Georg Christoph Lichtenberg.
Cuadernos, I.
Traducción de Carlos Fortea.
Prólogo de Jaime Fernández.
Hermida Editores. Madrid, 2015.
¿Qué tal se ha encontrado en esta compañía? Respuesta: muy bien casi tanto como en mi habitación, anotaba Georg Christoph Lichtenberg en uno de los tres Cuadernos, el que escribió entre 1768 y 1771, que contiene el primero de una serie de volúmenes en los que Hermida Editores acometerá por primera vez en español la edición íntegra de los Cuadernos de Lichtenberg a partir de la edición original alemana.
Con traducción de Carlos Fortea y una estupenda introducción de Jaime Fernández –Toda una Vía Láctea de ocurrencias-, acaba de llegar a las librerías este primer, espléndido tomo con las anotaciones de aquel hombre que se ha convertido en prototipo del intelectual ilustrado, del científico humanista y en uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana.
Durante treinta y cinco años fue registrando en sus cuadernos libretas cientos de apuntes y borradores con observaciones, microensayos y exabruptos, con ocurrencias y reflexiones. Se publicaron póstumos y parcialmente desde 1801, aunque la primera edición completa no apareció hasta 1971.
La literatura y la historia, la religión y la filosofía, el cuerpo y el alma, el amor y la muerte son algunos de los temas universales que suscitaron la atención siempre lúcida y a menudo irónica de Lichtenberg, de quien dijo Goethe que en donde él gastaba una broma había siempre un problema escondido.
Buscó el aislamiento en todo lo que no fueran relaciones hormonales y negocios afectivos, a los que era tan aficionado como a los amplios intereses en los que proyectó su inacabable curiosidad dispersa.
Practicó el arte de no terminar nada, como señaló Enrique Vila-Matas en un texto que reivindicaba a Lichtenberg como cofundador junto a Sterne de la risa contemporánea.
Mucho antes que Vila-Matas lo elogiaron Goethe, Nietzsche, Mann o Canetti, que resumió así su obra: “Que Lichtenberg no quiera redondear nada, que no quiera terminar nada es su felicidad y la nuestra; por eso ha escrito el libro más rico de la literatura universal.”
Esa tendencia a lo fragmentario lo convierte en un profeta de la posmodernidad y algunas de sus observaciones sobre la importancia reveladora de los sueños y sobre la necesidad de escribir una historia del hombre dormido se anticipan a las teorías del psicoanálisis y al superrealismo.
Despreció el sentimentalismo porque “cualquier borrego puede razonar a partir de los sentimientos.” Su racionalidad y su lucidez polígrafa enfocaron todos los aspectos de la realidad, con una punzante agudeza de la que saltan chispazos intuitivos y esas luminosas esquirlas que Juan Villoro admiró en un Lichtenberg al que definió como “reportero de la inteligencia”.
Profesor de Física y Matemáticas en Gotinga, ejerció la sutileza como método e hizo de la realidad el campo de su ilimitada curiosidad. Con esa amplitud de campo frente a la docta barbarie de los eruditos especializados, fue de la física al teatro, de las matemáticas a la macrobiótica pasando, claro está, por la literatura y la filosofía.
Aquel “ilustrado imperfecto”, como lo define Jaime Fernández en el prólogo, pasó con naturalidad de los experimentos físicos y el valor del dato comprobable a las divagaciones imaginativas, entre el asombro y el escepticismo, entre la comprensión compasiva y la crítica sarcástica: He visto en todas partes que la fuerte ambición y la desconfianza caminan juntas.
Si, como señala Jaime Fernández en su espléndido prólogo, Francia tiene a Montaigne y Alemania a Lichtenberg, los lectores tenemos a los dos gracias a esfuerzos tan admirables como el de esta edición.
Santos Domínguez