Peter Mendelsund.
Qué vemos cuando leemos.
Traducción de Santiago del Rey.
Seix Barral. Barcelona, 2015.
En su colección Los tres mundos Seix Barral publica Qué vemos cuando leemos, un asombroso libro, repleto de ilustraciones y de reflexiones sobre la lectura, de Peter Mendelsund, uno de los más prestigiosos diseñadores de portadas del mundo.
Una fenomenología con ilustraciones, como indica el subtítulo, que toma como punto de partida y como hilo conductor esta cuestión:
¿Qué vemos cuando leemos?
(Además de palabras sobre la página.)
¿Qué nos figuramos en nuestra mente?
Nos imaginamos que la experiencia de leer es como la de ver una película. Pero no es eso lo que ocurre, de hecho: leer no es eso, ni se parece a eso.
Porque la imaginación lectora es fundamentalmente visual, está construida sobre las imágenes que pasan por la mente del lector mientras lee. Pero esa imaginación visual, que se nutre de la experiencia y la memoria de cada persona, mira más hacia dentro que hacia fuera, usa el ojo interior del que hablaba Wordsworth y crea imágenes propias de cada individuo.
Los personajes literarios -explica Mendelsund- son físicamente imprecisos: sólo poseen unos pocos rasgos, y esos rasgos apenas parecen importar, o, mejor dicho, sólo importan en la medida en que contribuyen a refinar el significado del personaje. La descripción de los personajes es una especie de demarcación. Los rasgos del personaje contribuyen a trazar sus límites, pero esos rasgos no nos ayudan a imaginar realmente a una persona.
Por eso pocos lectores se plantean de qué color eran los ojos de Mme. Bovary o cómo tenía el pelo Ismael, el narrador de Moby Dick. Y por eso la reconstrucción del retrato robot de Ana Karenina que se nos presenta en una ilustración del libro a partir de programas manejados por la policía nos devuelve unos rasgos que no coinciden con los que le habíamos atribuido como lectores. Seguramente Tolstói pretendía que cada lector tuviese su propia imagen del personaje.
Sondeo a algunos lectores. Les pregunto si son capaces de imaginarse con claridad a sus personajes favoritos. Para estos lectores, los personajes a los que adoran están, por emplear la expresión de William Shakespeare, “corporalmente encarnados."
Parece evidente que cuando leemos usamos libremente la imaginación, incorporamos a la lectura nuestra memoria y la asociamos a nuestro entorno y de ahí la habitual discrepancia que se produce en el lector cuando ve la adaptación cinematográfica de un libro que haya leído. Las imágenes de los espacios y los personajes que propone la película normalmente suelen ser chocantes para el lector, porque no coinciden con los patrones visuales que ha formado su imaginación a partir de su experiencia personal en la intimidad de la lectura y que por eso mismo son irrepetibles.
Cuando Kafka escribía al editor de La metamorfosis y le prohibía que en la portada figurase un insecto, seguramente lo hacía porque no quería que el lector lo viera desde la cubierta, sino desde dentro del libro y probablemente también desde dentro del insecto.
Y es que cada portada contiene una interpretación del libro, sugiere una dirección de lectura. Por eso la cubierta de un libro tan opaco como el Ulysses de Joyce fue la que más trabajo dio a Mendelsund.
Porque imaginar es ver imágenes, un acto creativo que suscita la lectura y estas imágenes que vemos cuando leemos son personales. Lo que no vemos es lo que el autor imaginaba cuando estaba escribiendo un libro. Dicho de otro modo: cada narración está hecha para que la sometamos a una transposición, para que la traduzcamos con la imaginación; para que la traduzcamos mediante asociaciones personales. Es decir, es nuestra.
Santos Domínguez