Blaise Pascal.
Tratados de la desesperación.
Edición de Gonzalo Torné.
Hermida Editores. Madrid, 2016.
Que algo sea incomprensible no significa que no exista. Que algo no pueda imaginarse no quiere decir que no exista. Así los números infinitos, así el espacio infinito, escribía Pascal en uno de los apuntes que publica Hermida Editores con el título Tratados de la desesperación, de cuya edición se ha ocupado Gonzalo Torné.
Es una antología de los Pensamientos que –explica la Nota editorial- “se ha elaborado siguiendo dos criterios: en primer lugar se han seleccionado aquellos pasajes de Pascal que destacaban por su carácter aforístico, y en segundo lugar aquellos que se alejaban de la historia de la religión y de la controversia estrictamente teológica para desembocar en lo que, de manera general, se podría llamar la «cuestión existencial».”
“Nadie como Pascal -señala Gonzalo Torné en su prólogo- nos estremece con la idea de que se nos ha concedido una conciencia que busca como una luz débil y enferma cosas que puede intuir pero que no puede entender. Nadie como Pascal ha señalado que cada hombre dispone de una conciencia plena y madura, que se siente centro de un universo que no se estremecerá más que en el círculo de los conocidos más cercanos cuando seamos suprimidos.”
Pero –añade- “nadie como Pascal nos ha hecho sentir el terror de, salvo intervención milagrosa, nuestra futura desintegración en la nada. El caso es que Pascal creía en los milagros. Pascal es un creyente.”
Sus Pensamientos son apuntes, sentencias, aforismos, esbozos de capítulos, destinados a un tratado -Apología de la religión cristiana- que no llegó a articular por su temprana muerte. Y paradójicamente ese fragmentarismo de la obra inacabada le sitúa en el canon de la forma breve de los moralistas franceses, que no tenía nada que ver con su proyecto inicial, pero fue el terreno desde donde ejerció una enorme influencia en la literatura posterior.
Desde su crisis personal en noviembre de 1654, Pascal hizo de la religiosidad –encauzada en la espiritualidad jansenista de Port-Royal y enfrentada a la defensa del libre albedrío de los jesuitas- el eje de su vida y su obra. Y desde ese territorio organizó la materia argumental de los apuntes recogidos en este volumen: la reflexión sobre la frágil condición humana –un junco que piensa, una criatura perdida en una esquina insignificante de la naturaleza, bajo el aterrador silencio de los espacios infinitos.
Precursor del existencialismo contemporáneo, Pascal habla de un mundo sin Dios y de la pequeñez del hombre consciente del absurdo. Y lo hace desde la fe desgarrada ante las dudas, desde una fe vivida que se anticipa a Kierkegaard en dos siglos.
No era más que una estrategia agresiva –no muy diferente en su actitud de fondo al terror jesuítico de los ejercicios ignacianos-; una estrategia que pone un señuelo sombrío para acabar defendiendo la existencia de una divinidad que ordena el caos y da sentido a la existencia del hombre, marcada por el absurdo de la vanidad y la codicia, por la relación conflictiva entre la pasión y la razón, entre la imaginación y el pensamiento.
Pascal escribió en un momento de crisis del racionalismo y esa circunstancia le sitúa como profeta de un tiempo posterior –el siglo pasado- en el que esa crisis se reaviva. Eso explica su influencia en el Eliot más sombrío y en el Beckett más consciente del absurdo de la existencia, en Kafka o en Joyce, como recuerda Gonzalo Torné en su prólogo.
Entre el terror -¿Qué otra cosa es el hombre sino un sujeto colmado de un terror natural del que no puede desprenderse?- y el vacío, entre la perplejidad y las dudas -Este y no otro es nuestro verdadero estado: nuestra incapacidad para conocer algo con absoluta certeza combinada con nuestra incapacidad de ignorar algo completamente. El ser humano se agita en una zona intermedia, siempre suspendido en seguro; vivimos moviéndonos de un lado a otro, sin llegar a ningún puerto-, la exploración de la condición humana es en Pascal una formulación de las limitaciones y la desorientación del hombre:
Es incomprensible que Dios exista. Es incomprensible que Dios no exista. Es incomprensible que el alma y el cuerpo convivan. Es incomprensible que el cuerpo no tenga alma. Es incomprensible que el mundo haya sido creado. Es incomprensible que el mundo no haya sido creado. Es incomprensible que hubiese un pecado original. Es incomprensible que no hubiese un pecado original.
Santos Domínguez