26/2/21

Francisco Brines. Todos los rostros del pasado


 Francisco Brines.
Todos los rostros del pasado.
Antología poética.

Selección y prólogo de Dionisio Cañas.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020.


Todos los rostros del pasado, difusos, bellos, han venido
con su pureza o su maldad
a liberarme de la tristeza en esta tarde.
Nada remuerde a la conciencia
si llevo la piedad a unos ojos terribles,
o a unas manos que sólo golpearon,
porque así me miren otros, con ojos arrasados,
sabiéndome también terrible y violento.
La pequeña emoción que voltean los pechos
a unos los enciende con el gozo
y a otros los condena con dolor profundo,
y el hombre no comprende el designio secreto de su naturaleza.


Del poema que comienza con esos versos en Palabras a la oscuridad toma su título la antología poética de Francisco Brines que publica Galaxia Gutenberg con selección y prólogo de Dionisio Cañas, que se ha propuesto con ella “ofrecer una lectura nueva y personal, exclusivamente relacionada con los textos de Brines, desde una perspectiva del siglo veintiuno.”

El tiempo y el paisaje, la memoria y el amor atraviesan la poesía de Francisco Brines, una de las voces poéticas imprescindibles que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegíaco, matizado a veces con algún acento hímnico o con impulsos epicúreos.

Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida.

La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen el centro espiritual de una poesía en la que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético y que el poeta ha resumido así: “El conjunto de mi obra es una extensa elegía.”

Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada de la materia existencial, como elaboración verbal de la sentimentalidad objetivada y de las sensaciones tamizadas por la inteligencia.

Así lo explica el propio autor: “La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.”

Esta antología traza una propuesta que destaca el contorno moral y biográfico de la poesía de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de luz y sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra, porque –como él mismo explica- “estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos.”

Esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, la memoria del tiempo fugaz y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven en la poesía de Francisco Brines y quedan reflejadas en todos sus matices en esta antología, una nueva puerta abierta al conocimiento o al reencuentro con su obra.

“Para mí -escribe Dionisio Cañas en el prólogo- todos los poemas de Brines son fundamentales y, por lo tanto, cualquier selección es arbitraria. Así, nosotros nos hemos limitado a seleccionar una cantidad de textos que respondían con fidelidad a la visión del mundo de toda la obra de Brines y no porque fueran estos más fundamentales que los que hemos descartado. Estamos convencidos de que los poemas reproducidos en esta antología representan una excelente muestra de toda la poesía escrita hasta la fecha por Francisco Brines.”

Como preámbulo de la antología figura El porqué de las palabras, un poema que podría tomarse como cifra significativa de su actitud ante la vida y la poesía:

No tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.

Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y así pude aceptar la cobardía porque era fiel y era digna del hombre.

Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es
                              remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.
No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan sólo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?
En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de lenta
reflexión y el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.

Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todo son gestos, muertes, son residuos.

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.

Santos Domínguez