Jacob y Wilhelm Grimm.
Blancanieves.
Ilustraciones de Miguel Navia.
Traducción de Álvaro y Luis Alberto de Cuenca.
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2012.
Érase una vez, en mitad del invierno, mientras los copos de nieve caían como plumas blancas del cielo, una reina que cosía sentada junto a una ventana con un marco de ébano negro. Y como cosía a la vez que veía cómo nevaba, se pinchó un dedo con la aguja, y cayeron tres gotas de sangre en la nieve. Quedaban tan bonitas aquellas manchas rojas sobre el blanco de la nieve, que pensó para sus adentros: "¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de este marco!"
Al poco tiempo tuvo una hijita tan blanca como la nieve, de mejillas arreboladas como la sangre y con los cabellos tan negros como el ébano, y por eso le puso de nombre Blancanieves. Y, al nacer la niña, la reina murió.
Pasó un año, y el rey tomó a otra mujer por esposa...
Así comienza Blancanieves en la versión de Álvaro y Luis Alberto de Cuenca que acaba de publicar Reino de Cordelia, en una edición de lujo ilustrada por Miguel Navia.
Hace ahora doscientos años de la primera edición alemana de un tomo de cuentos infantiles recopilados por dos hermanos filólogos, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, que habían dedicado varios años a recoger y reelaborar relatos tradicionales y orales. Uno de esos relatos, tal vez el más famoso de todos, es Blancanieves, quizá también el de simbología más oscura e inquietante.
En su imprescindible Psicoanálisis de los cuentos de hadas, que publicó la Editorial Crítica con traducción de Silvia Furió, Bruno Bettelheim dedicó un capítulo a indagar en las oscuras claves psicológicas de Blancanieves: la rivalidad sexual, los celos, el complejo de Edipo, el solitario viaje iniciático por el bosque peligroso, el crecimiento de la protagonista, el narcisismo, la manzana de la discordia de Afrodita y la del pecado original en Eva, de la que habla en estos términos:
Al comer la parte colorada de la manzana, la niña que hay dentro de Blancanieves muere y es enterrada en un ataúd de cristal transparente. Allí permanece durante largo tiempo; tres aves van siempre a visitarla, además de los enanitos; primero una lechuza, luego un cuervo y por último una paloma. La lechuza simboliza la sabiduría; el cuervo —como el cuervo del dios teutónico Woden— representa, probablemente, la conciencia madura; y la paloma encarna, tradicionalmente, el amor. Estas aves indican que el sueño letárgico de Blancanieves en el ataúd no es más que un período de gestación, el período final que prepara para la madurez.
En las antípodas de Disney, las magníficas ilustraciones de Miguel Navia utilizan esa tonalidad oscura para llamar no solo a la imaginación, sino también a esos abismos de la conciencia infantil y adulta que evocó Bettelheim, para reflejar plásticamente la crueldad sangrienta que recorre sus líneas desde el principio hasta el final, el inquietante escenario del bosque peligroso o la expresividad individual de los rostros de los siete enanos protectores que lo habitan como símbolo de los siete días de la semana o de los siete planetas que giran alrededor de la figura solar y luminosa de Blancanieves.
Santos Domínguez