24/2/21

Los usurpadores. La cabeza del cordero


Francisco Ayala.
Los usurpadores.
La cabeza del cordero.

El libro de bolsillo.
Alianza Editorial. Madrid, 2020.

Tras un largo silencio narrativo, en 1949, diez años después del final de la guerra, Francisco Ayala publica casi a la vez dos colecciones de novelas cortas: Los usurpadores y La cabeza del cordero, que recupera ahora en un volumen El libro de bolsillo de Alianza Editorial.

Escritas sucesiva, casi simultáneamente, aunque con tonos y estilos muy distintos, ambas tienen como referente común el tema del poder y de la Guerra Civil. Los dos libros, complementarios entre sí, plantean una reflexión crítica sobre el presente desde el pasado, lejano en el caso de Los usurpadores, próximo en La cabeza del cordero, a través de una aproximación indirecta y parabólica a las causas y consecuencias de la guerra.

En el prólogo de Los usurpadores, que firma su heterónimo F. de Paula A. G. Duarte, Ayala revela el sentido del título y la línea temática que recorre los relatos del volumen cuando señala que “el poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación.”

Escritos con un estilo cuidado y deliberadamente arcaizante, que junto con su temática histórica permite conseguir un distanciamiento y un enfoque más objetivo, en ninguno de estos relatos hay una concepción escapista de la narrativa histórica. Al contrario, el propósito que los orienta es abrir vías que permitan comunicar pasado y presente en la exploración de la conflictiva condición humana, porque la historia sólo cobra sentido interpretada desde el presente y este a su vez queda iluminado por el pasado.

Ayala explicaba a propósito de estos relatos en su Carta literaria a Hugo Rodríguez-Alcalá que “cuando, pasada mi juventud, volví yo a producir obras de imaginación, la experiencia que debía elaborar era la de la Guerra Civil española sobre el fondo de la Segunda Guerra Mundial. Si para elaborarla elegí por lo pronto episodios del pasado histórico fue, claro está, para tomar distancia frente a esa experiencia y procurar desentrañarla, es decir, objetivarla en formas artísticas”.

La piedad y el desengaño, la violencia, la debilidad y la ambición de poder, el fanatismo o el vacío son algunos de temas y actitudes que recorren los ocho relatos de Los usurpadores. Hay entre ellos dos obras maestras indiscutibles, El Hechizado y El Inquisidor, que destacan en un conjunto de enorme intensidad narrativa que cierra el más antiguo de los textos, Diálogo de los muertos, de 1939, que es también el más directamente vinculado a la Guerra Civil y funciona como brillante epílogo del libro. Subtitulado Elegía española, se leen en ese magnífico texto pasajes tan potentes como estos:

No había nada por ninguna parte. Nada, sino silencio; un silencio húmedo que rezumaba, calaba hasta lo más hondo; un silencio que era la ausencia y el vacío de la atronadora refriega, ya pasada. No había nada, nada sobre la tierra... Bajo ella, muertos infinitos yacían en confusión, ahora casi tierra ya también ellos, y todavía lastimada humanidad, sin embargo; muertos preñados con el plomo de su muerte, muertos retorcidos en el horror de su martirio; muertos consumidos en la perfección absoluta de su hambre; muertos. Sepultados de cualquier modo, entre las raíces de los vegetales —entregados a esas garras ávidas, insaciables, vivificadas por la lluvia que había escurrido tan largamente por entre piedras y huesos.
Y los muertos, bajo la mudez angustiosa y como definitiva del mundo, entablaron un diálogo soterrado, sin comienzo ni final, ni acentos ni pausas; o quizá, mejor, tejieron una red de monólogos dichos en voz apagada y blanda como ruido de pasos sobre las hojas caídas en un sendero, sucias de barro y de invierno.
[...]
-La tierra ha quedado abandonada, sucia. Perros famélicos van de un lado para otro poseídos de su tristeza inefable; husmean; siguen huellas de personas que ya no existen; mastican interminablemente trapos negros manchados de barro; y luego, rendidos, se tienden con el hocico sobre las patas -desvelados, añorantes, alucinados, locos, sin amo, sin casa, sin sombra.
-Esa es la tierra que nos cubre. Y junto a ella, el mar oleaginoso, pesado, lame lentamente las orillas, denso de sales y yodos, siempre vomitando caracolas, lúbricas algas; siempre amenazando con devolver quién sabe qué; el mar plomizo, inerte, dormido, mudo, insinuante, amargo, irónico.
-Acaso hemos hecho estéril el suelo por cuyo amor dimos la vida, al sembrarlo tan copiosamente con la cal de nuestros huesos.
-Y si por rehacer el país lo hemos deshecho; si soñamos engrandecerlo y ha quedado encogida la pobre piel de toro, ¿no será también mentira la gloria del panteón inmenso? ¿No será sólo, en verdad, inmenso estercolero; y fingida no más la memoria de mármol y bronce?


Al frente de La cabeza del cordero, Ayala colocó un Proemio en el que, entre otras cosas, decía: “Viene este libro después de Los usurpadores, cuyas piezas proyectan sobre diferentes planos del pasado angustias muy de nuestro tiempo. Las novelas que integran el presente volumen acercan las mismas angustias a la experiencia viva de donde dimanan. Todas ellas contemplan la Guerra Civil española; todas, sí, incluso la primera, «El mensaje», que no alude para nada al conflicto y que hasta se supone discurriendo en época anterior a 1936. Pues el tema de la Guerra Civil es presentado en estas historias bajo el aspecto, permanente de las pasiones que la nutren; pudiera decirse: la Guerra Civil en el corazón de los hombres.”

La cabeza del cordero toma su título de una de las cinco novelas cortas que lo forman. Cinco narraciones que abordan la catástrofe desde un punto de vista ético y psicológico, no político ni bélico. Con lucidez crítica y un pesimismo que no renuncia a la compasión ni al análisis moral del conflicto, Ayala elabora en La cabeza del cordero cinco parábolas morales que afrontan las causas y los efectos de la Guerra Civil a través de las pasiones y comportamientos humanos en personajes marcados por el odio, la envidia y la violencia, la soberbia, el miedo o la desorientación.

La última de esas narraciones, La vida por la opinión, es de 1955 y se incorporó al conjunto a partir de la segunda edición del libro. Y aunque por su asunto corresponde al mundo temático de La cabeza del cordero, su tono desengañado y la irrupción del distanciamiento irónico vinculan ese relato al nuevo modo narrativo y a la nueva mirada que serían característicos de Ayala desde su libro siguiente, Historia de macacos. 
 
Santos Domínguez