Francisco Ayala.
Cazador en el alba.
Historia de macacos.
La niña de oro y otros relatos.
El libro de bolsillo.
Alianza Editorial. Madrid, 2020.
Todos sabemos que es peligroso, en los días de nieve, acercarse demasiado al oso hambriento de la peletería. Todos hemos seguido alguna vez por la carretera el rastro de una serpiente, hasta encontrar un neumático de bicicleta muerto, estrangulado en el borde. Todos nos hemos conmovido un poco ante esos grandes osarios de bombillas eléctricas, ante esos montones de escombros, de latas vacías, de botellas rotas, donde hay también un ramo de flores mojado y un peine sin púas.
Pero no todos han visto los latidos del cielo furioso, espoleado por los erizos brillantes que clavan en sus ijares largas espinas; ni oído a los gallos aldeanos cuando tocan diana con las agrias trompetas de la Caballería española. No todo el mundo ha saboreado la carne rosa de las auroras boreales –tan parecida al jamón de Chicago–, ni ha galopado hacia los amplios horizontes de azufre, en cuyo límite se deshilachan madejas de humo...
Así comienza Cazador en el alba, el texto que abre el volumen en el que El libro de bolsillo de Alianza Editorial reúne la totalidad de relatos breves de Francisco Ayala, junto con novelas cortas como esa, como Historia de macacos o El rapto.
En Cazador en el alba Ayala integró también el anterior El boxeador y un ángel en 1971, treinta años antes de la publicación de La niña de oro y otros relatos, con el que cerró su producción de relatos breves.
La calidad de la escritura vanguardista de esos dos primeros libros, que constituyen el primer periodo de su evolución literaria, lo convirtió tempranamente en uno de los mejores prosistas del 27. El despliegue metafórico, las perspectivas fragmentarias de influencia cinematográfica, el onirismo son algunos de los rasgos característicos de esa escritura vanguardista. Un conjunto de ocho textos, seis en El boxeador y un ángel, algunos de los cuales -Susana saliendo del baño y El gallo de la Pasión- se sitúan técnicamente muy cerca del poema en prosa, y dos en Cazador en el alba, el que da título al conjunto y el espléndido Erika ante el invierno.
Un cuarto de siglo después, en 1955, los relatos de Historia de macacos, precedentes casi coetáneos de sus dos mejores novelas, Muertes de perro y El fondo del vaso, reflejan la realidad histórica y social tras la experiencia del exilio y son una indagación en la conciencia, un ejercicio de ironía y de sátira sobre la condición humana y la vida contemporánea sobre el que flota ya de forma decisiva la influencia de la técnica narrativa cervantina con toques quevedescos, pinceladas goyescas o espejos deformantes valleinclanianos.
En el prólogo de 1993 a su Narrativa completa Ayala definía Historia de macacos como “una colección de cuentos varios, que refleja el humor amargo correspondiente al estado de ánimo en que a la sazón se hallaba quien los escribió y a la atmósfera espiritual que por aquellos años se respiraba. En cierto modo, esos cuentos preludian el tono de las dos novelas que seguirían, autónomas por muchos conceptos, aunque conectadas entre sí, Muertes de perro y El fondo del vaso.” Unidos por un mismo tono y porque ponen en su objetivo las debilidades humanas en el mundo contemporáneo, son seis relatos en los que conviven la lucidez y el desengaño, lo cómico y lo trágico, la anécdota trivial y la reflexión sociológica o filosófica, lo local -africano, europeo o americano- y lo universal en una perspectiva distanciada e irónica sobre la grotesca degradación del hombre. Tres de esos relatos están entre lo mejor del Ayala narrador: Historia de macacos, Encuentro y The Last Supper.
Llego a Nueva York, y en The New York Times del día encuentro una nota pintoresca que me divierte. Ese periódico suele traer una sección titulada «Diario metropolitano», donde recoge algunas de las anécdotas curiosas, diversas, divertidas y mínimas que el público remite acerca de cuanto puede verse y oírse en la abigarrada confusión de la gran urbe. En la nota que ha llamado mi atención, una lectora cuenta, según traduzco, lo siguiente: «La placa de matrícula de mi automóvil, regalo de mi esposo, lleva —con letras, en vez de los usuales números— el que ha sido nuestro lema desde que nos conocimos. Se lee en ella UNBELDI (en italiano, un bello día). El pasado domingo, yendo por la Segunda Avenida, un taxista me tocó la bocina y, emparejados nuestros coches ante la próxima luz roja, me preguntó: “¿De qué ópera?”. Con una sonrisa, le repliqué: “Madama Butterfly”. “¡Ah, sí: acto segundo!”, dijo. Con lo cual, cerrando su ventanilla, siguió adelante».
