Franz Kafka.
La metamorfosis.
Traducción de Isabel Hernández.
Ilustraciones de Antonio Santos.
Prólogo de Juan José Millás.
Nórdica. Madrid, 2015.
Este año se cumple el centenario de la aparición de La metamorfosis de Kafka, una de esas pocas obras que pueden resumir el siglo XX. Para conmemorarlo, Nórdica publica una cuidada edición de ese relato imprescindible, con una nueva traducción, que firma Isabel Hernández, con ilustraciones de Antonio Santos en un volumen que se abre con un prólogo de Juan José Millás.
Kafka había escrito La metamorfosis en un momento en el que una intensa crisis personal acabó desencadenando, en el otoño de 1912, la escritura de textos tan esenciales en su obra como La condena, que escribió de un tirón durante la tarde y la noche del 22 al 23 de septiembre, o La metamorfosis, cuya escritura se prolongó del 17 de noviembre al 7 de diciembre de ese mismo año, con un parón por medio que Kafka lamentó luego, porque notaba que, tras esa interrupción, al retomar la escritura, la tercera parte se resentía de una suerte de recalentamiento que perjudicaba al funcionamiento narrativo del conjunto.
Junto con El fogonero y La condena, Kafka proyectó una edición de La metamorfosis como parte de una trilogía que se iba a titular Los hijos, pues la relación problemática con el padre es el hilo conductor de los tres relatos. Frustrado ese proyecto inicial, La metamorfosis se publicó como libro exento en 1915 y se convirtió desde entonces en la obra fundamental de las que Kafka publicó en vida.
Sabemos mucho de su historia textual, incluso de su proceso de construcción, sobre el que encontramos constantes referencias en los diarios y las cartas de Kafka a Felice. Pero sigue siendo una obra tan inaccesible como el castillo al que intentaría llegar el agrimensor K. muchos años después.
Opaca y escrita para que la leamos como si estuviéramos despiertos en medio de un sueño, narrada con una llamativa frialdad por un narrador imperturbable, es precisamente en esa distancia y en el "ligero fastidio" que provoca la situación en el propio Samsa en donde se encuentra uno de los rasgos más peculiares de La metamorfosis y de la manera kafkiana de narrar, con un punto de vista en el que el narrador se funde con el protagonista a través de la sutileza del estilo indirecto libre.
Lo explicó Nabokov en su irregular Curso de literatura europea: en La metamorfosis tienen una evidente importancia simbólica las puertas. La primera, la que tiene que cruzar el lector al entrar en el relato, es la más importante, porque plantea una elección definitiva: si en esa puerta abierta el lector incipiente no ve más que una invitación al absurdo, no la traspasará; si por el contrario la atraviesa habrá aceptado el juego e ingresará en un nuevo dominio, en una lógica peculiar y en un espacio narrativo en el que no encontrará nunca pistas ni claves sobre las infinitas posibilidades que se abren en la interpretación de los hechos.
Porque, como escribe Juan José Millas en el prólogo, "tratándose de una novela fantástica, La metamorfosis es al mismo tiempo sorprendentemente realista." Y por eso el lector "tiene que reconocer que lo que le sucede a Gregorio Samsa es bastante normal, aunque no seamos capaces de explicarlo."
Como siempre en Kafka al fondo está el padre, la búsqueda y el problema de la identidad, el desconcierto y el desamparo, la construcción frustrada de un objetivo vital. "Lo que escribía trataba de ti", afirmaba Kafka en la Carta al padre, el que aparentemente es su texto más directamente confesional. Como en esas páginas, en el resto de su obra, y singularmente en La metamorfosis, una línea borrosa separa lo ficticio de lo autobiográfico, de la misma manera que en sus diarios alternan los apuntes de carácter muy personal con anotaciones de sueños y los sucesos triviales conviven con esbozos de relatos.
“No es una confesión -explicaba Kafka sobre esta obra-, aunque en cierto modo sea una indiscreción /.../ hablar de las chinches de la propia familia.” Y precisamente sobre eso, sobre "lo mucho que el autor puso en él de su propia persona" trata el epílogo con el que cierra el volumen la traductora.
Las espléndidas ilustraciones de Antonio Santos, en una línea gráfica muy similar a las de su reciente Kafka con sombrero en esta misma editorial, dan un importante valor añadido a esta edición de una obra que es sin duda la más importante de todas las que Kafka publicó en vida.
Y en gran medida, tras la publicación de los póstumos, La metamorfosis sigue siendo la más representativa de un autor que aquí está en estado puro, en medio de un mundo opaco y dueño de un lenguaje denso y frío y una literatura mágica y distante.
Un texto que está escrito, como dijo Walter Benjamin a propósito de uno de esos póstumos, El proceso, “en el lugar nuboso de las parábolas. De allí surge la escritura de Kafka.”
Santos Domínguez