Soledad Galán.
El diablo en el cuerpo.
Grijalbo. Barcelona, 2015.
Fue la de los tristes destinos, la reina castiza con cetro, chulo y corona cuyos ardores venéreos inmortalizaron los hermanos Bécquer en 89 acuarelas de Valeriano sobre el guión de Gustavo Adolfo.
Con la misma crudeza, ahora Soledad Galán relata sus borbónicas efusiones amorosas en El diablo en el cuerpo, una novela que publica Grijalbo y que tiene como centro aquella corte de los milagros que era un malogrado taller de construcción de príncipes.
¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?, se pregunta Isabel II en esta narración escrita en primera persona y después de muerta, desde el purgatorio donde espera a que me emperejile las penas, a fin de hallarme limpia de mancha ante San Pedro.
Y porque su real consorte Francisco de Asís -Paco Natillas en la hiriente copla popular que lo evocaba orinando en cuclillas como las señoras; Paquita en boca de la reina- no cumplía el débito – Paquita no podía. Paquita no iba a poder- la soberana de su cuerpo – húmeda, dúctil, serpentina- calma sus fuegos eróticos con su general bonito, Serrano, el primero y el mejor de sus amantes, y con una larga sucesión de cuerpos que la reina rememora con desvergüenza y sin remilgos cortesanos, con un estilo que reproduce su desinhibida manera de comportarse:
Con todas las urgencias de adentro del cuerpo que no se le consienten a una hembra, y menos a una soberana, me volví una mujer serpiente. Podría entonces haberme matado con una cocción de fósforo; sin embargo, no me di al suicidio. Yo doña Isabel II, me di. A todo y a todos.
Una novela atrevida y directa que habla también de la libertad de una mujer y de su rebelión frente a las ataduras morales y los prejuicios sobre el fondo agitado de la España del siglo XIX.
Santos Domínguez