La minúscula anécdota podrá, o no, resultarle graciosa a mis lectores, pero a este escritor que soy yo, condenado por culpa del oficio a reflexionar con cualquier ocasión acerca de sus temas y técnicas, le ha suscitado algunas cuestiones que quizá sean de interés general para quienes se preocupen por los problemas literarios. Ante todo, he visto en ella el núcleo de un posible cuento, un relato de tono ligero, intrascendente en apariencia, cuya trama hace aflorar inesperadamente, dentro del impersonal anonimato de la gran ciudad, sentimientos y gustos muy personales, muy íntimos, que, activados por una respuesta, resplandecen en súbito y fugaz relámpago.
Así comienza Y va de cuento, el texto que abre a modo de prólogo” el amplio conjunto de relatos breves que Ayala reunió en 2001 bajo el título La niña de oro y otros relatos.
Organizado en dos partes (El prodigio y otras invenciones y Dulces recuerdos y otras ficciones), recoge veintiséis relatos muy diversos en técnica, tono, temática y estilo, porque fueron escritos entre 1942 y 1999. Muchos de ellos se habían ido publicando en revistas y fueron recogidos posteriormente en recopilaciones como El as de Bastos o De triunfos y penas.
Forman parte de ese conjunto, en el que conviven el tiempo y la memoria con la mirada crítica al presente, el cruce de perspectivas y la imaginación fabuladora, el humor y la sátira, la literatura y la realidad, algunos de los mejores relatos de Ayala: Violación en California (1961), con su magistral uso del diálogo y de la subjetividad como soporte de la narración; las excelentes variaciones sobre dos novelas cervantinas de El rapto (1965) o Glorioso triunfo del príncipe Arjuna (1980), inspirado en una antigua leyenda oriental y construido en forma dialogada. Es una serena reflexión sobre la conciencia de la vida y de la muerte, el poder y el dolor, la violencia y la renuncia en una síntesis que resume la mirada de Ayala hacia el mundo. Por esa razón, como si fuera la clave de bóveda de su narrativa, con ese relato se cierran todas las recopilaciones y antologías de sus relatos.
Por esa razón y por la propia voluntad de Ayala, que todavía en 1999 publicó su último relato importante, El filósofo y un pirata (Cruce de miradas), a la altura de los relatos más brillantes de toda su trayectoria narrativa y una demostración de su sostenida vitalidad creativa e intelectual. Comienza con estas líneas:
En los últimos años del siglo XVIII los azares de la vida habían llevado prudentemente al doctor Jean-François Dupont, un médico aficionado al estudio de la naturaleza humana, hasta tierras del remoto Oriente ajenas a la convulsión que por aquel entonces afligía a su amada patria. Su mente curiosa se divertía en observar allí con científica atención las costumbres de pueblos y gentes tan distintos, anotando en su cuaderno cuantas reflexiones le sugerían. Y cierta mañana, cuando paseaba con despreocupado descuido por una playa en los alrededores de Saigón, se vio sorprendido por un espectáculo que en el futuro debía dar base para algunas de sus más interesantes especulaciones. La noche antes, ya de madrugada, un barco pirata había sido capturado, y ahora, con loable celeridad, iba a procederse a la ejecución sumaria de los miembros principales de su tripulación: medía docena de fornidos jayanes, que ya estaban maniatados y puestos de rodillas sobre la playa, a la espera de que el sable del verdugo (o tal vez del jefe mismo de la gendarmería) les separase del tronco las siniestras cabezas.
En Cazador en el alba Ayala integró también el anterior El boxeador y un ángel en 1971, treinta años antes de la publicación de La niña de oro y otros relatos, con el que cerró su producción de relatos breves.
La calidad de la escritura vanguardista de esos dos primeros libros, que constituyen el primer periodo de su evolución literaria, lo convirtió tempranamente en uno de los mejores prosistas del 27. El despliegue metafórico, las perspectivas fragmentarias de influencia cinematográfica, el onirismo son algunos de los rasgos característicos de esa escritura vanguardista. Un conjunto de ocho textos, seis en El boxeador y un ángel, algunos de los cuales -Susana saliendo del baño y El gallo de la Pasión- se sitúan técnicamente muy cerca del poema en prosa, y dos en Cazador en el alba, el que da título al conjunto y el espléndido Erika ante el invierno.
Un cuarto de siglo después, en 1955, los relatos de Historia de macacos, precedentes casi coetáneos de sus dos mejores novelas, Muertes de perro y El fondo del vaso, reflejan la realidad histórica y social tras la experiencia del exilio y son una indagación en la conciencia, un ejercicio de ironía y de sátira sobre la condición humana y la vida contemporánea sobre el que flota ya de forma decisiva la influencia de la técnica narrativa cervantina con toques quevedescos, pinceladas goyescas o espejos deformantes valleinclanianos.
En el prólogo de 1993 a su Narrativa completa Ayala definía Historia de macacos como “una colección de cuentos varios, que refleja el humor amargo correspondiente al estado de ánimo en que a la sazón se hallaba quien los escribió y a la atmósfera espiritual que por aquellos años se respiraba. En cierto modo, esos cuentos preludian el tono de las dos novelas que seguirían, autónomas por muchos conceptos, aunque conectadas entre sí, Muertes de perro y El fondo del vaso.” Unidos por un mismo tono y porque ponen en su objetivo las debilidades humanas en el mundo contemporáneo, son seis relatos en los que conviven la lucidez y el desengaño, lo cómico y lo trágico, la anécdota trivial y la reflexión sociológica o filosófica, lo local -africano, europeo o americano- y lo universal en una perspectiva distanciada e irónica sobre la grotesca degradación del hombre. Tres de esos relatos están entre lo mejor del Ayala narrador: Historia de macacos, Encuentro y The Last Supper.
