13/1/20

Sidi. Un relato de frontera

Arturo Pérez-Reverte.
Sidi. 
Un relato de frontera.
Alfaguara. Barcelona, 2019.

Desde lo alto de la loma, haciendo visera con una mano en el borde del yelmo, el jinete cansado miró a lo lejos. El sol, vertical a esa hora, parecía hacer ondular el aire en la distancia, espesándolo hasta darle una consistencia casi física. La pequeña mancha parda de San Hernán se distinguía en medio de la llanura calcinada y pajiza, y de ella se alzaba al cielo una columna de humo. No procedía ésta de sus muros fortificados, sino de algo situado muy cerca, seguramente el granero o el establo del monasterio.

Con ese párrafo comienza Arturo Pérez-Reverte Sidi, la reciente novela que publica en Alfaguara sobre los primeros meses del destierro del Cid, la génesis del héroe y el origen de la leyenda de quien sabía que “nada se parecía tanto a una derrota como una victoria”.

La subtitula de manera significativa Un relato de frontera, no solo porque ese es el ámbito en el que transcurre la peripecia de la novela, la agitada zona fronteriza con el moro, sino porque se mueve también entre la ficción y la historia, entre el documento y la leyenda, en un territorio narrativo en el que Pérez-Reverte se siente especialmente cómodo, por lo que “con la libertad del novelista, combino historia, leyenda e imaginación”, como señala en la nota previa.

Construida con la agilidad y la eficacia narrativas características del autor, Sidi es una novela centrada en el comportamiento moral de unos personajes profundamente individualizados más que en las hazañas bélicas de un protagonista hábil, complejo y poliédrico, caído en desgracia y obligado por las circunstancias a sobrevivir mediante incursiones y saqueos, al frente de una mesnada de unas pocas decenas de leales en la que el lector queda enrolado desde los primeros párrafos de la novela y sobre la que el Cid -castellanizacion del Sidi (Señor) árabe- ejerce el arte del mando, que ha aprendido a base de conocer la naturaleza de los hombres:

Ruy Díaz observaba a los suyos: rostros curtidos de viento, frío y sol, arrugas en torno a los ojos incluso entre los más jóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que se persignaban antes de entrar en combate y vendían vida y muerte por un salario. Profesionales de la frontera. No eran malos hombres, concluyó. Ni tampoco ajenos a la compasión. Sólo gente dura en un mundo duro.

Por encima de las peripecias externas propias de la novela de aventuras, el centro de interés de Sidi enfoca la dignidad de un personaje en el que conviven la altura del héroe y la cercanía del superviviente en condiciones adversas, del guerrero que muestra su enorme capacidad de liderazgo sobre una hueste que vive cada batalla como una experiencia al límite de la vida o la muerte y le sigue con la solidaridad de quien se identifica con la víctima de una injusticia, la del rey Alfonso VI, que le ha expulsado de Castilla: 

-Sabes mandar -le dice Mutamán, rey moro de Zaragoza-. Renuncias a privilegios que te corresponden: duermes como todos, comes lo que todos, te arriesgas con todos. Jamás dejas a uno de los tuyos desamparado, si puedes evitarlo... ¿Estoy en lo cierto?
Encogió los hombros Ruy Díaz, con desgana. Nadie podía ignorar la pregunta de un rey.
-Quien no tiene consideración por las necesidades de sus hombres -repuso tras pensarlo un momento- no debe mandar jamás. Nadie como ellos es sensible a la atención de un jefe.
-Por eso tu gente, y ahora la mía, se hace matar por una palabra o una mirada tuyas.
-Todos son hombres valerosos.”

Porque, como en el Cantar de Mio Cid, Ruy Díaz, acompañado siempre de su lugarteniente Minaya Álvar Fañez, es un soldado de fortuna preocupado por el botín de guerra, un guerrero que se mueve en un territorio incierto desde el punto de vista político y moral, en una tierra de nadie en la que vale todo y las alianzas cambiantes responden a circunstancias estratégicas más que a razones ideológicas. 

Narrada con oficio y talento en el tono de un western crepuscular, Sidi se centra en la figura de un personaje en el límite de situaciones bélicas extremas como las que conoció el autor en su época de reportero de guerra. Un personaje que pertenece a esa "chusma de frontera" a la que se refiere despectivamente Berenguer Remont, el conde de Barcelona, en el irónico final de la novela, después de la batalla de Almenar, en la que el Cid, al servicio del rey moro de Zaragoza, le había derrotado:

-Soy Berenguer Remont, segundo de mi nombre, conde de Barcelona, de Gerona, de Ausona y Vich -dijo con la voz quebrada de cólera.-¿Comprendes?
-Comprendo.
-Estoy en los anales de la historia, como lo estuvieron mi abuelo y mi padre, y como lo estarán mis hijos y mis nietos... Pero tú acabarás pudriéndote al sol en cualquier oscuro combate, ahorcado y pasto de los cuervos, cargado de cadenas en los sótanos de un castillo... Se borrará del mundo lo que eres y lo que fuiste.
[...]
-¿Oyes lo que te digo, Ruy Díaz?... Dentro de unos años nadie recordará tu triste nombre.
[...]
-Probablemente, señor -dijo-. Probablemente.

Santos Domínguez