilibrio entre la atención al personaje y al contexto, entre la documentación y la imaginación y reflexionan sobre la relación conflictiva entre la representación de la realidad y el lenguaje.
Un Copérnico que, en palabras de su ayudante Rheticus, “dio a conocer la música secreta del universo a un mundo que se revolvía en la ignorancia”, tímido y desconcertado ante la reacción adversa y las amenazas de la Iglesia frente a la búsqueda de una verdad cosmológica que rompió en el siglo XVI con las tinieblas medievales y con la astronomía ptolemaica, es el centro de la primera novela.
El conflicto entre ciencia y religión es también el telón de fondo de Kepler. La ambición de Kepler por descubrir “la solución del misterio cósmico”, por trazar una cartografía planetaria y astral es el eje de la segunda novela, que se acerca a la problemática existencia de Kepler y reconstruye su proceso intelectual desde la astrología, la magia y la cabala hasta los modelos matemáticos que sustentan la astronomía moderna y que culminan con la descripción de la órbita elíptica de Marte alrededor del sol.
La crisis personal tiene un papel decisivo en La carta de Newton, que tiene su eje en la carta a John Locke, expresión de la crisis nerviosa de Newton en el verano de 1693, paralela a la del profesor que lleva siete años intentando escribir su biografía (“Me fallan las palabras, Clío. […] He abandonado mi libro.”). Construida como una novela epistolar dirigida a Clío, la musa de la Historia, La carta de Newton se sitúa entre la historia y la contemporaneidad con un cruce constante del pasado del biografiado y el presente del biógrafo, que comparten crisis y fracasos. Con la Carta a lord Chandos de Hofmannsthal al fondo, La carta de Newton es un cuestionamiento radical de la posibilidad de representar la realidad y de reconstruir la historia desde la doble crisis de conocimiento científico y expresión literaria que une en un juego de espejos al escritor con Newton, porque “ hay tantas cosas inexpresables, todas las importantes.”
Mefisto es una recreación imaginativa y brillante del mito fáustico y el precio de la ambición científica y artística a través de la figura del narrador, Gabriel Swan, un matemático obsesionado con hallar en los números la clave del funcionamiento del universo, y del mefistofélico Félix. Más episódica que las tres anteriores, Mefisto es otra indagación en la voluntad de hallar sentido a la existencia, entre el pensamiento y la acción, entre la vida y el trabajo intelectual, para asumir finalmente el caos y el azar de la realidad: “Hubo azar al principio” es la frase con la que Swan comienza su relato. Y estas son las líneas que cierran la novela:
He vuelto al principio mismo, a las cosas más simples. ¡Simples! Me gusta eso. Esta vez será diferente, creo que será diferente. Ya no haré como antes. No. En el futuro, dejaré las cosas, procuraré dejar las cosas, al azar.