Llego a Nueva York, y en The New York Times del día encuentro una nota pintoresca que me divierte. Ese periódico suele traer una sección titulada «Diario metropolitano», donde recoge algunas de las anécdotas curiosas, diversas, divertidas y mínimas que el público remite acerca de cuanto puede verse y oírse en la abigarrada confusión de la gran urbe. En la nota que ha llamado mi atención, una lectora cuenta, según traduzco, lo siguiente: «La placa de matrícula de mi automóvil, regalo de mi esposo, lleva —con letras, en vez de los usuales números— el que ha sido nuestro lema desde que nos conocimos. Se lee en ella UNBELDI (en italiano, un bello día). El pasado domingo, yendo por la Segunda Avenida, un taxista me tocó la bocina y, emparejados nuestros coches ante la próxima luz roja, me preguntó: “¿De qué ópera?”. Con una sonrisa, le repliqué: “Madama Butterfly”. “¡Ah, sí: acto segundo!”, dijo. Con lo cual, cerrando su ventanilla, siguió adelante».
La minúscula anécdota podrá, o no, resultarle graciosa a mis lectores, pero a este escritor que soy yo, condenado por culpa del oficio a reflexionar con cualquier ocasión acerca de sus temas y técnicas, le ha suscitado algunas cuestiones que quizá sean de interés general para quienes se preocupen por los problemas literarios. Ante todo, he visto en ella el núcleo de un posible cuento, un relato de tono ligero, intrascendente en apariencia, cuya trama hace aflorar inesperadamente, dentro del impersonal anonimato de la gran ciudad, sentimientos y gustos muy personales, muy íntimos, que, activados por una respuesta, resplandecen en súbito y fugaz relámpago.
Así comienza Y va de cuento, el texto que abre a modo de prólogo” el amplio conjunto de relatos breves que Ayala reunió en 2001 bajo el título La niña de oro y otros relatos.
Organizado en dos partes (El prodigio y otras invenciones y Dulces recuerdos y otras ficciones), recoge veintiséis relatos muy diversos en técnica, tono, temática y estilo, porque fueron escritos entre 1942 y 1999. Muchos de ellos se habían ido publicando en revistas y fueron recogidos posteriormente en recopilaciones como El as de Bastos o De triunfos y penas.
Forman parte de ese conjunto, en el que conviven el tiempo y la memoria con la mirada crítica al presente, el cruce de perspectivas y la imaginación fabuladora, el humor y la sátira, la literatura y la realidad, algunos de los mejores relatos de Ayala: Violación en California (1961), con su magistral uso del diálogo y de la subjetividad como soporte de la narración; las excelentes variaciones sobre dos novelas cervantinas de El rapto (1965) o Glorioso triunfo del príncipe Arjuna (1980), inspirado en una antigua leyenda oriental y construido en forma dialogada. Es una serena reflexión sobre la conciencia de la vida y de la muerte, el poder y el dolor, la violencia y la renuncia en una síntesis que resume la mirada de Ayala hacia el mundo. Por esa razón, como si fuera la clave de bóveda de su narrativa, con ese relato se cierran todas las recopilaciones y antologías de sus relatos.
Por esa razón y por la propia voluntad de Ayala, que todavía en 1999 publicó su último relato importante, El filósofo y un pirata (Cruce de miradas), a la altura de los relatos más brillantes de toda su trayectoria narrativa y una demostración de su sostenida vitalidad creativa e intelectual. Comienza con estas líneas:
En los últimos años del siglo XVIII los azares de la vida habían llevado prudentemente al doctor Jean-François Dupont, un médico aficionado al estudio de la naturaleza humana, hasta tierras del remoto Oriente ajenas a la convulsión que por aquel entonces afligía a su amada patria. Su mente curiosa se divertía en observar allí con científica atención las costumbres de pueblos y gentes tan distintos, anotando en su cuaderno cuantas reflexiones le sugerían. Y cierta mañana, cuando paseaba con despreocupado descuido por una playa en los alrededores de Saigón, se vio sorprendido por un espectáculo que en el futuro debía dar base para algunas de sus más interesantes especulaciones. La noche antes, ya de madrugada, un barco pirata había sido capturado, y ahora, con loable celeridad, iba a procederse a la ejecución sumaria de los miembros principales de su tripulación: medía docena de fornidos jayanes, que ya estaban maniatados y puestos de rodillas sobre la playa, a la espera de que el sable del verdugo (o tal vez del jefe mismo de la gendarmería) les separase del tronco las siniestras cabezas.
Santos Domínguez