(Siglo XI a.C- SigloXX).
Edición de Guonjian Chen.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2013.
La oscuridad de la noche me dio ojos negros / y yo los utilizo para buscar la luz, escribió Gu Cheng (1956-1993), poeta pekinés y suicida joven. Es uno de los poemas con los que Guojian Chen, un prestigioso hispanista vietnamita experto en poesía china, actualiza en Cátedra Letras Universales la que quizá sea la mejor antología que existe en español de un género muy popular en aquel país.
Desde el siglo XI a. C. hasta finales del siglo XX, sus quinientas páginas recogen más de tres mil años de refinamiento verbal y de delicadeza en la mirada hacia el paisaje o hacia el interior del poeta. Y con mucha frecuencia, como en ese brevísimo texto, la simultaneidad entre la contemplación y la meditación.
Las flores del ciruelo, la oropéndola amarilla, peces dorados en los estanques y pájaros en la enramada, la noche clara, la luna en el río, la niebla en los montes, la escarcha en los caminos configuran el telón de fondo que a veces se convierte en el centro aparente – el centro real es siempre el yo lírico- de una poesía como esta, una de las más antiguas y sutiles del mundo
Un paisaje apenas esbozado, no detallado y por eso mismo más sugerente, es el paisaje habitual en la poesía china, del que Goethe le hablaba a Eckerman, un paisaje que es la proyección exterior de una nostalgia dulce y antigua que da lugar a textos serenos y elegiacos.
Una poesía que prácticamente desconoce o desprecia el tono épico y se convierte en forma de conocimiento o en vía de expresión de la meditación budista, del taoísmo o el confucianismo.
Miles de poemas de los que se recogen aquí muestras representativas. Las más llamativas, las de tres poetas espléndidos que el azar reunió en los mismos años del siglo VIII: Wang Wei y su sentimiento del paisaje; Tu Fun y su poesía de protesta, y Li Po, un poeta excelente conmovido, existencialista y borracho bajo la luna de hace mil doscientos años. Nadie ha tenido borracheras más líricas ni ha hablado mejor con la luna que él.
La sugerencia, el temblor, la sensibilidad, la reflexión y un agudo sentimiento de la naturaleza se unen en esa civilización poética para darnos otra dimensión de la poesía y de la realidad en una actividad que tiene más de ejercicio espiritual de contención que de simple práctica literaria.
Actividad de la que surge la piedra filosofal de la poesía como una forma superior de conocimiento y depuración del espíritu. La contemplación serena y una conciencia que ilumina el mundo y es iluminada por él en un diálogo incesante que llamó la atención de otros poetas occidentales como Ezra Pound, Octavio Paz o Borges que la tradujeron, la imitaron o la integraron en sus propias creaciones.
El amor, el ensueño y la meditación se funden en el marco de una naturaleza estilizada, con otoños propicios para sentir la fugacidad y el agua de los años y un sfumato difuso como la pena que flota en estos poemas y estos paisajes como una variante de la plenitud.
Pocas veces tendrá el lector oportunidades como esta para adiestrarse en el consuelo de la quietud y la escuela de la mirada entre bosques de bambú y flores de almendro, bajo la luna llena y por los senderos del tiempo.
Santos Domínguez