6/1/20

Campos Reina. Parques cerrados



Campos Reina.
Parques cerrados.
Debolsillo. Barcelona, 2019.

Parques cerrados tituló Campos Reina (1946-2009) el primer poema que escribió, que abre su poesía completa, uno de los tres volúmenes que se reúnen en el estuche que publica Debolsillo con el título de ese poema para ofrecer una muestra significativa de su obra plural y su escritura polifacética cuando se cumplen los diez años de su desaparición: dos inéditos, la Poesía completa y el Diario del Renacimiento, y la reedición del ensayo De Camus a Kioto, que apareció un año después de su muerte.

Fundamentalmente novelista, aunque frecuentó también la poesía y el ensayo, la poesía completa de Campos Reina, inédita y dispersa hasta ahora en revistas y antologías, la componen dos libros, Seppuku, que alude al rito suicida del harakiri, y El quinto jinete, un recorrido lírico por Oriente y la Grecia clásica, por Italia, África y América.

Completan el volumen las prosas poéticas de Visiones de las Quebradas, Las noches de Li Bao y El viajero, en donde se transmuta en un Ricardo Molina que acaba sabiendo que ha muerto. Organizado en diez secciones, la última termina con estas líneas casi premonitorias de su propia despedida:

Camino sin norte, en despedida, por las calles. Qué descanso haber sido. A poco, diviso las luces del Círculo de la Amistad y observo a unos seres solitarios tras la pecera; la cadencia de unas miradas perdidas, demorándose en los rincones. Pulso imperceptible, gestos, silencio. Cierro los ojos.  Aspiro hasta llenar los pulmones y doy el salto. Desde la altura, domino la luminaria de la ciudad, el río. Y veo por un instante flotar mi vida, apenas una pavesa al viento, reflejada en las páginas de un libro. A la espera de alguien que la reviva en su pecho, en un latido.

Publicado póstumamente en 2010, De Camus a Kioto es una colección de ensayos escritos desde el deslumbramiento por la cultura japonesa en los que Campos Reina indaga en los vínculos entre la civilización oriental y la arábigo andaluza y la cultura occidental. 

El punto de partida es una reflexión de Camus sobre el suicidio como problema filosófico en El mito de Sísifo y a partir de ahí Campos Reina se adentra en la disciplina vital del samurai y en la dignidad de su código ético, pero sobre todo en la red de relaciones entre Oriente y Occidente: entre Van Gogh y su búsqueda de la luz y el elogio de la sombra de Takinazi; entre Rilke y Mishima; entre Carpentier y Kawabata.

El paralelismo entre el Japón de los samuráis y el Barroco español, la relación entre Los pasos perdidos de Carpentier y La casa de las bellas durmientes de Kawabata o la vinculación entre el conquistador y el samurái, entre la tauromaquia y la ceremonia del té o entre las geishas y el flamenco son otros aspectos que abordan otros capítulos de este ensayo que propone una mirada desde el otro lado del espejo para entender mejor la tradición oriental y para reinterpretar la tradición occidental desde otra perspectiva.

Y, quizá lo más valioso del ensayo, escritas con la cuidada prosa de Campos Reina, con sutileza y hondura, con una difícil mezcla de razón y emoción, de ética y estética, de pensamiento y sensibilidad, hay estupendas páginas sobre Rilke y la poesía como experiencia abisal, sobre María Zambrano y la luz en los claros del bosque, sobre Peter Handke y el Ensayo sobre el jukebox o sobre Lezama Lima y El pabellón del vacío.

Ignoro si existe para mí el futuro, y, por ello, debo consagrarme a un presente que es lo que más amo. Porque sé lo que significa el dolor, también sé dejarme invadir por la vida. La felicidad es una quimera; pero no lo es la dicha de gozar como esos insectos patinadores de los estanques o los abejorros en primavera. ¿Qué importa que no haya un mañana para nosotros si disponemos de la inmensidad que nos brinda un día, del tránsito del sol desde que se levanta hasta que se pone?

Con esas líneas cierra Campos Reina su Diario del Renacimiento, tercero de los volúmenes incluidos en el estuche Parques cerrados. Lo fue elaborando mientras escribía su magnífica Trilogía del Renacimiento, publicada también por Debolsillo y formada por las novelas Un desierto de seda, El bastón del diablo y La góndola negra.

Lo había empezado el 4 de marzo de 1989, a la vez que Un desierto de seda, primera novela de la trilogía -que en algunos momentos se planteó como tetralogía o cuarteto o como Trilogía de la Decadencia-, y dejó escrita esa última anotación el 14 de febrero de 2001.

Se trata de un diario discontinuo que es “el reflejo de la andanza, paralela en el tiempo, que va desde el principio hasta el fin de la redacción de la Trilogía del Renacimiento, de una etapa que nunca supe si podría rematar, y a la que he tenido la suerte de unir el díptico La cabeza de Orfeo (que integra las novelas Fuga de Orfeo y El regreso de Orfeo) iniciado y concluido entre el comienzo y la terminación del Diario del Renacimiento. En suma, las cinco novelas de la saga de los Maruján”, como señaló Campos Reina en la Breve reseña de mi vida que abre esta primera edición de unos materiales inéditos que son el testimonio de sus procesos creativos y de su relación con la escritura y la vida o con temas vertebrales en su obra, como el amor y la muerte.

Porque si en esa última anotación hay una afirmación de la vida desde la conciencia de la muerte próxima, ya en la primera aparecía la angustia ante la muerte:

La muerte es, sin duda, la responsable de todo. Desde que en 1986, el año del cometa, la vi tan cerca, se me ha perfilado el rostro. Mi cuerpo se ha descarnado, se ha deshecho de un sobrante y me ha dejado con las angustias que me acosan.

Recorre estas páginas su relación con el dolor y la enfermedad, la incertidumbre ante el acoso de su salud precaria, la reflexión sobre lo que lee, lo que ve y lo que escucha, la lucidez creativa del escritor consciente de que la primera novela de la trilogía “encierra ya mi universo literario” y determinado a que “en realidad toda mi carrera literaria se iba a resolver en una especie de radiografía de mi entorno, ampliado en círculos concéntricos.”

La soledad del campo en Las Quebradas, en Puente Genil, tan propicio a la escritura, y las ciudades -Málaga y Sevilla, Madrid y Barcelona, Viena y Florencia- son el telón de fondo sobre el que se dibuja la personalidad literaria y la actitud vital de un escritor que hizo de la literatura una constante afirmación de independencia que se resume en estas palabras:

Es preferible ser un escritor marginal a un escritor bastardo. Tarde o temprano, la calidad halla su espacio y la mediocridad el suyo.

Se recupera así una obra imprescindible de la que forman parte también Dulces tormentos, otro estuche que reunía en tres volúmenes parte de su obra narrativa y ensayística, y La cabeza de Orfeo, un ciclo de dos novelas cortas y urbanas ambientadas en la Sevilla del franquismo.


Santos Domínguez