John Russo.
La noche de los muertos vivientes.
Traducción de Hernán Sabaté.
Prólogo de George A. Romero.
Hermida Editores. Madrid, 2016.
¿Qué podríamos aprender de los muertos si éstos tuvieran los medios para regresar a nosotros? ¿Si volvieran de la muerte? ¿Serían amigos? ¿O enemigos? ¿Podríamos enfrentarnos a ellos, nosotros que..., nosotros que jamás hemos vencido nuestro temor a afrontar la muerte?, escribe John Russo en la primera secuencia narrativa de La noche de los muertos vivientes, que edita Hermida Editores en su colección La Caja de Pandora.
Russo la publicó como novela en 1974, con prólogo de George A. Romero, que había dirigido la película seis años antes e intervenido junto con él en un guión inspirado en Soy leyenda, de Richard Matheson.
La transcendencia de la película está fuera de duda. La noche de los muertos vivientes inauguró un nuevo género, el de los zombies, cuyas secuelas más recientes llegan a The Walking Dead; elevó el nivel de una película de serie B hasta la categoría de clásico, y sobre todo actualizó el terror trasladándolo de los ambientes góticos o expresionistas europeos al presente norteamericano.
Se pasaba así de Transilvania a Pensilvania, de la capa del vampiro al zombie en albornoz, del vuelo de los murciélagos a un fondo sonoro de grillos en el campo, alrededor de una granja abandonada donde siete personajes resisten la invasión de los muertos vivientes –esas cosas- , un ejército de resucitados caníbales que asesinan en masa y provocan primero la perplejidad y luego el caos en el tercio este del país.
Narrada con frialdad distante y rodada casi como un documental, asoma en su trasfondo -y ahora, con la perspectiva de los años se ve mejor que entonces- el panorama problemático de la sociedad estadounidense de los 60: los conflictos raciales, los cambios de modelo familiar, la prevención ante las masas o la ineficacia de la administración para proteger la seguridad de los individuos.
Santos Domínguez