Mario Vargas Llosa.
Tiempos recios.
Alfaguara. Madrid, 2019.
Con un título tomado de una carta de Santa Teresa ('¡Eran tiempos recios!'), la última novela de Vargas Llosa, que publica Alfaguara, comienza más que como una obra narrativa como un ensayo político sobre el poder de la United Fruit y la fuerza manipuladora de la propaganda, aunque fuera a partir de noticias falsas como las que provocaron el derrocamiento de Jacobo Árbenz, presidente progresista de Guatemala, en 1954.
Tramado por Eisenhower y ejecutado con apoyo de la CIA, aquel golpe encabezado por el coronel Castillo Armas, traicionado por los suyos y asesinado poco después, contó con el apoyo de otras dictaduras centroamericanas: la de Somoza desde Nicaragua y la de Trujillo desde la República Dominicana, con la complicidad de la iglesia guatemalteca y su cabeza visible, el arzobispo Mariano Rosell, pero -como se señala al final de la novela- tuvo un efecto indeseado:
Los tres coincidimos en que fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar ese golpe militar contra Árbenz poniendo de testaferro al coronel Castillo Armas a la cabeza de la conspiración. El triunfo que obtuvieron fue pasajero, inútil y contraproducente. Hizo recrudecer el antinorteamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los partidos marxistas, trotskistas y fidelistas. Y sirvió para radicalizar y empujar hacia el comunismo al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. Éste sacó las conclusiones más obvias de lo ocurrido en Guatemala. No hay que olvidar que el segundo hombre de la Revolución cubana, el Che Guevara, estaba en Guatemala durante la invasión, vendiendo enciclopedias de casa en casa para mantenerse.
Tiempos recios se inscribe en una línea narrativa que tiene en La fiesta del Chivo, sobre la dictadura de Trujillo en República Dominicana, su referente más próximo. Con ella guarda una evidente relación Tiempos recios, no solo por su temática y su ambiente, sino por el papel importante que desempeñan también aquí dos personajes que vienen de aquella novela: el dictador Trujillo y el asesino y torturador Abbes García.
Desde que Valle-Inclán sentó las bases de la novela de dictador latinoamericano con Tirano Banderas, la narrativa hispanoamericana ha ido explorando ese subgénero novelístico como testimonio y denuncia de la lacra histórica que ha asolado esos países casi desde la independencia en el siglo XIX.
Muertes de perro y El fondo del vaso, de Francisco Ayala; El Señor Presidente, de Miguel Angel Asturias; El recurso del método, de Carpentier; El otoño del patriarca, de García Márquez; Yo el Supremo, de Roa Bastos o La fiesta del Chivo son manifestaciones de la altura literaria de la novela de dictador.
Aunque inscrita en el mismo marco histórico de referencia, con golpes de estado al fondo, Tiempos recios no es estrictamente una novela de dictador. Es un viaje al centro de la maldad, al corazón de las tinieblas de un mundo turbulento de conspiraciones, corrupción y traiciones, una indagación en la importancia de la propaganda en el contexto de la Guerra Fría. Pero además, una historia que va más allá de un tiempo concreto y un lugar específico para trazar el diagnóstico global de la realidad latinoamericana a mediados del siglo XX.
Con una suma de ensayo, reportaje y novela, Tiempos recios es una reivindicación de la figura de Jacobo Árbenz y una novela histórica que por su solidez narrativa está muy por encima de las anteriores y decepcionantes Travesuras de la niña mala y Cinco esquinas.
Cimentada en una sólida documentación, pero con una utilización muy libre también de la invención y articulada en abundantes peripecias en torno a personajes reales o inventados como Marta Borrero, la Miss Guatemala que funciona como hilo conductor de la novela, Jacobo Árbenz, Johnny Abbes o Enrique Trinidad, que forman parte de una red de corrupción y conspiraciones sanguinarias en las que se ampara cualquier dictadura y de la sordidez de las relaciones entre supervivientes, asesinos o cómplices de una situación en la que es determinante la United Fruit, tan presente no solo en Centroamérica y el Caribe, sino en novelas como Cien años de soledad o la Trilogía bananera de Miguel Angel Asturias.
Una situación que, junto con la manipulación propagandística, está en la base de aquel golpe de estado contraproducente, porque provocó a mediados del siglo XX una reacción antiimperialista en gran parte del subcontinente:
Pero no menos graves fueron los efectos de la victoria de Castillo Armas para el resto de América Latina, y sobre toda Guatemala, donde, por varias décadas, proliferaron las guerrillas y el terrorismo y los gobiernos dictatoriales de militares que asesinaban, torturaban y saqueaban sus países, haciendo retroceder la opción democrática por medio siglo más. Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina. Jóvenes de por lo menos tres generaciones mataron y se hicieron matar por otro sueño imposible, más radical y trágico todavía que el de Jacobo Árbenz.
Santos Domínguez