6/10/17

Lêdo Ivo. Réquiem

Ledo Ivo.
 Réquiem.
Traducción y prólogo de Martín López-Vega.
Edición bilingüe.
El Gallo de Oro. Bilbao, 2017. 

Aquí estoy, aguardando el silencio.(...) Ahora la noche desciende para siempre, escribe Lêdo Ivo en dos versos del comienzo de Réquiem, que publica El Gallo de Oro en versión bilingüe con traducción y prólogo de Martín López Vega, que lo sitúa como “la cima de la obra poética de Lêdo Ivo, resumen de sus temas y obsesiones, veta mayor de su mina inmensa.”

Lo escribió entre 2004 y 2006, tras la muerte de su mujer, convencido ya de que “el tiempo no volverá a ser celebrado / entre las constelaciones.”

Réquiem es un poema largo organizado en ocho partes y escrito desde el no lugar de una isla, desde el lugar de agua y tierra de la infancia, desde el tiempo efímero de la memoria que invade la muerte destructora del sueño y de la identidad:

No sabemos dónde estamos. No sabemos qué somos. 
No sabemos nada, más allá de que una noche 
pura y vacía nos aguarda.”

Entre la elegía -¿Dónde están…?- y el himno -Felices quienes parten-, entre la celebración y el lamento, conviven en estos versos lo que nace y lo que muere, el día y la noche final, la fusión con la naturaleza y la disolución en el tiempo circular (el día más largo del hombre / dura menos que un relámpago), la lluvia sobre el mar blanco y el silencio del mundo, la imagen reveladora y la reflexión desengañada: cuanto perdí, lo perdí para siempre.

En esa coexistencia desgarrada de la vida y la muerte, de la luz y la sombra, Réquiem, el último libro de Lêdo Ivo es, como señala López-Vega- “mucho más que un testamento, porque es, sobre todo, un sutil libro de instrucciones de la vida.”

Cierra la edición un doble epílogo: un texto de su hijo, Gonçalo Ivo (El día más largo del hombre) y un ensayo en el que Edgar Lyra hace una lectura de este poema como “un diálogo impresionante con la muerte.”

Así termina ese diálogo:  

Ahora el silencio del mundo lacra mi alma. 
El rosáceo rayo de la rosácea alborada 
apunta hacia la noche oscura. 
De mí mismo alejado por la muerte, 
esa concha que no guarda el ruido del mar, 
aquí termina, en el lodo negro de los pantanos, 
mi largo caminar entre dos nadas.
Santos Domínguez