Manuel Azaña.
A la altura de las circunstancias.
Escritos sobre la guerra civil.
Selección, edición y prólogo de Isabelo Herreros.
Coordinación de José Esteban.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016.
La lucidez y la desolación caracterizan la voz de Manuel Azaña en A la altura de las circunstancias, la segunda antología de sus escritos sobre la guerra civil que publica Reino de Cordelia coordinada por José Esteban y preparada y prologada por Isabelo Herreros, que señala en la introducción que “al cumplirse ochenta años de aquella tragedia colectiva, de cuyos efectos aún permanecen heridas abiertas y páginas a la espera de ser leídas, las palabras de Manuel Azaña nos llegan desde la soledad de su escritorio, a la busca de un lector que entienda y participe del drama interior de un intelectual, presidente de un país en guerra, convencido de que sea cual sea el desenlace del drama, las secuelas en el cuerpo social de la nación permanecerán varias décadas, además de la ruina y la destrucción que ha asolado el país.”
Los partidos políticos y los sindicatos, los militares leales a la República, los desastres de la guerra, Franco y la ‘cruzada’, además de sus cuatro discursos a los españoles en guerra y una carta desde el exilio a su amigo Angel Ossorio son los apartados que vertebran esta antología que recoge fundamentalmente los textos del diario conocido como Cuaderno de La Pobleta, que redactó en una masía de la sierra de Valencia desde mayo hasta diciembre de 1937, cuando Valencia era la capital de la República que presidía y que cada vez estaba más claro que iba a perder la guerra.
Desde Lluís Companys a Casares Quiroga, desde Alcalá-Zamora a Besteiro, Largo Caballero o Indalecio Prieto; desde Miaja a Vicente Rojo, desde Antonio Machado a José Ortega y Gasset, desde Franco a José Antonio a Mola, estas páginas contienen una reflexión amarga sobre la situación de España, sobre el papel de las potencias internacionales, sobre los crímenes de los sublevados y sobre los asesinatos incontrolados en zona republicana.
Y, a veces, entre el análisis del político y la reflexión del intelectual, el desahogo literario de quien fue además un espléndido prosista, como demostró en El jardín de los frailes o en este texto, La calma de La Pobleta, que escribió el 17 de octubre de 1937:
Hoy al mediodía he salido al jardín, con el propósito de leer a la sombra de un árbol. Imposible. La embriaguez de la mañana me ha quitado la atención, y luego el deseo. Decimos que es otoño, porque no hace calor. Pero hay un sol deslumbrante, y como un trabajo profundo, invisible, de germinación y crecimiento. Densidad de primavera. Aromas fuertes, de resina y flores. Un vientecillo ágil. Revolotean sobre las dalias encarnadas dos mariposas. Un labrador ara en los bancales y canta a grito pelado. La tierra está blanda, migosa, suave. Después, silencio, calma luminosa. Acordes de silencio y luz. No sé qué sentido capta una vibración, ni luminosa ni sonora. Imposible adaptarse a un ritmo. Se escapa, se va. Me deja atrás, se va uno de fondo, como piedra…
Santos Domínguez